martes, 30 de noviembre de 2021

ANTES DEL HEROÍSMO

 


Mosaico de Aquiles en Skyros, encontrado en el yacimiento de la Villa de La Olmeda, Palencia.

 

Recojo del libro “Troy”, de Stephen Fry (Michael Joseph, PRH-UK 2020; no hay aún traducción española, que yo sepa) una leyenda antigua sobre dos héroes antes de ser héroes. Como todos los mitos griegos, me parece que este contiene enseñanzas aún válidas en nuestro tiempo.

La flota de los griegos, que proyectaban una rápida expedición a Troya para rescatar de allí a Helena, la esposa raptada del rey espartano Menelao, se estaba reuniendo en Aulis, pero se les acumulaban los problemas. Faltaba el rey de Ítaca, el astuto Odiseo, considerado esencial para un rápido éxito de la aventura. No respondía a los repetidos llamamientos, y corrían rumores de que había perdido la razón. El rey Agamenón envió a su pariente Palamedes en su busca. Al desembarcar en Ítaca, el emisario vio un espectáculo deplorable. Odiseo había uncido a un buey con un burro e intentaba arar con ellos una playa arenosa a la que arrojaba puñados de sal en vez de simiente. Sus súbditos se agolpaban en el lugar para ver el triste espectáculo, con lágrimas en los ojos. En primera fila estaba la bella Penélope, sosteniendo en brazos a su hijo recién nacido, Telémaco. “Ve a decirle a Agamenón que mi marido no es un cobarde, sino que ha perdido la razón”, explicó la reina entre sollozos.

A Palamedes la escena le pareció un tantico rebuscada. Sin decir palabra, arrebató de un tirón el bebé de los brazos de su madre, y fue a colocarlo justo delante del par de bestias que Odiseo conducía al albur por la extensa playa. De inmediato Odiseo hizo uso de una fuerza hercúlea para detener al buey y al burro casi en seco. Lo consiguió cuando habían llegado a un palmo apenas del pequeño expuesto en el suelo. Odiseo corrió hacia él, lo tomó en brazos, lo besó muchas veces, balbuceaba: “¿Estás bien, mi pequeño Telémaco?”

Luego levantó la vista y vio la sonrisa burlona de Palamedes. “Pensé que valía la pena intentarlo”, dijo como explicación.

Meses después, el problema era Aquiles, un rapaz de solo catorce años. Los oráculos coincidían en que su presencia era imprescindible para ganar Troya. Agamenón, casi perdida la paciencia por la larga espera en Aulis, recurrió a Odiseo para encontrarlo.

Tetis, la madre diosa de Aquiles, sabía que su hijo tendría una vida larga, plena y feliz si se apartaba de los heroísmos, y en cambio una vida llena de brillo pero muy breve, si entraba en la guerra; de modo que lo había escondido en la mansión de su pariente el rey Licomedes, en la isla de Skyra. El rey tenía once hijas, y la joven Pyrrha (la de los cabellos rojos) pasó a ser la doceava, tal vez la más bella de todas a juicio de algunos visitantes de palacio. Llevaba ropas femeniles y se comportaba en todo como sus “hermanas”. Bueno, en todo no, porque dejó embarazada a una de ellas, Deidamia (su hijo fue Neoptólemo, también conocido como Pirro).

Cuando Odiseo llegó a la isla y preguntó, Licomedes disimuló mal: “¿Aquiles? No me suena.” Cuando quiso buscar en el palacio, el rey volvió a meter la pata: “No vale la pena que busques en el gineceo, solo están mis hijas.” Odiseo dijo aparte a Diomedes que eligiera de su expedición a los hombres más corpulentos y peludos, los armara hasta los dientes y asaltara con ellos el recinto de las doncellas. Así lo hicieron. Las chicas gritaron, pidieron socorro y huyeron; menos la del pelo rojo, que agarró una espada olvidada en un rincón y esperó a los energúmenos a pie firme.

“No ha sido cosa mía, sino de mi madre”, explicó Aquiles a Odiseo. Luego fueron los dos juntos a buscar a Patroclo y a los mirmidones, y se sumaron a la expedición.

Resignados al destino heroico inevitable que les había sido asignado.