Orgullo de partido, así traduce Manuel Sacristán la «boria di partito» de la que habla Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel. Es exacto, pero conviene añadir un
matiz importante. Para hablar simplemente de orgullo, la lengua italiana ya
posee la voz orgoglio. Se emplea boria en un sentido más peyorativo. Es
orgullo no legítimo, torcido; es altanería, vanagloria, fachenda. El lector
interesado puede encontrar la expresión y sus porqués en A. Gramsci, Antología. Selección, traducción y
notas de Manuel Sacristán. Siglo
XXI Editores, 1970. Pág. 347 ss.
He ido a dar con ese texto empujado por la sensación de que
podía añadirse aún alguna sustancia a la reflexión que sobre los partidos
políticos de hoy mismo entonó Javier Aristu con “Callejero perdido” en su blog
En Campo Abierto, y que yo adorné desde una segunda voz o un eco lontano con el texto publicado ayer en
este Punto y Contrapunto. Añado ahora más voces al coro. Son voces ya añejas,
pero o mucho me equivoco o sus argumentos encajan al dedillo, por sorprendente
que parezca el hecho, en la situación actual. Hablan para vosotros, queridos
lectores, Gramsci-Sacristán por un lado, y Vladimir Ilich Lenin por otro (en un cameo breve pero jugoso), traídos a cuento
por Paolo Spriano (Turín 1925 – Roma 1988), que fue historiador y profesor de
historia de los partidos políticos en la Universidad La
Sapienza de Roma. En 1987 Spriano redactó un texto corto, “Boria di partito”,
para un libro de bolsillo publicado por l’Unità en conmemoración del
cincuentenario de la muerte de Gramsci. El volumen se titula «Gramsci. Le sue
idee nel nostro tempo», y esta es la aportación de Spriano:
«La expresión “boria di partito” ha entrado en nuestro
vocabulario político, como tantas otras de Gramsci, sin una precisión
suficiente sobre el sentido en que empleó el término. En una nota de los Quaderni, Gramsci
razona sobre el proceso de desarrollo de un partido político, en el momento en
que alcanza «una tarea precisa y permanente». El cuándo llega ese momento da
lugar a muchas discusiones y, con frecuencia, «también, desgraciadamente, a una
forma de orgullo que no es menos ridículo y peligroso que el “orgullo de las
naciones” de que habla Vico.» Y en la misma nota, más adelante, el autor vuelve
sobre el término: «Hay que despreciar el “orgullo” de partido y sustituirlo por
hechos concretos.»
»¿A qué partidos se refieren el juicio y la advertencia gramsciana? Su discurso
tiene un carácter general, y para entender el ámbito histórico y la complejidad
de sus razonamientos conviene examinar (con la ayuda preciosa del índice
temático de la edición Gerratana) todos los textos relacionados con el tema del
partido político, el cesarismo, el parlamentarismo, etc., que tienen de hecho
un carácter circular. La referencia más precisa en este caso va dirigida tal
vez a los partidos demócratas y socialdemócratas, para los que ya el Gramsci
dirigente, en su informe de agosto de 1926, había señalado «tres estratos»: el
estrato restringido de dirigentes e intelectuales, las masas influidas por el
partido, y ese otro estrato que hoy llamaríamos de los militantes, que une y
pone en contacto al «grupo de los capitanes» con las masas.
»En la nota de los Quaderni, no
obstante el lenguaje necesariamente críptico, el discurso de Gramsci abarca
asimismo la naturaleza del partido obrero, revolucionario. Se da una llamada no
sólo a la disciplina y a la fidelidad necesarias, sino además a las soluciones
que el partido debe saber indicar para los distintos problemas puestos sobre el
tapete; en otros términos, a la función dirigente nacional que el partido puede
asumir. Únicamente en este caso cabe hablar de un partido «formado».
»Y aquí, si abarcamos el conjunto de las observaciones y de las constantes de
la inspiración de Gramsci, nos damos cuenta de que, si bien parte de una
concepción terzinternacionalista del partido, que subraya la primacía del grupo
dirigente, tiende a superarla tanto a través del relieve que da a la cuestión
de la hegemonía, de la influencia cultural que ejerce, como con la puesta en
guardia contra una separación de la masa social que el partido quiere
representar, so pena de transformarse así «en un cuerpo superpuesto que
responde a una lógica distinta». El partido, por tanto, debe reaccionar «contra
el espíritu de rutina, contra las tendencias a momificarse y resultar
anacrónico». De otro modo, la burocracia interna amenaza con convertirse en
«una fuerza conservadora peligrosa».
»La concepción de un partido abierto a la sociedad, que sabe moverse en el
interior de ésta, de un partido de masas, volvemos a encontrarla en otra nota
importantísima, aquella en la que Gramsci precisa que «en la política de masas
decir la verdad es una necesidad política». Es decir, no está enunciando un
principio moral, sino más bien una condición para que el partido mantenga el
ligamen con las propias raíces, ese ligamen que le posibilita llevar a cabo una
acción en el seno de la sociedad. A Gramsci no le gustan los mitos como tejido
conectivo, ni los carismas de este o aquel dirigente, y tampoco considera
«eterno» un partido. Una sociedad sin clases será una sociedad sin partidos. En
consecuencia, no hipotiza el partido único como expresión de esa sociedad
nueva. Al mismo tiempo estudia la vida política, y en particular la vida
parlamentaria, como reflejo de las mutaciones ocurridas, de las crisis que se
presentan «en momentos históricamente vitales».
»No aparece en Gramsci ninguna infravaloración de las instituciones
representativas. Y en este punto, conviene añadir, sus instrumentos de
evaluación no son distintos de los empleados por Lenin cuando analizaba, en un
escrito de 1912, los partidos políticos existentes en la Rusia zarista. Lenin
polemizaba con quienes consideraban «las instituciones representativas, los
parlamentos, las asambleas de representantes del pueblo, como inútiles e
incluso perjudiciales.» «No – escribió –, donde no hay instituciones
representativas las mistificaciones, las mentiras políticas y las supercherías
de toda especie proliferan aún más, y el pueblo cuenta con menos medios para
desenmascarar el engaño y descubrir la verdad.» Para Gramsci, «destruir el
parlamentarismo no es tan fácil como parece», y el parlamentarismo «implícito»
es mucho más peligroso que el «explícito», porque «posee todos sus defectos sin
tener sus valores positivos.»
»Eso no significa, bien entendido, que por ejemplo el PCI de hoy no haya ido
más allá de Gramsci o de Lenin en la concepción del partido o en la de la
democracia política. Significa simplemente que aquellos dos grandes teóricos
rechazaron cualquier esquematismo al indagar la relación entre representantes y
representados.»
(Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea y, en los textos de
Gramsci entrecomillados, Manuel Sacristán Luzón)