miércoles, 29 de octubre de 2014

ENTRE EL SUSTO Y EL DISGUSTO

Según una opinión publicada en el Correo que se comentaba esta mañana en la cadena SER, la ciudadanía en general se encuentra en un aprieto después del descubrimiento de redes de corrupción organizada en las que ha estado participando un gran número de “gente de bien”, es decir, para entendernos, de beneficiarios mayoritarios de la confianza popular expresada en votos. El aprieto consiste en la incertidumbre de votar «a quienes nos disgustan, o a quienes nos asustan».

Bravo dilema. Interpreta el autor del artículo del Correo que el statu quo nos disgusta pero por otra parte el cambio nos asusta, lo cual viene a resultar peor aún. Este enfoque particular del problema de la corrupción implica una inferencia más sutil: hay que elegir obligatoriamente entre lo uno o lo otro. O sea, yendo al fondo del problema: no es posible darnos un gusto sin susto, y la corrupción resulta tolerable en la medida en que nos previene de males que juzgamos mucho peores.

Una conclusión – en el caso de que la demos por buena, cosa que ni se me pasa por la cabeza – que resulta bastante paradójica. Hubo un tiempo en el que se daba por supuesto, porque así lo difundía la propaganda franquista, que el triunfo de las hordas rojas conllevaría la expropiación forzosa de los pequeños negocios de toda la vida y de los ahorros acumulados céntimo a céntimo, la pérdida de la vivienda familiar, la precariedad, la carestía, la miseria y el hambre. Todas esas catástrofes están presentes ya en nuestro país, sin necesidad de hordas rojas. (Quienes piensen que exagero pueden consultar las estadísticas de la Unicef en su reciente informe sobre España Los niños de la recesión.) Y no vale decir que los malos tiempos pasaron y el futuro será mejor: sabemos que las tarifas de la luz y el agua van a volver a subir el año que viene, lo mismo ocurre con el transporte urbano, es inminente una nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral para profundizar en los “progresos” ya alcanzados, y Hacienda prepara una reforma fiscal que reducirá las exenciones por conceptos tales como la vivienda habitual, pero no corregirá el trato de privilegio a las grandes fortunas. Y por si fuera poco, ahora mismo acaban de endeudarnos de por vida a todos los contribuyentes con don Florentino Pérez, para indemnizarlo por el lucro cesante que generará a sus empresas la paralización de la Operación Castor, la cual provocaba movimientos sísmicos incontrolados en las costas de Tarragona.

La pregunta entonces es, ¿por qué elegir entre el disgusto y el susto, si podemos tener las dos cosas votando a los de siempre? La nueva legislatura será como una secuela novedosa de Pesadilla en Elm Street que nos sumergirá en un carrusel de emociones fuertes. Nuestra benemérita clase política apartará de nuestra frágil democracia la sombra de un régimen chavista; combatirá sin tregua el populismo y el asambleísmo, y castigará con multas millonarias y con rigurosas condenas de cárcel a quienes protesten en la vía pública. Es posible que, en justa contraprestación por tal desempeño, siga estafando a los pensionistas, desahuciando a quienes no puedan asumir el peso de sus hipotecas, desmantelando la sanidad pública, estableciendo nuevos copagos y cobrándose el 3% por la adjudicación a dedazo de la obra pública. Son temas que, en opinión de los oráculos y las sibilas del poder, disgustan a la opinión pública, sí, pero no la asustan. La opinión pública está ya más que acostumbrada a tales eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, de modo que adelante.