Al señor consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid no
le importaría gran cosa dimitir porque ya tiene «la vida arreglada». Les
aconsejo que saboreen la frase, que le den algunas vueltas en el paladar para
extraer toda su sustancia. Es una frase que aflora a la superficie de los
medios surgida desde los instintos más profundos de una casta.
Se puede decir lo mismo, con algo más de literatura. Madame de
Pompadour, según cuentan las crónicas, se vio cierto día de 1757 abordada en el boudoir por su amante el rey Luis XV de
Francia. Venía el hombre desencajado: las tropas francesas acababan de ser
derrotadas por las prusianas en Rossbach. «¿Qué va a ser de nosotros ahora?»,
gimió el monarca. Y la bella encogió los torneados hombros y dejó para la
posteridad una frase inmortal: «Después de mí, el diluvio.» Hubo en efecto un
diluvio, ha escrito un historiador: un diluvio de sangre.
También la inconsciencia, el descuido y la laxitud de criterio
de las autoridades sanitarias han podido provocar un diluvio de sangre en la
crisis del Ébola. Pero al consejero le trae al soslayo, porque él tiene «la
vida arreglada». Que los demás se arreglen también, por su cuenta. Si se
equivocan, en el pecado llevarán la penitencia. Incluidos quienes no han
pecado, si el contagio se dispara a otros barrios, que siempre serán barrios
populares y no exclusivos. Esa no es cuestión que quite el sueño a la Autoridad (a la Austeridad ).
Algo parecido debieron de pensar en su momento los dirigentes de
Caja Madrid. Los suscriptores de opciones preferentes, los hipotecados, los
mindundis, que se apañen como buenamente puedan: yo ya tengo la vida arreglada,
el retiro blindado. Y para mejor redondeo, también tengo una tarjeta black. «A
mí plin», sería la traducción al castizo de su actitud. O dicho en latín: Fiat Bankia, pereat mundus. En eso estamos.