Vista
aérea de la Acrópolis de Lindos. El cuartel de los caballeros hospitalarios
ocupaba su lugar junto a una basílica bizantina sucesiva a la stoa de
un templo dedicado a la Atenea Lindia. A la pequeña bahía que se abre bajo la
roca llegó náufrago San Pablo, en el curso de sus viajes de predicación. Toda
la isla se convirtió entonces a la nueva religión, según escritos de la época,
tal vez más propagandísticos que objetivos.
Después de la caída del Reino de Jerusalén en manos
sarracenas, y de la pérdida de San Juan de Acre, la magnitud del desastre para
la cristiandad llevó al emperador de Bizancio y al maestre de la Orden militar de
San Juan o del Hospital, a concertar la compra por esta última de Rodas y otras
islas vecinas. La idea de fondo era estratégica; la isla era la llave que garantizaba
el control de la navegación entre Constantinopla y los Santos Lugares. Los
caballeros hospitalarios, aguerridos, bien entrenados y siempre activos, eran
una fuerza nutrida de intervención inmediata capaz de abrir los estrechos para
los peregrinos y de cerrarlos al paso de las fuerzas hostiles a Bizancio, dada la
superioridad de maniobra de sus galeras, muy superior a la poco entrenada marina
otomana o egipcia.
Tal fue una de las muchas historias de Rodas, que ya había
sido famosa como fortaleza inexpugnable desde finales de la Edad Antigua, bajo
el símbolo del Coloso.
Los caballeros hospitalarios fortificaron la ciudad y el
puerto, y se reservaron la zona de tierra más próxima a este último. Cuando el
Hospital de Peregrinos quedó pequeño, un catalán, Antoni de Fluvià (aparece en
la serie de retratos de los maestres con el florido nombre a la francesa de “Antonie
Flouvien de la Rivière”), decidió costear de su propio peculio un hospital
nuevo y más capaz, una parte del cual alberga hoy el Museo Arqueológico. El
llamado “Collacchio”, la parte de Rodas reservada a los Caballeros, iba desde
la antigua ágora, en la que todavía son visibles los restos de un templo a
Afrodita próximos a los dos hospitales, antiguo y nuevo, y a la iglesia de
Nuestra Señora del Collacchio, hasta el punto más elevado de la ciudad, la clave
de la defensa, el complejo formado por la catedral de San Juan y el
palacio-fortaleza del Maestre. Entre uno y otro grupo de edificios corre la
asombrosa calle de los Caballeros (“odos Ippoton”), a cuyos flancos se
alineaban los albergues de las siete “naciones” que integraban la orden.
Contrafuertes en una de
las revueltas de la calle de Ayios Fanurios, en la Ciudad Vieja de Rodas. San Fanurio
es el patrón de la ciudad, y murió mártir de las legiones romanas en uno de
tantos imprevisibles giros de guion de la historia de Rodas. Su iglesia,
subterránea, está en un extremo de la larga calle, cerca de la muralla
exterior.
Del otro lado de la antigua muralla bizantina que marcaba
los límites del Collacchio quedaba una ciudad abigarrada, ruidosa, laberíntica,
uno de los zocos comerciales más activos entre el oriente y el occidente de la
época. La Rodas popular prosperaba en la paz y el comercio, y se encogía cuando
soplaban vientos de guerra. Luego, fuera de las murallas, una tercera comunidad
dispersa por los campos de cultivo, el campesinado, aseguraba la subsistencia
de guerreros y mercaderes.
Los caballeros disponían además de una serie de fortalezas
costeras desde las que prevenir invasiones caso de que fallara la alerta
temprana de las galeras de la orden, siempre activas. Lindos era la principal
de ese anillo de fortalezas menores, y otras con guarniciones permanentes se encontraban
en Arkánguelos, Kritinía o Monolithos.
Casi nada de todo ello ha desaparecido. Cuando la isla no
pudo resistir más el asedio de las tropas del sultán Solimán, este, harto de
perder hombres en los continuos asaltos, se avino a dar por buena una capitulación
que permitió salir de la isla a los caballeros con sus familiares y toda su
impedimenta, mientras el nuevo orden otomano se obligaba a respetar de forma
escrupulosa las propiedades de los caballeros.
Pero no respetó nada más. Los rodios, abandonados a su
suerte por la orden de los caballeros, cayeron en una esclavitud rigurosa y sin
esperanzas. Se levantaron hermosas mezquitas y los notables turcos construyeron
espléndidas mansiones pared con pared de los edificios celosamente respetados
del Hospital.
Esa es la Rodas que puede verse hoy. Solo las advertencias
del Patrimonio Mundial de la Unesco han podido impedir que se derribaran las mezquitas
que visibilizaban la larga esclavitud del pueblo rodio. En la etapa de entre
guerras del siglo pasado, los arquitectos de Mussolini emprendieron una obra de
restauración valiosa, y en ocasiones de imaginación estética gratuita, para
poner en valor la Rodas de los caballeros. Desde que la isla volvió a manos
griegas y fluyó la financiación de la Unesco, se han emprendido nuevos
programas de recuperación histórica y artística. Al Argonauta que arriba hoy a
sus riberas, le espera una Rodas deslumbrante, y en buena medida desconocida.
A algunos Rodas nos ha dado incluso algo más: mis dos
nietos son rodios, y allí, en el pueblo de Soroní, tiene mi yerno una casa, alguna
tierra plantada de olivos, y un círculo familiar entrañable. Cosas de un valor
inmenso.
Un
grupo de turistas catalanes delante de la embocadura de una de las puertas de
la muralla, la de San Juan. Las puertas incluyen dos puentes sobre los dos
fosos concéntricos, y un túnel en zigzag para prevenir la irrupción de una
posible carga de caballería.