Vista
aérea del estanque del Retiro madrileño, un lugar alegre y confiado presidido
por la estatua ecuestre de un rey de cuyo nombre no consigo acordarme.
Cuando llegan las elecciones, las derechas no se ocupan del
programa sino de las listas. El programa es el de siempre, por muchas razones:
la principal, que no hay intención de cumplirlo, es una mera declaración de
buenos propósitos como las que se hacen con el cambio de año. Vox imprimió el
mismo programa para todos los municipios en los que se presenta, de modo que en
Madrid prometió limpiar la playa.
Son las listas, entonces, lo que importa. Para los puestos
a salir se elige a los más necesitados, es decir a los imputados o en peligro
inminente de imputación por corruptelas varias. Un puesto de representación
democrática implica inmunidad cuando menos temporal. Laura Borràs pudo surfear con
desparpajo la muy llamativa ola de sus responsabilidades hasta que llegó la
sentencia firme.
La sentencia firme es un punto final, de acuerdo, pero hay
muchas maneras de evitarla. Zaplana lo hizo con un certificado médico según el
cual estaba a las puertas de la agonía. Ahí sigue, impertérrito. Otros/as gerifaltes de la derecha cuidan de que “sus” fiscales les eviten la imputación
misma, y así resuelven el tema de plano. La Casa Real es modélica en ese
aspecto, pero es que la inmunidad les viene ya de serie a sus miembros, las
listas electorales ni son para ellos/as, ni se las espera.
Ayuso carece de sangre azul y reúne condiciones de
imputada por los cuatro costados. Pero nadie la imputa. No hay pruebas
suficientes, que dicen. Ya tal. De modo que concurrirá a las próximas
elecciones con el ánimo alegre de esa derecha briosa eternamente dispuesta a
hacer borrón y cuenta nueva para evitar la imputación judicial hasta la llegada
de la prescripción, ese paraíso reservado solo a los corruptos más pudientes.