jueves, 25 de noviembre de 2021

VARGAS LLOSA ENTRE LOS "PUTREFACTOS"

 


Alice Munro, la quintaesencia de la elegancia en la forma de recibir un Premio Nobel de Literatura

 

Je vivais à l'écart de la place publique

Serein, contemplatif, ténébreux, bucolique

Refusant d'acquitter la rançon de la gloire

Sur mon brin de laurier je dormais comme un loir

G. BRASSENS, ‘’Les trompettes de la renomée’

 

Mario Vargas Llosa, distinguido ya en el mundo de las élites con el Nobel de Literatura, ha dado un gran paso adelante desde el borde mismo del abismo y ha ingresado en la Académie Française, según leo en la prensa de hoy.

Hay honores que sepultan una biografía. Don Mario no escribe en francés, es el primer literato incluido en la Académie cuya obra (muy considerable, no es ese el punto) no se declina en la lengua de Molière, como dice Lluís Bassets en El País; en la lengua de la Grandeur de Charles De Gaulle, añadiría yo.

La pura verdad es que no le hacían falta al escribidor peruano ni la nacionalidad española sobreañadida, ni las bodas famosas con la Niña Isabel, ni en rigor el Premio Nobel, aunque este cabe clasificarlo entre los gajes del duro oficio de escribir: a unos se lo dan y a otros no, y si te toca la china lo más elegante que puedes hacer es aceptarlo con una sonrisa (en lugar de bizquear horrorizado como hizo Jean-Paul Sartre), y luego no acudir a recogerlo excusándote en la mala salud, que es lo que hizo exactamente Alice Munro, y yo la admiré más aún por eso.

El Nobel tiene un pase, la señora Preysler difícilmente, y lo de la Académie es un borrón terrible. No hacía ninguna falta, la nómina de “inmortales” (les llaman así, de veras) estaba completa, nadie había cometido aún la excentricidad de colarse donde nadie le llamaba, y no por algún mérito peregrino relacionado con la institución, sino únicamente por la tentación de figurar.

A quien está en los sitios solo para figurar, se le llama “figurón”. La definición de la Real Academia, a la que Vargas Llosa también pertenece (en este caso con grandes méritos propios), y que en consecuencia suscribe, es la siguiente: “Persona a la que le gusta presumir o aparentar ser y tener más de lo que es y más de lo que tiene.”

En el siglo pasado, un grupo de artistas de vanguardia, entre ellos señaladamente Salvador Dalí, dieron en llamar “putrefactos” a los pintores que se esforzaban en trabajar según los criterios de la Académie, con la esperanza de ingresar en ella y de paso conseguir medallas, accésits o diplomas en las exposiciones oficiales; es decir, en los “Salones”. En el XIX, el siglo del “Salón” y la “Academia” por excelencia, el relumbrón de la composición histórica, religiosa o mitológica, y la grandilocuencia de los héroes, santos o nínfulas de carnes rosadas, que aparecían en gran formato y por lo general con los ojos en blanco y las manos alzadas al cielo, inspiraron el calificativo popular de “pompier” (pomposo, “bombero” en su sentido literal) para ese género de arte.

Vargas Llosa es el último pompier que se atreve a aparecer como tal en la escena cultural.