Las conclusiones que extrae Riccardo Terzi del empeñado debate sobre el «Sindicato y política» desarrollado
en este blog (1) tienen la virtud de sugerir nuevos desarrollos y posibilidades
que en principio no constaban en el orden del día de los participantes. Siempre
ocurre así con las buenas conclusiones, pero en este caso además ha intervenido
otro factor: el paso del tiempo, y con él las novedades que nos ha traído el
calendario.
¿Qué novedades? Me refiero en primer lugar a la resistible
ascensión de Matteo Renzi a la jefatura del Gobierno italiano, dejando a su
paso una estela de dirigismo populista que ya no es berlusconiano, pero caramba
cómo se le parece; en segundo lugar, a la inminencia de unas elecciones
europeas arrulladas por la fastidiosa cantinela de los Barroso, Rehn y Merkel
pidiendo una y otra vez “profundización en las reformas del mercado de trabajo”
(no se les caen los anillos por puntualizar, caso de que alguien no lo haya
entendido: ¡Bajen los
salarios!); y en tercer
lugar, al Piano del Lavoro que la CGIL se dispone a debatir en su próximo
Congreso.
Reclama Terzi en sus conclusiones al debate más presencia
del sindicato en la escena política. Nada de pansindicalismo, en todo caso: una
presencia sindical coherente con su ideología propia (y aclara qué entiende en
este caso particular por “ideología”) y adecuada al rol social que le es
característico. Porque Italia no se encuentra hoy en una situación de funcionamiento
democrático normal de las instituciones, razona, sino en una auténtica
emergencia. Mal puede el sindicato invadir el terreno propio de los partidos,
cuando los partidos se han retirado con ostentación del terreno social. El
eslogan de la “primacía de la política” se ha vaciado de su ya dudoso sentido
originario con el paso del tiempo y ahora sólo es un tic demagógico, un recurso
oratorio para inhibirse de los problemas sociales y poner la mira
exclusivamente en el gobierno (el malgobierno codicioso) de unas instituciones
impregnadas por el “pensamiento único”, detrás del cual se esconde la ausencia
total de pensamiento.
A la vista del doble desierto de políticas sociales que
caracteriza el trantrán de las instituciones italianas y de las europeas, y en
un marco de ruptura dolorosa de la unidad sindical por parte de las centrales
italianas mayoritarias, la CGIL ha decidido ocupar el escenario con
una propuesta, el Plan del Trabajo. Se trata de un plan no sólo para Italia
sino para Europa, y mi impresión es que en el contexto sindical español – más
favorable que el italiano a la unidad de acción – sería bueno estudiarlo con
atención, enmendarlo en su caso, respaldarlo y apropiárnoslo, con las
modificaciones oportunas, como una herramienta útil para encontrar una salida a
nuestra propia situación.
A corto plazo van a celebrarse las elecciones europeas.
Hay quien, para señalar su trascendencia, dice que son “más que un ensayo para
las generales”. No lo veo así: no son “más que”, no son un ensayo para nada, son
la cosa misma, la batalla posiblemente más decisiva de todas, hoy. Urge apartar
a Europa del pensamiento único de los Barroso y los Rehn. Porque si estamos,
como se dice en todos los tonos, en el paradigma de la globalización, todo está
conectado. Hacer ondear, como bandera electoral compartida, un Plan del
Trabajo ampliamente debatido y consensuado, sería elevar de forma sustancial el
horizonte de las izquierdas, en el Sur como en el Norte de Europa. Y a la
recíproca, un cambio radical de perspectiva en las instituciones
europeas tendría la virtud propiciar, en Italia y en España, la
acumulación de energías necesaria para arrumbar unas políticas locales
parasitarias, corruptas y ramplonas, y abrir un nuevo ciclo que aporte aire
fresco para la democracia.