jueves, 13 de febrero de 2014

LA IZQUIERDA ERA UNA FIESTA

¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?, se preguntaba el protagonista de Conversación en La Catedral, una novela de culto en su época, cuando Mario Vargas Llosa era todavía un escritor de izquierdas. ¿Cuándo se jodió la izquierda?, pregunta José Luis López Bulla al hilo de la reflexión discorde de Riccardo Terzi y Fausto Bertinotti sobre el tema: http://vamosapollas.blogspot.com.es/


Fausto propone como punto clave el bienio de 1968-69, la más clara “ocasión perdida” para la izquierda italiana, en su opinión. Riccardo no quiere precisar una fecha porque encuentra la raíz del fracaso en un mal interno insidioso, el desfase progresivo entre los cambios de vida y de mentalidad de las personas, en primer lugar los trabajadores asalariados, y las orientaciones emanadas de la dirección de los partidos de la izquierda europea.

Convencido como estoy de las razones de Riccardo, a las que volveré al final de estas líneas, me parece útil centrar la atención en 1969, el año en que la izquierda fue una fiesta. Una gran fiesta propiciada durante toda la década anterior por una larga marea ascendente de las fuerzas de progreso en todo el mundo, a partir de la revolución cubana, de la descolonización de África, de la guerra de Vietnam, del desafío de Mao a rusos y americanos (el imperialismo, “tigre de papel”), de Bandung y la aparición oficial en escena del “Tercer mundo”. También en Europa las izquierdas avanzaban de forma consistente en porcentaje de voto y en militancia; Sartre y Marcuse dictaban cursos en las universidades, y el welfare lucía sus mejores galas.

En el 68 habían tenido lugar la explosión alternativa del Mayo francés, y el primer “otoño caliente” de los sindicatos en Italia. En el 69 Willy Brandt desplazó al cristiano-demócrata Kurt Georg Kiesinger de la cancillería de la Alemania Federal; Olof Palme entró a dirigir el gobierno sueco, y Enrico Berlinguer ocupó el puesto de secretario general adjunto del PCI, al lado de Luigi Longo. En ese mismo año Richard Nixon anunció una retirada progresiva de las tropas norteamericanas de Vietnam y la “vietnamización” del conflicto, después del éxito de la gran ofensiva del Tet del año anterior; y en otro plano, pero con una significación global que no debe ser desdeñada, entre el 15 y el 18 de agosto de 1969 tuvo lugar el memorable macroconcierto en la gran explanada de Woodstock, condado de Bethel, Nueva York: el mayor escaparate jamás soñado de una forma de vida alternativa, hedonista, comunitaria, anticonsumista, multicolor, que llamaba al mundo a hacer el amor y no la guerra. También fue 1969, curiosa casualidad, el año de publicación, en Seix Barral, Barcelona, de la novela citada al principio de estas líneas, Conversación en La Catedral. (En el orden puramente personal me atrevo a citar, apelando de antemano a la indulgencia al lector, otro acontecimiento ocurrido el mismo año: la firma de mi primer contrato de trabajo, que me abrió la oportunidad de casarme con la que entonces consideraba la mujer de mi vida, y después de cuarenta y cuatro años se ha confirmado como tal de un modo ya inderrocable.)

La pleamar poderosa de las izquierdas en todo el mundo se truncó de pronto, con mucha más facilidad de lo previsible. La macrofiesta de 1969 no fue el prólogo de una nueva era de progreso y bienestar siempre en aumento, sino el canto del cisne de los avances del “ciclo largo”. Todo empezó por señales que podríamos llamar premonitorias, siempre en la periferia de los que entonces eran los grandes centros de decisión: fue el bombardeo y posterior asalto al palacio presidencial de la Moneda, en Santiago de Chile, seguido del asesinato masivo y la represión sádica de todos los activistas de la izquierda chilena y de sus familias (el imperialismo “no” era un tigre de papel); fue, también, la subida del precio de barril de crudo por parte de la OPEP, de 1,8 a 11,7 $,  entre junio de 1973 y enero de 1974, como represalia por el resultado de la cuarta guerra árabe-israelí. El petróleo dejó de ser de pronto una fuente de energía barata, y la consecuencia inmediata fue un frenazo brusco en los presupuestos de las políticas del bienestar.

Hubo intentos de reflexión en la izquierda europea, a partir de la nueva situación. En setiembre-octubre de 1973, Enrico Berlinguer publicó en “Rinascita” tres largos artículos bajo el título “Reflexiones sobre Italia después de los hechos de Chile”. Con los análisis contenidos en ellos nacía lo que se llamó luego el “eurocomunismo”, un intento esforzado de situar la política de la izquierda al margen de un mundo bipolar, de la carrera armamentística, de la amenaza de un holocausto nuclear. Se desmarcaba del modelo soviético de Estado y de sociedad, y ofrecía una vía “europea” al socialismo centrada en un consenso democrático. Los partidos comunistas de Francia y España se sumaron rápidamente a la concepción berlingueriana. Los partidos socialistas sacaron sus propias conclusiones acerca de Chile y de la situación geopolítica, y centraron sus expectativas ya no en superar el horizonte del capitalismo, sino en postularse como alternativa progresista de gobierno dentro de un marco económico y social inmutable aceptado por todos. Los resultados a corto plazo fueron muy distintos para unos y otros. Los partidos socialistas sacaron réditos de su acomodo al horizonte del capitalismo, mientras que los eurocomunistas nunca alcanzaron una cota mínima de credibilidad (en las elecciones de 1982, el PSOE de Felipe González obtuvo la mayoría absoluta, mientras que el PCE de Carrillo hubo de colocar a sus cuatro diputados en el grupo parlamentario mixto). A más largo plazo, el cataclismo de las izquierdas se lo llevó todo y a todos por delante, incluida la mismísima patria del socialismo real.

No intentaré defender la idea de que ese cataclismo pudo ser evitado. El maestro Josep Fontana ha sostenido recientemente la idea de que las izquierdas nunca tuvieron una opción real frente al poder inmenso del bloque financiero-militar del Imperio (Por el bien del imperio, Pasado & Presente, Barcelona 2011). Pero sí me parece factible señalar, ahondando en las ideas expuestas por Terzi en nuestro texto de referencia, que una de las causas que agravó la catástrofe de las izquierdas radicó en una “enfermedad” interna y previa: el optimismo excesivo y la autocomplacencia por los avances en los estándares de vida durante el “ciclo largo” de expansión, con el manejo abusivo de la idea (falsa) de un progreso ininterrumpido e imparable. Se afirmó entonces que la aplicación masiva de tecnología en los procesos productivos liberaría progresivamente al hombre de los aspectos más fatigosos y repetitivos del trabajo. Con más tiempo libre a su disposición, el trabajador encontraría más oportunidades para su formación y para su expansión personal. El Estado benefactor supervisaría el buen orden general de las relaciones sociales y acudiría con oportunas prestaciones en auxilio de los más desfavorecidos, para restablecer la igualdad de oportunidades. En todo ese proceso, se insistía, eran perceptibles ya “elementos de socialismo” implícitos en un ámbito aún capitalista. Con el crecimiento de esos “brotes verdes”, la cantidad acabaría por determinar un cambio cualitativo y una transición pacífica y ordenada hacia el horizonte de un socialismo con rostro humano.

Esas teorizaciones bienintencionadas pero gratuitas ocultaron a las formaciones de las izquierdas los cambios concretos en la composición, la mentalidad y las expectativas de los trabajadores asalariados durante todo el largo proceso de acumulación de fuerzas. La “clase obrera” era un dato descontado en los análisis, un factor que se introducía en todos los cálculos con un valor siempre igual a sí mismo. Bruno Trentin – una excepción en ese panorama – dejó escrito cómo las grandes luchas del “otoño caliente” fueron en buena medida protagonizadas por los “Rocco y sus hermanos”, los trabajadores recién llegados a la industria desde las regiones meridionales; ellos, añadió, luchaban con más ahínco porque nunca antes habían sido derrotados. Del mismo modo, la profundización de las luchas sindicales en España en los años sesenta vino de la mano de trabajadores muy jóvenes que “hicieron las maletas” y marcharon desde sus lugares de origen a los nuevos polígonos, después de la puesta en marcha de los planes de desarrollo y de la implantación progresiva en el país de grandes y medianas industrias con métodos fordistas de producción. Pero esos trabajadores ya no eran los mismos en la década siguiente, con sus reivindicaciones primarias satisfechas, un nivel de vida más elevado y unos incentivos al consumo que se habían multiplicado de forma exponencial. Las estrategias de los partidos, o no prestaron suficiente atención, o ignoraron simplemente estos cambios; en buena parte, por lo que a continuación se dice.

El interés político de las izquierdas se centró muy pronto no en la producción sino en la distribución de la riqueza, con el Estado benefactor como poderosa palanca para equilibrar e igualar las diferencias entre las clases sociales. El esfuerzo mayor no se dirigió a mejorar la situación de los trabajadores en las fábricas y centros de trabajo, sino en compensarles de otras maneras, y fuera de la empresa. Este programa funcionó bien mientras los PIBs crecieron, el nivel de empleo se mantuvo estable y el gasto social se multiplicó de forma consistente. Con las crisis económicas sucesivas, algunas de ellas provocadas por el capital financiero, que han tenido lugar a partir de los años setenta, la izquierda perdió pie y se enrocó primero en la defensa de lo existente; luego, en la defensa de la mayor parte posible de lo antes existente, y, ya al final, en la propuesta de una gestión más cuidadosa de unos recursos cada vez más escasos. A este empequeñecimiento de su horizonte ha correspondido una pérdida paralela de su prestigio, de su credibilidad y de su ámbito de influencia. Vale.


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Querido Paco:

Me interesa recordar, al hilo de tus reflexiones sobre Berlinguer, una aportación de este dirigente comunista sobre la «austeridad», entendida de una manera radicalmente distinta a cómo se concibe hoy y, por supuesto, a su aplicación destructora. El discurso de Berlinguer se encuentra en   http://alametiendo.blogspot.com.es/2011/09/la-austeridad-segun-berlinguer.html.  Lo hago por dos motivos: a) porque aquel planteamiento adquiere hoy mayor importancia que en su época; y b) porque ningún movimiento ambientalista le reconoce el mérito de haber situado una serie de puntos de gran relieve. Adanismo puro. 

Un abrazo, JLLB