Yolanda
Díaz y representantes de distintas organizaciones no gubernamentales en Madrid,
Matadero, 8.7.2022
Yolanda Díaz ha emprendido un proceso dirigido a sumar
voluntades e iniciativas capaces de recomponer una izquierda plural con cara y
ojos, en la tesitura nada amable en la que nos encontramos.
Quiero decir en primer lugar que tiene toda mi simpatía y,
hasta donde lleguen los “muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya
desmoronados”, también todo mi apoyo.
El punto de partida de Yolanda viene a ser parecido, aunque
en todo lo demás las diferencias son muchas, a la movida de un grupo de personas
que hace pocos años (parecen muchos, sin embargo) nos pusimos a la tarea de
poner en las redes una revista digital capaz de proporcionar alimento a una
izquierda multiforme. La revista se llamó “Pasos a la izquierda”, y Javier
Aristu fue el principal encargado de buscar eficacia, audiencia y un equilibrio
adecuado para el producto. Todos los que estábamos entonces a su lado llegamos casi
sin discusión a una conclusión similar a la que ahora enuncia Yolanda Díaz: «Esto
no va de partidos.»
He visto desde entonces algunas opiniones significadas concordantes
con la nuestra: los partidos políticos que se reclaman de la izquierda (los de
la derecha son enteramente otra cosa) necesitarían con urgencia una refundación adecuada,
basada en un replanteamiento global de sus objetivos.
Han leído bien: refundación. Esa palabra se barajó en algún
momento en relación con los sindicatos, pero nadie la aplica a los partidos, a
pesar de que nacen y mueren, se hacen y se deshacen sin parar. Los partidos que
deberían refundarse son los históricos, los que han tenido algún peso; y no se
trata de que viajen de nuevo a los orígenes, sino de que se ajusten de forma
conveniente a un mundo en el que todas las premisas, y los puntos cardinales que
ofrecían orientación al viajero, han cambiado.
Marco Revelli, sociólogo y catedrático italiano de Ciencia
Política, ha expresado así el problema: «Hoy están en crisis, al mismo tiempo,
la representación política y la representación social … El electorado se
mantiene fuera de la representación política. Las tasas de participación
electoral están en caída libre, y eso nos dice que las formas consolidadas de
la política sufren una crisis gravísima de confianza, y que el gran problema de
la crisis de una democracia ya no legitimada ni siquiera por el 50% de los ciudadanos,
es que se ha producido una fuga radical de las formas tradicionales de representación,
sin que estén siendo sustituidas por otras.» (M. Revelli, “Sindacato e
partito, storia di un rapporto complicato”, Ediesse 2016).
Si miramos atrás a la historia de los partidos políticos europeos,
su gran momento se produjo en los llamados “treinta años gloriosos”, después de
la Gran Guerra mundial contra el nazismo y el fascismo. Entonces confluyeron un
gran impulso democrático popular y una estatalización de las formas políticas
que favoreció la verticalización de las relaciones; las fuerzas productivas conocieron
una extraordinaria expansión gracias a la mecanización de los procesos en
hábitats muy concentrados (las grandes fábricas); hubo una incorporación masiva
de las mujeres al trabajo, y un fuerte impulso igualitario; se procuró una política de pleno empleo, y se perfeccionó
la previsión y protección universal de la ciudadanía a cargo del Estado, mediante
los instrumentos del welfare.
Estas fueron las premisas del florecimiento de partidos tendencialmente “de
masas” nutridos y disciplinados, que reclamaron para sí la primacía del mando
de las operaciones y se sirvieron de los sindicatos de modo parecido a como el
ferrocarril utilizaba el ténder para proveer de combustible a la locomotora del
progreso.
Es lícito que nos preguntemos en qué medida la situación descrita ha de mantenerse invariable, cuando la fábrica ha implosionado, se ha producido una nueva revolución tecnológica, el Estado se ha jibarizado, la previsión social se deteriora de día en día, el pleno empleo es una utopía y todo el panorama social y político ha cambiado alrededor. Yolanda Díaz cree que no, que lo que procede en este momento es simplemente sumar voluntades para organizar en condiciones mínimas pero aceptables una representación sustancial de un electorado extremadamente variopinto y fragmentado.
Yo creo lo mismo que Yolanda. Simpatizo con los partidos
políticos en general, y con alguno de ellos más en particular; pero creo que dadas
las tasas de representación de la sociedad que ostentan, no han de tener la primacía
en nada. Deben hacer autocrítica en la medida de lo posible, y en todo caso
arrimar el hombro sin reclamar privilegios ni lugares destacados en las listas.
Solo de ese modo se podrá avanzar.