sábado, 18 de marzo de 2023

LA VIE EN ROSE


Mármol rosa, granito y bronce. Delante de la puerta de la iglesia de Notre Dame des Escaliers, en el prieuré de Marcevol (Pirineos Orientales).

 

Hay viajes minuciosamente programados; el último que hemos hecho Carmen y yo fue, en cambio, minuciosamente improvisado.

Contamos con proyectos rutilantes para el próximo verano-otoño. Pero de momento casi no hemos salido aún del invierno, y nuestra intención fue solo celebrarnos a nosotros mismos cincuenta y tres años después de una boda en la que los dos estuvimos modestamente presentes. Solo pretendíamos una giornata particolare de reafirmación de valores frente a la algarabía de los fachendas. Hablaríamos catalán los dos en la intimidad.

Pensamos de inmediato en la Catalunya Nord, que ha sido a lo largo de los años un refugio al que acudir, un indicio cierto de que existía la posibilidad de que las cosas nos fuesen, colectivamente, mejor de como nos estaban yendo. El viaje se fue concretando poco a poco a partir de la recuperación de algunos pequeños proyectos anteriores que en su momento quedaron nonatos: quise regalarle a Carmen alguna vez un anillo de granates en Prades, pero el precio nos tiró atrás. Alguien nos dijo luego que en Villefranche de Conflent podríamos encontrar granates engastados en plata a mucho mejor precio.

Luego habíamos pasado por la carretera delante de Eus, encaramado a una loma, y nunca tuvimos tiempo de hacer una parada para visitarlo. También queríamos volver a Cuixà, algo que Dani Delgado y Carme Donat hacen prácticamente todos los años, pero que a nosotros nos atraía no por las ceremonias de la semana santa, sino por el recuerdo de aquel claustro poblado de columnas con capiteles prodigiosos y alzado sobre pavimentos de mármol rosa.

Y finalmente, en una esquinita del pedazo de papel en el que apuntábamos nuestras prioridades, escribí un nombre entre paréntesis y con interrogante: (Marcevol?). Ese es mi tema de hoy.

Volviendo a Eus, es un pueblo magnífico alzado sobre la Soulane, una amplia ladera orientada a mediodía que posee la mayor insolación (horas de sol al año) de Francia. Recorrimos las calles del pueblo en cuesta, trepamos por las escaleras y asomamos la nariz por las dependencias del antiguo castillo. También visitamos la iglesia, cuyo principal atractivo es el punto de vista, porque ha sido remodelada varias veces y con poca gracia.

Desde Eus parte hacia el nordeste una carretera estrecha y sinuosa que bordea varios barrancos salvados por puentes. Bosque de montaña cerrado. Después de pasar Arboussols, cabeza de la comuna, atisbamos recortado contra el cielo azul el muro-campanario del priorato de Marcevol, en una explanada en alto, rodeado de campos de cultivo que en tiempos fueron ricos, y con una vista digna de águilas hacia el valle del Tet y el macizo del Canigó, que se levanta justo enfrente.

El aspecto del edificio prioral con sus dependencias es bastante caótico, coronado por un muro-espadaña de cuatro huecos. A la fachada de la iglesia de Notre Dame des Escaliers le sigue sin solución de continuidad un conglomerado de dependencias en cuya puerta un cartel anuncia el “Accueil”, una cantina y un WC (todo cerrado a cal y canto, hicimos nuestros pipís al resguardo de árboles centenarios, en plena naturaleza).

El priorato fue fundado a principios del siglo XI y su comunidad monástica dependía del obispo de Elna. En 1128 el lugar fue comprado por la Orden del Santo Sepulcro, que reformó la iglesia y probablemente fue quien la hermoseó con un nuevo portal, adornado con una sola arquivolta dentada, y una elegante ventana colocada sobre el mismo, todo ello de mármol rosa. No sabría decir si el conjunto “vaut le détour”, vale la pena el rodeo, como habría podido señalar la guía Michelín, que se limita a la mención escueta del lugar, sin estrellas. En 1428 un terremoto afectó a la iglesia, de tres naves separadas por robustos arcos de medio punto. Para entonces el lugar estaba ya en franca decadencia, que siguió durante varios siglos más hasta que en el decenio de 1970 una asociación laica de restauradores aprontó capitales y trabajo para el mantenimiento de la iglesia y las dependencias monásticas.


En la fotografía, tomada en sombra, lástima, se puede apreciar el contraste entre el granito pardo y el mármol rosa de la puerta, el lujo inesperado de la pincelada de color y la forma noble en un edificio por lo demás algo destartalado. Los artistas italianos consiguieron magníficos efectos decorativos en su país con la utilización calculada de materiales diferentes y de colores contrastados en sus arquitecturas. Este podría ser un monumento precursor, un primer ensayo de las glorias de Florencia o de Siena. Quién sabe si los caballeros del Santo Sepulcro venían de Oriente acompañados por un maestro de obras italiano, y le encargaron que diera algo de majestad, un atisbo de belleza, al mínimo priorato perdido en unos prados altos del Pirineo catalán.



Vista de conjunto de la fachada del priorato de Marcevol.