martes, 9 de noviembre de 2021

LOS SINDICATOS DESPUÉS DEL SEÍSMO

 


Trazado de la carretera general a su paso por una población siciliana, posible metáfora de la trayectoria enrevesada a la que se enfrenta el sindicalismo en los tiempos que corremos.

 

He acabado con una sensación mixta de satisfacción y pérdida el libro de Joan Gimeno, “Lucha de clases en tiempos de cambio”, del que hablé hace unos días a propósito de la tormenta perfecta vivida por la confederación de CCOO en el “año de Orwell”, 1984. (1)

Satisfacción por lo comprensivo y exhaustivo del texto de Gimeno; pérdida porque, en el trayecto entre cómo éramos entonces (The Way We Were, ya saben) y la situación actual del sindicato, se ha roto toda posible línea de continuidad, bien en parábola ascendente o descendente, debido a un cataclismo de características globales que ha marcado de forma nítida un antes y un después, tanto para el movimiento obrero como para todo el contexto de la historia humana. Así pues, aunque algunas personas seguimos siendo las mismas de entonces (mucho más viejas, sin embargo), echamos en falta una referencia sólida sobre la que establecer comparaciones adecuadas de una época a la otra.

En los años noventa, un doble seísmo lo cambió todo: de un lado tuvo lugar un terremoto geopolítico, el imperio soviético hizo implosión y ese hecho modificó todos los puntos cardinales y los ejes valorativos que determinaban las conductas de pueblos de todas las latitudes, convirtiendo un mundo bipolar, regido por las reglas rígidas de la disuasión militar, en una “aldea global” en la que la economía financiera se desprendió de todas sus anteriores ataduras.

Para que ello fuera posible, se necesitó un segundo seísmo, de naturaleza tecnológica. ARPANet existía ya como instrumento informático en los años setenta, pero en 1990 se hizo operativo un conjunto de protocolos, la World Wide Web, que permitía la consulta remota de archivos de hipertexto con una facilidad instantánea. Así nació Internet, la “red de redes”, como instrumento de relación y de información potencialmente universal. Hacia 1995 se inició su difusión mediante la cobertura wi-fi por Europa y América del Norte; veinte años más tarde, en 2015, la utilización de la nueva tecnología digital se había multiplicado por 100, y era utilizada de forma asidua por la tercera parte de la población mundial. Hoy mismo leo en la prensa (digital, por supuesto), literalmente, que «un país sin internet pasa de una situación de incomodidad al caos en tres días». Internet se ha hecho ya indispensable.

Y con internet, toda una nueva forma de producir y de gestionar. La fábrica ha hecho implosión: fue una etapa útil como ámbito cerrado de coordinación y de control de la producción; ahora esos objetivos se consiguen con instrumentos mucho más precisos y sutiles, y la palabra de orden es “externalización”. Una empresa se cotiza tanto más, cuanto más exenta aparece de “pasivo”. Y en el pasivo se incluyen ahora cosas que antes eran “activos” de una empresa, incluso su mayor orgullo: la maquinaria, el local, la plantilla y el know-how que aportaba.

La negociación colectiva mediante convenios sectoriales alcanza a una porción mucho menor de los trabajadores. Los conflictos son más difíciles de encauzar y de resolver. Los acuerdos generales tienen menos valor expansivo. La organización sindical en base a federaciones de ramo tropieza con la falta de un suelo sólido en el que afincarse, porque no estamos ya en el sindicato de las categorías profesionales, sino en el de los derechos individuales y colectivos, políticos y sociales.

Derechos que es preciso volver a reclamar, para todas y todos, porque están siendo recortados, o desconocidos, o conculcados, por una contraparte acuciada a su vez en muchos casos por la imposición fáctica de un vasallaje hacia los grandes conglomerados de empresas, las corporated que se mueven como tiburones por todas las aguas de la producción, la distribución y los servicios, dejando en todas partes las huellas de su voracidad. Cuando la empresa situada en la cabecera de la cadena de valor externaliza una tarea determinada, lo hace ajustando los precios, los plazos y los márgenes tanto como puede, y más. Ese peso terrible es desplazado por la empresa subcontratante a las condiciones de trabajo y de salario de su propia plantilla.

Huérfanos de partidos-guía que, desengáñense, se han ido para no volver, los sindicatos deben reencontrar su lugar en este nuevo contexto extraño y sesgado. Cuando por fin dominábamos las reglas de juego de una competición difícil e incierta, nos han cambiado no solo los reglamentos, sino incluso el terreno de juego.

El futuro del sindicalismo va a depender de su capacidad para salir de su propio círculo de confort y adaptarse a una situación laboral aún más desigual y exigente, pero para la cual dispone también de más y mejores instrumentos de actuación.

Miramos hacia ese lado con esperanza. «No hay que tener miedo de lo nuevo», nos han aleccionado al alimón Luciano Lama y José Luis López Bulla.

 

(1) Ver http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2021/10/el-ano-de-orwell-en-las-comisiones.html