Frente
a los ábsides de la abadía “canónica” de Vilabertran, en el Alt Empordà, junto
a Figueres.
He sentido una consternación muy grande al leer la noticia
de las puñaladas que recibió Salman Rushdie en un escenario de Buffalo. Sucesos
así denigran esa “sociedad permisiva” que aparece perfilada en tres
cuartos, cadera alzada y envuelta en transparencias con brillibrilli, en las propagandas oficiales. Hay aún aspectos
muy negros, rastreros y miserables en el fondo de la condición humana, del
mismo modo que hay cloacas fétidas por debajo de la fachada impecable de los
Estados democráticos. Negar una falla estructural tan obvia en nuestra condición,
así como aplicar cataplasmas de secreto para curar las úlceras producidas por
agentes corrosivos varios en las instituciones, es de un buenismo que no ayuda
a nadie, y en cambio empeora las expectativas de todos.
No es de eso de lo que me dispongo a hablar, sino de Salman
Rushdie. Poco puedo decir de él como escritor, porque no lo he leído. Una
manera suave de decirlo es que no es uno de mis autores preferidos. Tuvimos un
desencuentro desde el principio, cuando empecé a leer “Hijos de la
medianoche”, un libro que todo el mundo alababa. A mí la fantasía oriental
me va más bien poco, el Antiguo Testamento por ejemplo lo tomo a beneficio de
inventario y me sale a devolver; pero es que además aparecían en la trama no sé
cuántos hijos de alguien con una señal corporal precisa (no recuerdo cuál), que debido a
ello eran perseguidos y asesinados por las autoridades.
– Oye, esto es “Cien años de soledad”, ¿no? – le dije a mi
hermana, que me había prestado el volumen.
– No, qué va, es muy distinto, ya verás.
A mí no me pareció tan distinto, y el libro se me cayó de las manos. Gabo ha sido de siempre uno de mis autores favoritos, y me fastidió que alguien le copiara con tanto desparpajo un recurso literario. Cuando salieron los “Versículos satánicos”, acompañados por la publicidad escandalosa de una "fatua" emitida por un imam, yo estaba ya en otra dimensión. Anatole France explicó en una ocasión por qué no había leído la Recherche: «La vida es demasiado corta, y Proust demasiado largo.» Respeto su opinión, aunque a mí Proust siempre se me ha hecho demasiado corto, y lo leería indefinidamente para tener la sensación de que mi vida está más llena y contiene mejores gratificaciones. En cambio la "fatua", a mi entender, no añadía ningún valor particular al producto de Rushdie, que se me hacía demasiado largo de leer. No es mi intención pontificar sobre ese asunto, sé que hay opiniones distintas, cada cual tiene sus gustos y sus líneas rojas.
Todo lo cual no significa que no apoye de forma incondicional a
Rushdie en este episodio inadmisible. Muy al contrario. Porque el pecado de Rushdie
ha sido literario, y el odio que ha despertado en determinados sectores del
inframundo ha sido un odio a la literatura, a toda ella.