La
Luna ilumina la noche y orienta a los marinos; las luces del barco no dan
claridad más allá de la cubierta. (Sant Pol desde mi terraza, noche del pasado
5 de abril)
No fue buena idea dar la orden de “rompan filas” para
abordar las elecciones municipales y autonómicas desde las posiciones elevadas
del campanario de cada cual. La política de progreso en marcha exigía una concreción
mayor, un sentido finalista y una unidad de propósito visible. Los resultados
han sido muy malos, y de poco ha ido que fueran pésimos para el gobierno de
progreso, que se ha visto rebasado por la movida resistible de las derechas
ultras.
Campanario y solo campanario, eso hemos visto. Ningún
entendimiento entre autonomías, ningún proyecto común, ningún apunte de esa pedagogía
pre-federalista que suele predicarse con profusión en los períodos entre
campaña y campaña electoral.
Ahora solo queda reaccionar en la segunda parte del
encuentro, convocada de urgencia, y recurrir a la heroica, tal vez a los
penaltis. Puede que el intento salga bien, pero eso no abonará los resultados
obtenidos hasta ahora. Andalucía es un desastre irremediable; Madrid, un agujero
negro, y renuncio a seguir enumerando calamidades. Xavier Trias lo ha hecho por
mí: “Que us bombin!” Descontado el sobreentendido sexual, muchos
sentimos que hemos sido bombardeados en aplicación de una estrategia estéril de
todos contra todos y de tierra quemada. Algunos, en Barcelona por ejemplo, incluso
se sienten satisfechos del resultado.
Esperemos que emerja con fuerza Sumar para el inminente
julio. Esperemos que el bendito “sanchismo” tan criticado recupere la iniciativa
frente a la segunda alma del PSOE, esa que reaparece cíclicamente para husmear
por los rincones de la geografía hispana las posibilidades de negocio latentes
en una política enana y caciquil, un cambalache de barra de bar de
pueblo.
No podemos permitirnos un nuevo 28M, sería el último.