Figurilla
de terracota del siglo IV aC. Museo de Kavala (Grecia).
Somos griegos todavía en nuestra forma de mirar el mundo.
Lo “clásico” viene directamente de formas de belleza creadas en la Antigüedad y
codificadas finalmente en torno a la hegemonía cultural de Atenas hacia los
siglos V-IV aC. De todo ese proceso surgió un “canon”, una norma de evaluar,
que conserva su validez esencial, de modo que lo seguimos utilizando hoy en día.
Lo clásico, entonces, es aún lo más moderno en términos
estéticos. Lo clásico funde lo agradable a la vista y lo funcional en el
pensamiento. Los “arquetipos” de belleza en el sentido junguiano (de Carl
Gustav Jung, psicoanalista y ensayista suizo), serían formas codificadas que se
han fijado en nuestro inconsciente y determinan nuestra forma de ver y de
valorar la realidad exterior. Tuviera o no razón el maestro en su propuesta
especulativa, es siempre cierto que las formas creadas en la Grecia antigua y
adoptadas con entusiasmo por la Roma que dominó el mundo mediterráneo, han
determinado nuestra forma de ver –mucho más allá de este rincón del planeta– y asignado
un significado ampliamente compartido a determinadas convenciones de belleza.
Cuando fueron descubiertos los frescos del centro
ceremonial de Cnossos, en Creta, el retrato de una joven participante en un
banquete datable hacia 1450-1350 aC, es decir en la Edad del Bronce, fue
bautizado por Edmond Pottier, el arqueólogo que lo descubrió, como “la
Parisienne”. La pintura le pareció comparable (superponible, de alguna
manera) a la de una muchacha parisina del siglo XIX ataviada para una fiesta.
Esto pudo ocurrir en Grecia, pero en ningún otro lugar. No
hay una línea estética que recorra tantos siglos de vigencia ni siquiera en
Egipto, a pesar del busto de la reina Nefertiti, ni en el Creciente Fértil, ni
entre los pueblos del Norte, ni en el Extremo Oriente ni en la América
precolombina. Lo que llamamos civilización, en el sentido universal que damos al
término, nos viene directamente de Grecia. Y está todavía ahí, a nuestra disposición.
La estatuilla de Afrodita jugando con Eros anticipa la iconografía convencional
de las madonnas cristianas; la pequeña terracota de Kavala puede identificarse
con cualquier joven ama de casa actual que tiene gusto y discreción para adornarse; y
la koré de Thíra resume la potencia y el designio de las mujeres en un
mundo del que se han apropiado con decisión, frente a la resistencia obstinada
de tantos varones empingorotados que no aman a las mujeres.
La
Parisienne”. Fragmento de un fresco hallado en Cnossos, h. 1450-1350 aC.
Afrodita entreteniendo a Eros con un sonajero. Tanagra, h. s. IV aC. Museo del Ermitage, San Petersburgo.
Koré de Thíra (actual Santorini). Figura votiva de 2,48 m de altura. Segunda mitad del s. VII aC.