jueves, 25 de mayo de 2023

MURAKAMI

 


Pocas cosas puedo decir en favor de la monarquía, pero sí una: el comité que otorga el Premio Princesa de Asturias de Literatura esta más próximo a mis propios gustos literarios que la Academia Sueca que decide el Nobel.

No lo digo solo por Haruki Murakami, el premiado de este año; hay otros ejemplos anteriores más que suficientes para fijar la tendencia. Pero Murakami ha sido de alguna manera el florón de la corona, porque lleva años siendo favorito en la rumorología del Nobel para luego quedar sempiternamente postergado por otros nombres, cuyos méritos no discuto por aquello de gustibus non disputandum, pero que tienen en su totalidad el déficit incorporado, de forma invariable, de no ser ninguno de ellos Murakami.

Fue Marcel Proust quien trazó una norma sencilla y comprensible en torno al mérito literario. Lo hizo mientras buscaba con afán el tiempo perdido. Allí, en una de tantas revueltas de la trama, explicó que nos da pereza acercarnos a un libro nuevo porque en nuestra memoria tenemos catalogados como en un canon inamovible todos los libros buenos que hemos leído, unos colocados en lugares aventajados y otros un poco más atrás. De modo que el concepto “libro bueno” viene a ser para nosotros la media aritmética o la síntesis resultante de todos esos buenos libros ya leídos. Así pues, damos por descontado que el nuevo que aún no conocemos habrá de ser forzosamente otra combinación de los mismos ingredientes ya conocidos: un fondo de Faulkner quizás, dos cucharadas de Dostoievsky, una pizca de Shakespeare, una pasada por el túrmix de Baudelaire.

Y no, declara Proust: un buen libro es el que lleva consigo un plus de originalidad capaz de obligarnos a rehacer todo nuestro canon anterior. Un buen libro apela de forma directa a nuestra sensibilidad, sin antecedentes ni cartas de recomendación. Recuerdo que hace ya muchos años un crítico literario de renombre explicaba en un artículo polémico que el recién aparecido “Cien años de soledad” no valía nada porque no cumplía ninguno de los requisitos establecidos por Flaubert para la buena literatura. Bueno, en ese caso concreto el comité Nobel desairó al crítico y ensalzó a Gabriel García Márquez, pero otras decisiones posteriores de los académicos suecos nos obligan a preguntarnos si no tomaron con Gabo una decisión imprudente y alejada de sus rigurosos fundamentos de principio.

Yo supe de Murakami por mi hermano José María: “Pacote, tú que has leído más que yo, dime si esto es bueno.” “Si te gusta, es lo bastante bueno.” “Ya sé, pero me quedo más tranquilo si me lo explicas.” El libro era “Kafka en la orilla”. Lo disfruté de una manera bestial, pero no se lo pude explicar, lo que pasaba en la novela no era realismo mágico ni ciencia-ficción ni se ajustaba a ninguna categoría establecida por los poncios. Cuando hubimos charlado lo bastante del asunto, me alargó otro libro del mismo autor: “Esto son relatos cortos”, me dijo. Se trataba de “Sauce ciego mujer dormida”. Soy murakimista desde entonces, y he leído muchas otras cosas de él. Siempre me pregunto qué es lo que tiene dentro, y esa curiosidad nunca satisfecha me anima a seguir leyéndolo.

Le han dado un premio a Murakami. Antes, nos había dado él muchos a nosotros.