domingo, 5 de octubre de 2014

ORGULLO DE PARTIDO

Orgullo de partido, así traduce Manuel Sacristán la «boria di partito» de la que habla Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel.  Es exacto, pero conviene añadir un matiz importante. Para hablar simplemente de orgullo, la lengua italiana ya posee la voz orgoglio. Se emplea boria en un sentido más peyorativo. Es orgullo no legítimo, torcido; es altanería, vanagloria, fachenda. El lector interesado puede encontrar la expresión y sus porqués en A. Gramsci, Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. Siglo XXI Editores, 1970. Pág. 347 ss.

He ido a dar con ese texto empujado por la sensación de que podía añadirse aún alguna sustancia a la reflexión que sobre los partidos políticos de hoy mismo entonó Javier Aristu con “Callejero perdido” en su blog En Campo Abierto, y que yo adorné desde una segunda voz o un eco lontano con el texto publicado ayer en este Punto y Contrapunto. Añado ahora más voces al coro. Son voces ya añejas, pero o mucho me equivoco o sus argumentos encajan al dedillo, por sorprendente que parezca el hecho, en la situación actual. Hablan para vosotros, queridos lectores, Gramsci-Sacristán por un lado, y Vladimir Ilich Lenin por otro (en un cameo breve pero jugoso), traídos a cuento por Paolo Spriano (Turín 1925 – Roma 1988), que fue historiador y profesor de historia de los partidos políticos en la Universidad La Sapienza de Roma. En 1987 Spriano redactó un texto corto, “Boria di partito”, para un libro de bolsillo publicado por l’Unità en conmemoración del cincuentenario de la muerte de Gramsci. El volumen se titula «Gramsci. Le sue idee nel nostro tempo», y esta es la aportación de Spriano:

«La expresión “boria di partito” ha entrado en nuestro vocabulario político, como tantas otras de Gramsci, sin una precisión suficiente sobre el sentido en que empleó el término. En una nota de los Quaderni, Gramsci razona sobre el proceso de desarrollo de un partido político, en el momento en que alcanza «una tarea precisa y permanente». El cuándo llega ese momento da lugar a muchas discusiones y, con frecuencia, «también, desgraciadamente, a una forma de orgullo que no es menos ridículo y peligroso que el “orgullo de las naciones” de que habla Vico.» Y en la misma nota, más adelante, el autor vuelve sobre el término: «Hay que despreciar el “orgullo” de partido y sustituirlo por hechos concretos.»
            »¿A qué partidos se refieren el juicio y la advertencia gramsciana? Su discurso tiene un carácter general, y para entender el ámbito histórico y la complejidad de sus razonamientos conviene examinar (con la ayuda preciosa del índice temático de la edición Gerratana) todos los textos relacionados con el tema del partido político, el cesarismo, el parlamentarismo, etc., que tienen de hecho un carácter circular. La referencia más precisa en este caso va dirigida tal vez a los partidos demócratas y socialdemócratas, para los que ya el Gramsci dirigente, en su informe de agosto de 1926, había señalado «tres estratos»: el estrato restringido de dirigentes e intelectuales, las masas influidas por el partido, y ese otro estrato que hoy llamaríamos de los militantes, que une y pone en contacto al «grupo de los capitanes» con las masas.
            »En la nota de los Quaderni, no obstante el lenguaje necesariamente críptico, el discurso de Gramsci abarca asimismo la naturaleza del partido obrero, revolucionario. Se da una llamada no sólo a la disciplina y a la fidelidad necesarias, sino además a las soluciones que el partido debe saber indicar para los distintos problemas puestos sobre el tapete; en otros términos, a la función dirigente nacional que el partido puede asumir. Únicamente en este caso cabe hablar de un partido «formado».
            »Y aquí, si abarcamos el conjunto de las observaciones y de las constantes de la inspiración de Gramsci, nos damos cuenta de que, si bien parte de una concepción terzinternacionalista del partido, que subraya la primacía del grupo dirigente, tiende a superarla tanto a través del relieve que da a la cuestión de la hegemonía, de la influencia cultural que ejerce, como con la puesta en guardia contra una separación de la masa social que el partido quiere representar, so pena de transformarse así «en un cuerpo superpuesto que responde a una lógica distinta». El partido, por tanto, debe reaccionar «contra el espíritu de rutina, contra las tendencias a momificarse y resultar anacrónico». De otro modo, la burocracia interna amenaza con convertirse en «una fuerza conservadora peligrosa».
            »La concepción de un partido abierto a la sociedad, que sabe moverse en el interior de ésta, de un partido de masas, volvemos a encontrarla en otra nota importantísima, aquella en la que Gramsci precisa que «en la política de masas decir la verdad es una necesidad política». Es decir, no está enunciando un principio moral, sino más bien una condición para que el partido mantenga el ligamen con las propias raíces, ese ligamen que le posibilita llevar a cabo una acción en el seno de la sociedad. A Gramsci no le gustan los mitos como tejido conectivo, ni los carismas de este o aquel dirigente, y tampoco considera «eterno» un partido. Una sociedad sin clases será una sociedad sin partidos. En consecuencia, no hipotiza el partido único como expresión de esa sociedad nueva. Al mismo tiempo estudia la vida política, y en particular la vida parlamentaria, como reflejo de las mutaciones ocurridas, de las crisis que se presentan «en momentos históricamente vitales».
            »No aparece en Gramsci ninguna infravaloración de las instituciones representativas. Y en este punto, conviene añadir, sus instrumentos de evaluación no son distintos de los empleados por Lenin cuando analizaba, en un escrito de 1912, los partidos políticos existentes en la Rusia zarista. Lenin polemizaba con quienes consideraban «las instituciones representativas, los parlamentos, las asambleas de representantes del pueblo, como inútiles e incluso perjudiciales.» «No – escribió –, donde no hay instituciones representativas las mistificaciones, las mentiras políticas y las supercherías de toda especie proliferan aún más, y el pueblo cuenta con menos medios para desenmascarar el engaño y descubrir la verdad.» Para Gramsci, «destruir el parlamentarismo no es tan fácil como parece», y el parlamentarismo «implícito» es mucho más peligroso que el «explícito», porque «posee todos sus defectos sin tener sus valores positivos.»
            »Eso no significa, bien entendido, que por ejemplo el PCI de hoy no haya ido más allá de Gramsci o de Lenin en la concepción del partido o en la de la democracia política. Significa simplemente que aquellos dos grandes teóricos rechazaron cualquier esquematismo al indagar la relación entre representantes y representados.»


(Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea y, en los textos de Gramsci entrecomillados, Manuel Sacristán Luzón)