domingo, 9 de febrero de 2014

2. ¿POR QUÉ HEMOS LLEGADO A ESTE PUNTO?



F. Bertinotti (4.11.2011)
Querría discutir acerca de cuándo, cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Vaste programme, para emplear las palabras de Charles de Gaulle. Incluso si nos circunscribimos al campo del PCI, que es el objeto de tu análisis, la tarea sigue siendo considerable, por la influencia del PCI sobre toda la izquierda italiana y por la forma en que, aun con toda su originalidad, se filtraron en su interior todas las grandes cuestiones del comunismo y del movimiento obrero internacional. Cuando te interrogas acerca del comienzo de la crisis, e intentas situar sus orígenes, respondes señalando la época del Compromiso histórico. Digo la época, porque tú atribuyes al Compromiso histórico la condición de ser «más un síntoma que una causa de la crisis». Existía ya una crisis abierta en la relación entre la política y la sociedad, y al mismo tiempo la que afectaba a la tradición política que, agredida en sus fundamentos sociales e ideológicos, se estaba ya difuminando. El PCI llegó a aquella cita desarmado, y el intento de buscar una salida exclusivamente política estaba condenado al fracaso. De ese intento, al que Enrico Berlinguer prestó inspiración y carisma, valdrá la pena volver a hablar (bastante menos vale la pena ocuparnos de la deriva de los berlinguerianos), pero está fuera de duda que allí y en sus alrededores (el gobierno de solidaridad nacional) se acelera una trayectoria moderada del PCI, gobernista y compatibilista, que en cierta medida preexistía ya. De hecho, yo pienso que el inicio de la crisis viene de mucho antes. Sé que se trata de una discusión abierta y todos nosotros conocemos la opinión sobre el tema de algunos de los protagonistas del mismo PCI, que sitúan en épocas muy distintas el origen de la crisis. Es particularmente significativa la de Pietro Ingrao, que la coloca, no sin argumentos poderosos, en el XI Congreso del PCI, cuando se consumó la renuncia a actualizar, frente a la modernización capitalista, la gran y decisiva cuestión de la transformación de la sociedad capitalista. Pero me ha impresionado, recientemente, una tesis fulminante, aunque desde luego bastante discutible, que he leído en un libro excelente, Il barbaro veneziano. Su autor, Cesco Chinello, un dirigente del PCI inteligente, culto y apasionado, cuenta que a principios de los años sesenta, de vuelta de una reunión de partido sobre la nueva condición obrera, se le ocurrió que la historia revolucionaria del PCI había concluido en aquella fase, por su incapacidad de captar la naturaleza del neocapitalismo y, al mismo tiempo, la de la nueva subjetividad obrera. Se podrían citar otras tesis, también interesantes. Por mi parte pienso que el inicio de la crisis se situó en el bienio 1968-69. Fue la soledad de Praga lo que condenó al PCI, que comprendió la primavera, pero no la definitiva irreformabilidad del socialismo real que los carros de combate sancionaron con la invasión de la capital checa y con la dramática devastación del intento valeroso y realista de reforma de la Primavera. Y fue la incapacidad de situarse en el corazón de la revuelta obrera y estudiantil que desde el bienio rojo, en Italia, se extendió a buena parte de los años setenta, lo que impidió al PCI protagonizar la última chance de implicar al siglo XX, en esta parte del mundo, en un proceso de transformación de la sociedad, de cambio del modelo económico y social y de relación entre las clases. El PCI no alcanzó entonces la posibilidad de una salida de izquierdas de la crisis del partido obrero. La disolución del PCI, después de la quiebra de los regímenes del Este, será el epílogo, dramático y ciertamente no obligado, pero de todos modos epílogo, de aquella ocasión fallida. Pero quizá, por seguir aún con la reflexión, ocurre como en el desplegarse de un anteojo articulado: junto a grandes empresas y a conquistas políticas y sociales de una importancia considerable, junto a la construcción de una extraordinaria comunidad política, «el país dentro del país», se dan etapas, encrucijadas, en las que, si rehacemos la historia en condicional, es posible identificar una herida sufrida – tal vez irreparable – o una ocasión fallida, que corrompen un tejido, que lo exponen a la «enfermedad». Convendrá entonces reflexionar de nuevo sobre nuestra historia, en toda su complejidad, desde el antifascismo y la Resistencia, hasta la trayectoria del movimiento obrero durante toda la posguerra. ¿Por qué hemos llegado a este punto? ¿Y cuáles son, en particular, los errores de nuestra generación política, desde la óptica de las palabras de Giorgio Gaber: «Nuestra generación ha perdido»?

R. Terzi (22.11.2011)
¿En dónde se inició nuestro declive? Tú te detienes en enumerar varias hipótesis interpretativas, todas ellas con un fundamento parcial. Para aclarar mi punto de vista, insisto en el hecho de que son las transformaciones ocurridas en la sociedad, en el modo de ser y de pensar de las personas, y en la organización material de su vida, las que han determinado una desubicación de la izquierda. Hay toda una representación político-ideológica tradicional que ya no consigue explicar los cambios, y de ese modo se produce un distanciamiento creciente entre la política y la vida real. No se trata, a mi juicio, de acontecimientos políticos aislados: el XI Congreso del PCI, o la intervención en Praga, o el Compromiso histórico, o la svolta de Achille Occhetto. No sirve de nada buscar chivos expiatorios, sirve únicamente la conciencia de que no hemos sabido afrontar una tendencia histórica general con la inteligencia crítica necesaria.
         Cada uno de nosotros, obviamente, se orienta en función de la propia biografía personal. Yo he señalado el Compromiso histórico, pero sólo en la medida en que se trata de un síntoma de la rotura que se estaba produciendo entre política y sociedad, de un último y efímero intento de reproponer el «primado de la política» en un momento en que en el cuerpo social habían madurado nuevas exigencias, nuevas culturas, nuevas demandas de libertad y de autonomía personal.
         En suma, es en la sociedad donde debemos buscar, para comprender el curso de las cosas. En este sentido encuentro interesante la propuesta de Cesco Chinello, aunque su datación me parece anticipada en exceso. Pero es cierto también que incluso en el PC togliattiano estaban ya presentes en potencia los gérmenes de la crisis, porque su carácter «de clase» era más un enunciado ideológico que una práctica real, y esta contradicción estaba destinada a explotar antes o después. El drama es que todas las decisiones sucesivas fueron ahondando más y más el foso, porque se pensó que la izquierda tenía que liberarse de su pasado, de sus raíces sociales, para poder moverse ligera y despreocupada por el nuevo universo post-ideológico. Hoy se ve con claridad que esa actitud nos ha hecho perder totalmente el rumbo. Se ha cultivado el mito de un «nuevo inicio», y no se ha entendido que no era un inicio, sino un ocaso.
         Si es así, la respuesta no debe estar en una iniciativa política atinada, la que sea, sino en retomar el trabajo en la sociedad, en hurgar en las contradicciones y en los conflictos, para reconstruir una relación viva con la experiencia real de las personas, en el trabajo y en las condiciones concretas de la ciudadanía. ¿Podemos aprovechar la actual tregua política para retomar este camino? ¿Hay todavía alguien interesado en una iniciativa encaminada hacia esta dirección?

F. Bertinotti (9.2.2012)

         Tú insistes en que la izquierda llegó mal preparada para afrontar los 
cambios sociales cuando, en la esfera de la política, podía haberse abierto una nueva fase con el Compromiso histórico. Yo pienso ahora que estuvo algo más que mal preparada: devastada y subalterna al pensamiento dominante. Baste citar el caso dramático de la FIAT. Nos entendemos bien, no es posible eludir el sentido de los acontecimientos. El convenio nacional pisoteado, la democracia de los trabajadores aniquilada, la FIOM expulsada de la fábrica, los trabajadores privados de la posibilidad de elegir a su representación. Un punto de inflexión histórico en las relaciones sociales, en la civilización del trabajo. ¿Qué hace la izquierda, qué es lo que dice? ¡Algo muy distinto de la impreparación! Una impotencia y una incomprensión de lo que está en juego indignantes; una incapacidad de entender lo que ocurre, hasta el punto de considerarlo una excepción, en vez de la nueva norma perseguida por los poderosos, y un paréntesis (como en el caso de Monti) en lugar del acto constituyente de un orden tan nuevo como regresivo.
         De este juicio nace mi diferente punto de vista acerca de la posibilidad de seguir considerando las organizaciones políticas de la izquierda como los lugares de la reconstrucción de la política. Temo que los socialdemócratas de la Europa occidental estén cometiendo ahora el mismo error de los comunistas respecto del Este europeo, el de no ver la irreformabilidad del sistema a tiempo para poder discernir las vías de salida. Amendola, un dirigente del PCI al que, como sabes, nunca me sentí próximo, llegó a decir, al proponer un único partido del movimiento obrero, que tanto los comunistas como los socialdemócratas habían fracasado porque ni unos ni otros percibieron la transformación del capitalismo.
         La transformación, sí. ¿No es ese, precisamente, aún el problema? Ya ves, Riccardo, tú dices que «son las transformaciones ocurridas en la sociedad, en el modo de ser y de pensar de las personas, y en la organización material de sus vidas, las que han determinado una desubicación de la izquierda». Pero dado que no podemos hacer como Tecoppa (personaje del teatro de marionetas italiano, n. del t.) y esperar a que el adversario se esté quieto para poderle atizar, tenemos que comprender por qué la izquierda ha sido desubicada, derrotada, desarbolada y, en mi opinión, incluso desaparecida de la escena política real, sometida como se encuentra a los mecanismos de funcionamiento del sistema. Encontraremos el momento de volver sobre las vicisitudes del PCI, porque me parece que estamos de acuerdo en que no es posible encontrar una respuesta a nuestro problema sin ajustar cuentas con esa historia. Pero lo que ha sucedido después es tanto o más decisivo para explicar la devastación actual. Lo que está ocurriendo es, en cierto sentido, definitivo. Las organizaciones de la izquierda no tienen ya el menor parentesco con la historia de las organizaciones de masas del movimiento obrero. El vuelco ha ocurrido ya: aquellas, por más que estuvieran marcadas por una inspiración vertical y de connotaciones autoritarias, promovieron el ingreso organizado de las masas en la política; estas ven el retorno del protagonismo de las elites y la transformación de las organizaciones políticas en comités electorales. El pensamiento crítico les es extraño; la búsqueda colectiva, la investigación compartida, la centralidad de las relaciones sociales, han sido sustituidas por los comunicados de los líderes y los sondeos de opinión. El tema del gobierno ha ocupado el lugar de la estrategia y de la práctica social. Es aquí, por encima de todo, donde hemos perdido.