martes, 28 de diciembre de 2021

PRAXÍTELES Y LA DIOSA


 

Afrodita de Cnido. Copia romana de la obra de Praxíteles, que se guarda en los Museos Vaticanos.

 

Fue posiblemente el mayor “hit” comercial de la Antigüedad. La ciudad de Cnido, en el extremo más occidental de una península del Asia Menor, multiplicó sus visitantes. A toda hora había colas en el templo de Afrodita para ver la estatua de la diosa. Como pasó entre nosotros en cierto momento con el “Guernica”, todo el que contaba en el ecúmene helenístico quería tener una copia en su casa. Hoy en día subsisten más de doscientas estatuas o estatuillas, pinturas o joyas con la efigie de la Cnidia.

Todo empezó cuando los munícipes de Cnido decidieron trasladar el asentamiento de su ciudad a un lugar más idóneo, junto al mar, y después de edificar monumentos nuevos quisieron renovar también las imágenes de sus templos. El estreno mundial había de producirse en el año 360 aC, y se encargó la imagen principal del renombrado templo de Afrodita al escultor de moda en Atenas, el joven y rompedor Praxíteles, hijo del también tallista Cefisódoto el Viejo.

Praxíteles tenía cierta fama de calavera. Estuvo enredado en un happening memorable, cuyos ecos dieron la vuelta a toda la Grecia europea y asiática más las islas. La cortesana Friné apareció en las playas del Pireo como viniendo de mar adentro y vestida solo con su hermosura, en celebración del nacimiento de Afrodita. Los defensores rancios de la moral la llevaron a juicio, por burla sacrílega de la divinidad. La muchacha compareció ante el tribunal envuelta en un manto adorable, peinada y enjoyada primorosamente. Su abogado la colocó ante los jueces, todos ellos por supuesto varones de cierta edad, y dijo algo así como: “Ruego a sus señorías que examinen detalladamente, para mejor comprensión del intríngulis, el corpus delicti, o sea lo que estamos juzgando aquí”. Y de un tirón despojó a Friné del manto, que era su único vestido. Los jueces examinaron detenidamente la pieza de convicción y sentenciaron por unanimidad y aclamación la inocencia de la acusada. Así funcionaban las cosas entonces.

Praxíteles era amante titulado de Friné; puede que los cnidios pensaran en ella al pedirle una escultura femenina desnuda de cuerpo entero, o tal vez la idea fue enteramente cosa del artista. Lo cierto es que no se estilaban hasta ese momento las diosas desvestidas. Había estatuas de desnudos, pero en los burdeles, como reclamo, o bien en escenas tópicas, muy populares y repetidas, en las que se quería expresar una situación de violencia y humillación de género: ya fueran la hija de Príamo, Casandra, violada por Áyax Oileo aferrada al pedestal de la diosa Atenea; las mujeres lapitas acosadas por los centauros, o la ninfa Perséfone con la ropa arrancada por un Hades impaciente que la conduce en su carro, raptada, a los infiernos.

Se tenía la desnudez masculina por heroica y apoteósica, y en cambio la de la mujer era considerada un símbolo de degradación y de vergüenza.

Todos esos sobreentendidos de la tradición artística cambiaron con la estatua de una Afrodita plasmada en mármol de Paros e irresistiblemente atractiva, además de orgullosa, en su radiante desnudez. El peso del cuerpo descansa en la pierna derecha, la cabeza se inclina ligeramente a la izquierda, una mano cubre pudorosamente el pubis y la otra se alarga a recoger el manto, colocado encima de una hidria, recipiente que se utilizaba para aceites aromáticos y ungüentos. Todo ello sugiere que acaba de emerger de un baño, pero la toilette ha empezado ya, porque los cabellos rizados están elaboradamente peinados con raya en medio y sujetos con dos cintas, formando un pequeño moño en la nuca. La sonrisa es indefinible.

Una leyenda que corrió en tiempos antiguos dice que el producto fue ofrecido primero por Praxíteles a la ciudad de Kos, que lo consideró demasiado atrevido y prefirió una diosa vestida. La arqueóloga cuyas notas sigo en este ejercicio de redacción, Angelikí Kottaridi, opina que se trata de un bulo. Los cnidios, en cualquier caso, estuvieron encantados con su diosa. Siglos después, la Afrodita de Cnido viajaría a Constantinopla, al palacio de Lausos, y desaparecería en el gran incendio del año 475 dC, durante las luchas de facciones por el trono de Bizancio.

Cuenta Kottaridi una ocurrencia que revela la popularidad de que gozó la estatua y, de paso, el sentido del humor de los griegos antiguos. Se decía que la propia Afrodita, en el Olimpo, sintió curiosidad por ver el prodigio del que todo el mundo hablaba, de modo que voló hasta Cnido, entró en el templo en horas de cierre, y contempló a su sabor la imagen, de dos metros de altura, por delante y por detrás. Quedó satisfecha del resultado, pero algo pensativa:

“Ese Praxíteles”, habría comentado, “¿cuándo ha podido verme a mí desnuda?”