Esta es una historia muy antigua acerca de una forma poco común
de entender el servicio público y las recompensas y prebendas que cabe esperar
de su ejercicio. No debió de ser muy normal ni siquiera en la época en que
ocurrió, puesto que se convirtió en una leyenda popular en la Roma republicana y cuatro
siglos después todavía la tenía presente Cicerón (en De Senectute, XVI, 56). Cada cual puede
establecer las comparaciones pertinentes con situaciones y personas de la
actualidad.
En el siglo V antes de Cristo el pueblo latino de los ecuos
declaró la guerra a Roma, y ante la emergencia el Senado acordó nombrar
dictador al general ya retirado Lucio Quincio Cincinato. La dictadura no tenía
entonces las connotaciones que luego se le han adherido; era sencillamente una
magistratura excepcional que se concedía por un periodo máximo de tres meses y
durante la cual todas las magistraturas restantes quedaban suspendidas.
Una delegación del Senado fue a informar del nombramiento a
Cincinato, y lo encontró arando un campo. Abandonó al instante su trabajo, se
revistió de sus armas, se puso al frente del ejército y tras una rápida campaña
consiguió una victoria decisiva sobre los ecuos. Habían pasado dieciséis días
desde su nombramiento.
Corrió entonces a Roma, se presentó en el Senado y declaró que
venía a devolver los poderes extraordinarios recibidos.
– ¿Por qué tanta prisa? – preguntaron los senadores,
sorprendidos. Y Cincinato les respondió:
– Tengo un campo a medio arar.