domingo, 26 de octubre de 2014

ANTES DE LAS ELECCIONES


Las candidaturas del tipo Ganemos conseguirán resultados estimables sin la menor duda en las próximas elecciones municipales: un buen número de concejalías y muy posiblemente algunas alcaldías, bien en solitario o bien, de forma más previsible, a través de pactos de gobierno con otras listas si no se hace efectiva a fin de cuentas la intención apuntada por el gobierno de cambiar las reglas del juego in extremis.

La historia no terminará ahí, en todo caso. Más bien empezará. La política no es una comedia romántica de Hollywood en la que después del Happy End se encienden las luces de la sala y los espectadores marchan a sus cosas. Aquí la película sigue, y puede haber serios problemas de encaje entre los usos habituales de la democracia directa y la representativa. En el sistema de partidos que ha sido el nuestro, los cargos electos disconformes con la orientación colectiva que les llegaba de sus estados mayores han optado en general por el recurso al grupo mixto o al concejal no adscrito para eludir la disciplina y seguir en sus cargos y sus remuneraciones hasta el final del mandato. Si la candidatura de la que provienen dichos cargos se ha formado a partir de un conglomerado de fuerzas sociales unidas tan sólo por un pegamento coyuntural, y los elegidos se sienten reforzados en su representatividad personal después de haber pasado por unas primarias, hay altas probabilidades de que se produzca una diáspora sin precedentes en los consistorios.

Hará falta un plan previo. No me refiero a un programa consensuado y plasmado en un tríptico en papel cuché. Hablo de un plan detallado que incluya obligatoriamente un método de evaluación y verificación punto por punto, plazo por plazo, de todos los aspectos incluidos en el o los programas concertados por el bloque de fuerzas comprometido para la victoria. Es un tema que suele dejarse en el olvido, incluso en el ámbito de funcionamiento de los partidos y de otros institutos más o menos afines, cuando éstos eligen o designan a personas para formar parte de un organismo cualquiera. Ese olvido o descuido en el seguimiento de la actuación de unos representantes cuya conducta compromete a toda la organización que los nombró, ha sido un fallo en el que nuestras izquierdas han incurrido históricamente, y ha dejado un poso perceptible de desencanto e incluso de indignación en la militancia y en la ciudadanía.

Pero no me estoy refiriendo únicamente a conductas individuales ni a cuestiones de ejemplaridad, sino a objetivos políticos colectivos, y al itinerario previsto para alcanzarlos. La asamblea es efímera, y el mandato que otorga es puntual. El seguimiento de un mandato cuatrienal en la casa consistorial de una ciudad mediana o grande, con la complejidad de problemas que implica y la posibilidad permanente de la aparición de urgencias no previstas, no puede resolverse a partir de una batería de nuevas asambleas. Habrá que buscar otras fórmulas. Quizá convenga prever de antemano, antes de las elecciones, la constitución de unos organismos plurales de control y de seguimiento, en contacto permanente tanto con los representantes como con los electores, y responsables también ante estos últimos.


Este es un tema capital, a lo que entiendo. Lo diré al estilo Quijada, compañero inseparable de luchas sindicales hace ya sus buenos treinta y tantos años: o ponemos entre todos hilo a la aguja en este asunto, compañeros, o no nos comemos un rosco.