F. Bertinotti (4.11.2011)
Querría discutir
acerca de cuándo, cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Vaste programme, para emplear las palabras de Charles de Gaulle.
Incluso si nos circunscribimos al campo del PCI, que es el objeto de tu
análisis, la tarea sigue siendo considerable, por la influencia del PCI sobre
toda la izquierda italiana y por la forma en que, aun con toda su originalidad,
se filtraron en su interior todas las grandes cuestiones del comunismo y del
movimiento obrero internacional. Cuando te interrogas acerca del comienzo de la
crisis, e intentas situar sus orígenes, respondes señalando la época del
Compromiso histórico. Digo la época, porque tú atribuyes al Compromiso
histórico la condición de ser «más un síntoma que una causa de la crisis».
Existía ya una crisis abierta en la relación entre la política y la sociedad, y
al mismo tiempo la que afectaba a la tradición política que, agredida en sus
fundamentos sociales e ideológicos, se estaba ya difuminando. El PCI llegó a
aquella cita desarmado, y el intento de buscar una salida exclusivamente
política estaba condenado al fracaso. De ese intento, al que Enrico Berlinguer
prestó inspiración y carisma, valdrá la pena volver a hablar (bastante menos
vale la pena ocuparnos de la deriva de los berlinguerianos), pero está fuera de
duda que allí y en sus alrededores (el gobierno de solidaridad nacional) se
acelera una trayectoria moderada del PCI, gobernista y compatibilista, que en
cierta medida preexistía ya. De hecho, yo pienso que el inicio de la crisis
viene de mucho antes. Sé que se trata de una discusión abierta y todos nosotros
conocemos la opinión sobre el tema de algunos de los protagonistas del mismo
PCI, que sitúan en épocas muy distintas el origen de la crisis. Es
particularmente significativa la de Pietro Ingrao, que la coloca, no sin
argumentos poderosos, en el XI Congreso del PCI, cuando se consumó la renuncia
a actualizar, frente a la modernización capitalista, la gran y decisiva
cuestión de la transformación de la sociedad capitalista. Pero me ha
impresionado, recientemente, una tesis fulminante, aunque desde luego bastante
discutible, que he leído en un libro excelente, Il barbaro veneziano. Su autor, Cesco Chinello, un dirigente del
PCI inteligente, culto y apasionado, cuenta que a principios de los años
sesenta, de vuelta de una reunión de partido sobre la nueva condición obrera,
se le ocurrió que la historia revolucionaria del PCI había concluido en aquella
fase, por su incapacidad de captar la naturaleza del neocapitalismo y, al mismo
tiempo, la de la nueva subjetividad obrera. Se podrían citar otras tesis,
también interesantes. Por mi parte pienso que el inicio de la crisis se situó
en el bienio 1968-69. Fue la soledad de Praga lo que condenó al PCI, que
comprendió la primavera, pero no la definitiva irreformabilidad del socialismo
real que los carros de combate sancionaron con la invasión de la capital checa
y con la dramática devastación del intento valeroso y realista de reforma de la Primavera. Y fue la
incapacidad de situarse en el corazón de la revuelta obrera y estudiantil que
desde el bienio rojo, en Italia, se extendió a buena parte de los años setenta,
lo que impidió al PCI protagonizar la última chance de implicar al siglo XX, en esta parte del mundo, en un
proceso de transformación de la sociedad, de cambio del modelo económico y
social y de relación entre las clases. El PCI no alcanzó entonces la posibilidad
de una salida de izquierdas de la crisis del partido obrero. La disolución del
PCI, después de la quiebra de los regímenes del Este, será el epílogo,
dramático y ciertamente no obligado, pero de todos modos epílogo, de aquella
ocasión fallida. Pero quizá, por seguir aún con la reflexión, ocurre como en el
desplegarse de un anteojo articulado: junto a grandes empresas y a conquistas
políticas y sociales de una importancia considerable, junto a la construcción
de una extraordinaria comunidad política, «el país dentro del país», se dan
etapas, encrucijadas, en las que, si rehacemos la historia en condicional, es
posible identificar una herida sufrida – tal vez irreparable – o una ocasión
fallida, que corrompen un tejido, que lo exponen a la «enfermedad». Convendrá
entonces reflexionar de nuevo sobre nuestra historia, en toda su complejidad,
desde el antifascismo y la
Resistencia , hasta la trayectoria del movimiento obrero
durante toda la posguerra. ¿Por qué hemos llegado a este punto? ¿Y cuáles son,
en particular, los errores de nuestra generación política, desde la óptica de
las palabras de Giorgio Gaber: «Nuestra generación ha perdido»?
R. Terzi (22.11.2011)
¿En dónde se
inició nuestro declive? Tú te detienes en enumerar varias hipótesis
interpretativas, todas ellas con un fundamento parcial. Para aclarar mi punto
de vista, insisto en el hecho de que son las transformaciones ocurridas en la
sociedad, en el modo de ser y de pensar de las personas, y en la organización
material de su vida, las que han determinado una desubicación de la izquierda.
Hay toda una representación político-ideológica tradicional que ya no consigue
explicar los cambios, y de ese modo se produce un distanciamiento creciente
entre la política y la vida real. No se trata, a mi juicio, de acontecimientos
políticos aislados: el XI Congreso del PCI, o la intervención en Praga, o el
Compromiso histórico, o la svolta de
Achille Occhetto. No sirve de nada buscar chivos expiatorios, sirve únicamente
la conciencia de que no hemos sabido afrontar una tendencia histórica general
con la inteligencia crítica necesaria.
Cada uno de nosotros, obviamente, se
orienta en función de la propia biografía personal. Yo he señalado el
Compromiso histórico, pero sólo en la medida en que se trata de un síntoma de
la rotura que se estaba produciendo entre política y sociedad, de un último y
efímero intento de reproponer el «primado de la política» en un momento en que
en el cuerpo social habían madurado nuevas exigencias, nuevas culturas, nuevas
demandas de libertad y de autonomía personal.
En suma, es en la sociedad donde
debemos buscar, para comprender el curso de las cosas. En este sentido
encuentro interesante la propuesta de Cesco Chinello, aunque su datación me
parece anticipada en exceso. Pero es cierto también que incluso en el PC
togliattiano estaban ya presentes en potencia los gérmenes de la crisis, porque
su carácter «de clase» era más un enunciado ideológico que una práctica real, y
esta contradicción estaba destinada a explotar antes o después. El drama es que
todas las decisiones sucesivas fueron ahondando más y más el foso, porque se
pensó que la izquierda tenía que liberarse de su pasado, de sus raíces
sociales, para poder moverse ligera y despreocupada por el nuevo universo
post-ideológico. Hoy se ve con claridad que esa actitud nos ha hecho perder
totalmente el rumbo. Se ha cultivado el mito de un «nuevo inicio», y no se ha
entendido que no era un inicio, sino un ocaso.
Si es así, la respuesta no debe estar
en una iniciativa política atinada, la que sea, sino en retomar el trabajo en
la sociedad, en hurgar en las contradicciones y en los conflictos, para
reconstruir una relación viva con la experiencia real de las personas, en el
trabajo y en las condiciones concretas de la ciudadanía. ¿Podemos aprovechar la
actual tregua política para retomar este camino? ¿Hay todavía alguien
interesado en una iniciativa encaminada hacia esta dirección?
F. Bertinotti (9.2.2012)
Tú insistes en que la izquierda llegó mal preparada para afrontar los
cambios sociales cuando, en la esfera de la política, podía haberse abierto una nueva fase con el Compromiso histórico. Yo pienso ahora que estuvo algo más que mal preparada: devastada y subalterna al pensamiento dominante. Baste citar el caso dramático de
De este juicio nace mi diferente punto
de vista acerca de la posibilidad de seguir considerando las organizaciones
políticas de la izquierda como los lugares de la reconstrucción de la política.
Temo que los socialdemócratas de la
Europa occidental estén cometiendo ahora el mismo error de
los comunistas respecto del Este europeo, el de no ver la irreformabilidad del
sistema a tiempo para poder discernir las vías de salida. Amendola, un
dirigente del PCI al que, como sabes, nunca me sentí próximo, llegó a decir, al
proponer un único partido del movimiento obrero, que tanto los comunistas como
los socialdemócratas habían fracasado porque ni unos ni otros percibieron la
transformación del capitalismo.
La transformación, sí. ¿No es ese,
precisamente, aún el problema? Ya ves, Riccardo, tú dices que «son las
transformaciones ocurridas en la sociedad, en el modo de ser y de pensar de las
personas, y en la organización material de sus vidas, las que han determinado
una desubicación de la izquierda». Pero dado que no podemos hacer como Tecoppa
(personaje del teatro de marionetas italiano, n. del t.) y esperar a que el
adversario se esté quieto para poderle atizar, tenemos que comprender por qué
la izquierda ha sido desubicada, derrotada, desarbolada y, en mi opinión, incluso
desaparecida de la escena política real, sometida como se encuentra a los
mecanismos de funcionamiento del sistema. Encontraremos el momento de volver
sobre las vicisitudes del PCI, porque me parece que estamos de acuerdo en que
no es posible encontrar una respuesta a nuestro problema sin ajustar cuentas
con esa historia. Pero lo que ha sucedido después es tanto o más decisivo para
explicar la devastación actual. Lo que está ocurriendo es, en cierto sentido,
definitivo. Las organizaciones de la izquierda no tienen ya el menor parentesco
con la historia de las organizaciones de masas del movimiento obrero. El vuelco
ha ocurrido ya: aquellas, por más que estuvieran marcadas por una inspiración
vertical y de connotaciones autoritarias, promovieron el ingreso organizado de
las masas en la política; estas ven el retorno del protagonismo de las elites y
la transformación de las organizaciones políticas en comités electorales. El
pensamiento crítico les es extraño; la búsqueda colectiva, la investigación
compartida, la centralidad de las relaciones sociales, han sido sustituidas por
los comunicados de los líderes y los sondeos de opinión. El tema del gobierno
ha ocupado el lugar de la estrategia y de la práctica social. Es aquí, por
encima de todo, donde hemos perdido.