sábado, 1 de febrero de 2014

0. INVITACIÓN AL DEBATE

F. Bertinotti (4.11.2011)

Caro Riccardo,

         Esta carta nace de la lectura de tu libro (Riccardo Terzi, La pazienza e l’ironia, Ediesse, Roma, 2011) y de algunos estímulos surgidos en conversaciones nuestras, tanto por los puntos de vista comunes que aparecían en ellas, acumulados en tantas historias vividas en la izquierda política y social italiana, como por los aspectos en los que no hemos estado de acuerdo. Pero ni los unos ni los otros han quedado resueltos; siguen abiertos interrogantes de fondo sobre las razones de una catástrofe histórica peor que una derrota, una mutación genética de la izquierda, y la cuestión de cómo salir de ella para reemprender el camino interrumpido. «Cercare encora» (“seguir buscando”, nombre de la fundación política que preside F. Bertinotti, n. del t.), es la consigna justa. De ahí esta carta: es la reacción al estímulo de una buena lectura, y una propuesta para enhebrar un diálogo. ¿Por qué nosotros? Una primera razón consiste sencillamente en la conciencia de la necesidad de invertir la tendencia al aislamiento, a la ausencia de diálogo, tan agudizada hoy en nuestro campo. Alguien puede preguntar, sin embargo, por qué razón debería quien sea abrir un debate así, en este mundo nuestro tan maltrecho. Quizás existe otro motivo que nos afecta de una manera más específica: la experiencia común, incluso en personas políticamente tan distintas como nosotros dos, de una derrota determinada dentro de la derrota más general de la izquierda: la de las corrientes críticas del movimiento obrero. Puedes llamarlo «revisionismo», si el término no te incomoda. En este caso concreto no me refiero tanto a las corrientes políticas y las líneas históricas de pensamiento del movimiento obrero, como a una propensión, una actitud, presente en las vicisitudes de la izquierda social y política a partir de los años sesenta, en Europa y en particular en lo que ha sido calificado como el “caso” italiano. Un archipiélago de fuerzas, de militantes, de intelectuales, que intentó trabajar sobre el tema de la transformación de la sociedad capitalista al margen, por un lado, de la ortodoxia alzada como celosa guardiana de la continuidad, y por otro, de la propensión a asumir la modernización como guía de una praxis política mimética.
         Esas personas, situadas más allá de los conservadores y más acá de los modernizadores, pero sin estar nunca en el centro - incluso, en cierto sentido, excéntricas -, crearon una especie de lugar propio en el que convivían las diferencias más estridentes, destinadas a entenderse. Incluso a agruparse, de hecho, a partir de la propensión común a considerar la democracia, también en el interior de la organización del movimiento obrero, como una opción irrenunciable, una articulación esencial para dar sentido a la política y al cambio. Retomar el hilo de aquel diálogo es, después de la derrota y de la gran mutación, un modo de «seguir buscando». Tú argumentas, si te he entendido bien, esencialmente en torno a dos cuestiones que me parecen capitales: hasta dónde hemos llegado en la crisis de la política y de la izquierda, y cómo ha podido suceder que hayamos venido a parar aquí, a un punto tal de desfallecimiento de la izquierda que justifica hablar de su sustancial inexistencia. Tú resumes el punto en el que nos encontramos en términos bastante precisos, que yo comparto sin reservas: «Lo que puede llegar a paralizarnos y a encerrarnos en una posición marginal, es la adhesión acrítica al principio de la gobernabilidad, de la estabilidad del sistema; y ha sido en nombre de este principio como hemos llevado a cabo, en los años pasados, una retirada estratégica vergonzante, que ha hecho cada vez más difícil distinguir lo que es la derecha y lo que es la izquierda, porque sobre una y otra planea una ley superior que fija de forma rígida los límites de lo posible. Si no tenemos el coraje de rebasar esos límites, nuestro papel será absolutamente irrelevante.»

R. Terzi (22.11.2011)

Me interesa mucho abrir contigo un diálogo que tenga toda la amplitud de horizonte que propones, un diálogo desinteresado que vaya más allá de lo contingente, más allá de los acontecimientos políticos inmediatos. Y me apasiona la idea de volver a lo antiguo, al epistolario, a ese género literario ahora ya completamente olvidado. Un diálogo puede ser provechoso y productivo si se dan en él, juntas, afinidad y diferencia, si existe un marco cultural común que posibilite hablar el mismo lenguaje, y se da al mismo tiempo el empeño de confrontar posiciones distintas, en un esfuerzo común de clarificación. Si se posee la agudeza y la elasticidad del pensamiento requeridas para examinar las diferentes facetas de la realidad y percibir el núcleo de verdad existente incluso en las opiniones en apariencia más distantes de nuestro punto de vista. La ruina de la izquierda arranca del espíritu de escisión que la asaltó, del encarnizamiento en la defensa de posiciones parciales, de la sustitución de la confrontación de puntos de vista por la pelea sectaria. En este sentido, sostengo que las escisiones tienen como efecto volvernos a todos más estúpidos. Me parece que también tú sientes la urgencia de un diálogo más abierto, y ese sentido tiene precisamente nuestro intercambio epistolar.
         La amistad, se pregunta Platón, ¿se funda en la afinidad o en la diversidad? Se funda, tal me parece que es la respuesta, en la búsqueda común de la verdad, en la disponibilidad recíproca a ponerlo todo en discusión.