Cartel
de propaganda de la película “El Mago de Oz”. Se trata de propaganda honesta, en
el sentido de que no se espera que nadie tome la historia ficticia por un
suceso real.
Todos somos trasuntos de la huerfanita Dorothy, y buscamos el
reino del maravilloso Mago de Oz en algún lugar incierto, situado por encima
del arco iris. Al parecer, se trata de un lugar rutilante construido de la
materia con la que se fabrican los sueños, levantado en un tiempo récord. Una
Jerusalén celeste poblada de estadios de fútbol erigidos en medio de ninguna parte,
por los que corren libres los arroyos de leche y de miel pero no, de ningún
modo y por ningún motivo, de cerveza, ni siquiera la Budweiser, que al parecer
cuenta con una bula a su favor autentificada por la segunda parte contratante.
Escuchen, el reino de Oz no existe, y por encima del arco
iris no hay más que realidad virtual. Se va a jugar un Mundial de fútbol de
altísimo standing pero no presencial, sino por videoconferencia como si se
tratara de la sanidad madrileña. Las muchedumbres que pueblen los estadios serán
contratadas por horas y se les repartirán las banderas adecuadas a la ceremonia
antes de acceder al recinto. Todas las cadenas de televisión del mundo mostrarán
las mismas imágenes, en directo rigurosamente controlado. Se suprimirán los
gritos incorrectos, los mensajes racistas y las manifestaciones intempestivas
de odio, de cualquier tipo. Nadie en los estadios o en las cabinas de prensa hablará
(salvo en susurros imperceptibles) sobre derechos humanos. Las mujeres presentes
en el estadio serán sometidas a riguroso escrutinio, llevarán el rostro velado
y no amamantarán a sus pequeñuelos en público. Nadie mirará lo que ocurre en el
campo, pero cada pequeño detalle anecdótico suministrado por los jugadores – un
regate afortunado, un remate de cabeza, una palomita del guardavallas, un gol,
santo cielo, ¡un GOL! – será amplificado por las cámaras y repetido hasta la
náusea en todas las latitudes de la aldea global.
Tales son los ritos programados para la gran ceremonia.
Sentado en la butaca de palco asignada al maravilloso Mago
de Oz, solo encontrarán al insignificante Gianni Infantino. El cual ha manifestado
lo siguiente en el cuarto de hora de notoriedad al que todo mortal tiene derecho
al menos una vez en la vida: «Hoy me siento qatarí, árabe, africano, gay,
trabajador inmigrante…»
Es bien cierto que el Mago de la FIFA puede sentirse por
dentro como prefiera, y nadie se lo va a discutir. Pero que, en su condición, y
después de todos los contratos firmados y las transacciones financieras realizadas
o en curso de realización, declare sentirse “trabajador inmigrante”, entra de
lleno en la Historia Universal de la Infamia. Con mayúscula.