Umberto
Romagnoli, Bolonia 1935 – 2022.
Los dinosaurios desaparecieron de la faz de una Tierra que
ya no les ofrecía condiciones aceptables como hábitat. Es lo que nos dicen los
científicos. Ayer he tenido una intuición abrumadora del motivo de la extinción
de los partidos políticos de masas, esos otros dinosaurios, y el porqué no
retornarán ya a la actualidad. Me ha sucedido leyendo un ramillete de ensayos
del jurista boloñés Umberto Romagnoli, editados por dos profesores laboralistas
de prestigio, Joaquín Aparicio y Antonio Baylos (“Trabajo y ciudadanía:
límites a los poderes privados y derecho del trabajo”, Ed. Bomarzo, Albacete
2023).
Habla Romagnoli de una mutación antropológica en curso. Los
hombres (se entiende que también las mujeres, no puntualizo por no hacerme
prolijo) ya sufrieron una primera mutación de ese orden en el siglo XX, con la
implantación del modo de producción fordista. Escribe Romagnoli (p. 40): «El siglo
XX ha sido el siglo durante el cual, como escribía Antonio Gramsci, se ha
realizado el mayor esfuerzo colectivo para crear, con rapidez inaudita, “con
una consciencia del fin nunca vista en la historia” y casi brutalmente “un
nuevo tipo de trabajador y de hombre”. Como hoy dice Marco Revelli, el siglo XX
ha sido el siglo del homo faber… La vida laboral se desarrollaba durante
la jornada, todos los días de la semana en todos los meses laborables del año
hasta la jubilación.»
El mundo fordista está hoy en el desguace, arrumbado por una
nueva, fantástica mutación, que Ulrick Beck ha llamado la de los “hijos de la
libertad”. «Más ricos en cultura y más acomodados que sus padres y abuelos,
pero también por ello más exigentes, quieren ser no tanto libres para y
por tanto tutelados, sino libres de, y por tanto capaces de disponer de
sí mismos y de sus propios intereses, haciendo salir a superficie, con la
violencia de una pelota de goma que se escapa a quien la mantenía debajo del
agua, la exigencia de rediseñar en el sistema jurídico … la imagen del
individuo, con sus instancias de autodeterminación frente a cualquier poder,
incluso si es protector y benéfico.» (p. 176).
Es un tema capital, que ya tocó con agudeza el sindicalista
y sociólogo Bruno Trentin, al insistir en la igualdad de oportunidades en
contra de la uniformidad de los resultados (La libertà viene prima), y
que desaconseja el encuadramiento y la disciplina como elementos persuasorios
de una humanidad ya no resignada a la subalternidad y a las promesas de
redenciones futuras, sino deseosa de abrirse camino por sí misma, sustituyendo
la antigua fe (en lo que fuera) por la voluntad.
Todo eso dibujaría como sujetos políticos colectivos unos
artefactos muy distintos al clásico partido de “quien se mueve no sale en la
foto”, basados en el consenso amplio y el respeto mutuo, sin privilegios para
nadie, porque nadie aguanta ya los privilegios ajenos en el día de hoy. Por ahí,
intuyo, deben ir las nuevas formaciones que se están esbozando a partir de
mucho escuchar y debatir, y una gran necesidad de concretar.
Lo planteo como hipótesis de trabajo, ahora que el tema
parece candente.