F. Bertinotti (4.11.2011)
Caro Riccardo,
Esta carta nace de la lectura de tu libro (Riccardo
Terzi, La pazienza e l’ironia, Ediesse,
Roma, 2011) y de algunos estímulos surgidos en conversaciones nuestras, tanto
por los puntos de vista comunes que aparecían en ellas, acumulados en tantas
historias vividas en la izquierda política y social italiana, como por los
aspectos en los que no hemos estado de acuerdo. Pero ni los unos ni los otros
han quedado resueltos; siguen abiertos interrogantes de fondo sobre las razones
de una catástrofe histórica peor que una derrota, una mutación genética de la
izquierda, y la cuestión de cómo salir de ella para reemprender el camino
interrumpido. «Cercare encora» (“seguir buscando”, nombre de la fundación
política que preside F. Bertinotti, n. del t.), es la consigna justa. De ahí
esta carta: es la reacción al estímulo de una buena lectura, y una propuesta
para enhebrar un diálogo. ¿Por qué nosotros? Una primera razón consiste
sencillamente en la conciencia de la necesidad de invertir la tendencia al
aislamiento, a la ausencia de diálogo, tan agudizada hoy en nuestro campo.
Alguien puede preguntar, sin embargo, por qué razón debería quien sea abrir un
debate así, en este mundo nuestro tan maltrecho. Quizás existe otro motivo que
nos afecta de una manera más específica: la experiencia común, incluso en
personas políticamente tan distintas como nosotros dos, de una derrota
determinada dentro de la derrota más general de la izquierda: la de las
corrientes críticas del movimiento obrero. Puedes llamarlo «revisionismo», si
el término no te incomoda. En este caso concreto no me refiero tanto a las
corrientes políticas y las líneas históricas de pensamiento del movimiento
obrero, como a una propensión, una actitud, presente en las vicisitudes de la
izquierda social y política a partir de los años sesenta, en Europa y en
particular en lo que ha sido calificado como el “caso” italiano. Un
archipiélago de fuerzas, de militantes, de intelectuales, que intentó trabajar
sobre el tema de la transformación de la sociedad capitalista al margen, por un
lado, de la ortodoxia alzada como celosa guardiana de la continuidad, y por
otro, de la propensión a asumir la modernización como guía de una praxis
política mimética.
Esas personas, situadas
más allá de los conservadores y más acá de los modernizadores, pero sin estar
nunca en el centro - incluso, en cierto sentido, excéntricas -, crearon una
especie de lugar propio en el que convivían las diferencias más estridentes,
destinadas a entenderse. Incluso a agruparse, de hecho, a partir de la
propensión común a considerar la democracia, también en el interior de la
organización del movimiento obrero, como una opción irrenunciable, una
articulación esencial para dar sentido a la política y al cambio. Retomar el
hilo de aquel diálogo es, después de la derrota y de la gran mutación, un modo
de «seguir buscando». Tú argumentas, si te he entendido bien, esencialmente en
torno a dos cuestiones que me parecen capitales: hasta dónde hemos llegado en
la crisis de la política y de la izquierda, y cómo ha podido suceder que
hayamos venido a parar aquí, a un punto tal de desfallecimiento de la izquierda
que justifica hablar de su sustancial inexistencia. Tú resumes el punto en el
que nos encontramos en términos bastante precisos, que yo comparto sin
reservas: «Lo que puede llegar a paralizarnos y a encerrarnos en una posición
marginal, es la adhesión acrítica al principio de la gobernabilidad, de la
estabilidad del sistema; y ha sido en nombre de este principio como hemos
llevado a cabo, en los años pasados, una retirada estratégica vergonzante, que
ha hecho cada vez más difícil distinguir lo que es la derecha y lo que es la
izquierda, porque sobre una y otra planea una ley superior que fija de forma
rígida los límites de lo posible. Si no tenemos el coraje de rebasar esos
límites, nuestro papel será absolutamente irrelevante.»
R. Terzi (22.11.2011)
Me interesa mucho abrir contigo un diálogo que tenga toda la amplitud de
horizonte que propones, un diálogo desinteresado que vaya más allá de lo
contingente, más allá de los acontecimientos políticos inmediatos. Y me
apasiona la idea de volver a lo antiguo, al epistolario, a ese género literario
ahora ya completamente olvidado. Un diálogo puede ser provechoso y productivo
si se dan en él, juntas, afinidad y diferencia, si existe un marco cultural
común que posibilite hablar el mismo lenguaje, y se da al mismo tiempo el
empeño de confrontar posiciones distintas, en un esfuerzo común de
clarificación. Si se posee la agudeza y la elasticidad del pensamiento
requeridas para examinar las diferentes facetas de la realidad y percibir el
núcleo de verdad existente incluso en las opiniones en apariencia más distantes
de nuestro punto de vista. La ruina de la izquierda arranca del espíritu de
escisión que la asaltó, del encarnizamiento en la defensa de posiciones
parciales, de la sustitución de la confrontación de puntos de vista por la
pelea sectaria. En este sentido, sostengo que las escisiones tienen como efecto
volvernos a todos más estúpidos. Me parece que también tú sientes la urgencia
de un diálogo más abierto, y ese sentido tiene precisamente nuestro intercambio
epistolar.
La amistad, se pregunta
Platón, ¿se funda en la afinidad o en la diversidad? Se funda, tal me parece
que es la respuesta, en la búsqueda común de la verdad, en la disponibilidad recíproca
a ponerlo todo en discusión.