Odeón
de Herodes Ático, en la ladera de la Acrópolis de Atenas.
Hoy estamos de elecciones en Grecia. Desde Egáleo, donde Carmen
y yo ayudamos (en proporción muy desigual) a la buena marcha de la casa de mi
hija operada en fecha reciente, hemos tenido pocas ocasiones de tantear el ambiente
de campaña, pero en cualquier caso podemos certificar que está resultando muy desangelado.
Todo el pescado se daba por vendido desde buen principio, y los pronósticos anticipaban
un camino florido para Nueva Democracia.
Pero en los últimos días los sondeos han tomado un cariz
diferente, y aproximan mucho a lo más alto del podio las opciones de Syriza y
su “Simboleo allaguís”, contrato para el cambio. Entonces, han aparecido de
pronto promesas institucionales que antes se echaban de menos, y lo han hecho
de una forma bastante tumultuosa y atropellada: se está prometiendo prácticamente
todo a una ciudadanía atónita.
El ambiente ciudadano apenas ha cambiado, sin embargo. Los
atenienses han recibido el tremendo chaparrón de bendiciones repentinas con
ánimo estoico, qué se le va a hacer. No se perciben ánimos mitineros y de
fiesta en el entorno. Quedamos a la espera del veredicto definitivo de las
urnas, pero flota en el aire la eventualidad siniestra de un “sorpasso” en el
mismísimo esprint final. Lo cual sería, según los mismos medios de comunicación
que publican tales sondeos, una catástrofe para el país y para sus esperanzas
de redención duradera ante las sempiternas troikas.
Sobre las promesas inverosímiles con las que se halaga a un
electorado escarmentado en estos momentos de frenesí, para conjurar la
posibilidad de hundimiento del “Titanic” liberal helénico, no me resisto a recordar
la bonita historia que acaba de contar Guillem Martínez en Ctxt. Dice que
Santiago Rusiñol cedió en una ocasión a la tentación de la política, a
instancias de la Lliga Catalanista, e incluso hizo un discurso de campaña en un
pueblo del interior. Se trataba de prometer bienaventuranzas, y él dio en prometer
un puente nuevo. La audiencia reaccionó de forma hostil: “Aquí no hay río”. “¡Pero
cómo!”, se exclamó Don Santiago, “si la Lliga gana estas elecciones les prometo
que les pondremos un río.”
Algo así parece estar pasando en estas latitudes.