Carmen
y yo, agosto de 2022. En nuestra preplanificación familiar no hay, lamento
decirlo, ningún nacimiento previsto. (Foto, Glòria Gutiérrez)
Isabel Díaz Ayuso está preocupada por la baja natalidad en
España, y echa la culpa del estropicio, cómo no, al gobierno de Pedro Sánchez,
como si en los tiempos del patriarca don Mariano nos vinieran los niños a
capazos y con un pan debajo del brazo.
Ayuso adoba su denuncia con un mapa en el que aparecen coloreadas
las natalidades de cada provincia. En la España vaciada, las zonas en blanco y
en rosa muy claro indican una natalidad situada por debajo de la mortalidad: en
una palabra, el despoblamiento. Si se ajustaran los colores a los municipios en
lugar de a las provincias, el blanco se extendería imparable por el mapa; solo
las capitales provinciales y algunas ciudades grandes mantienen cierto pulso
vital en este asunto. Gracias a la inmigración, sería justo añadir; porque
nuestros connacionales ya no esperan nada bueno del futuro
Ayuso no se interroga sobre las razones de una tasa de
natalidad ínfima, pero asegura tener un plan. Esto es exactamente lo que ha
revelado en Twitter: «En Madrid hemos puesto en marcha un programa único
este año y con nuestro gobierno siempre irá a más.»
No es un anuncio demasiado informativo, por decirlo suave. Quizás
alguien pueda aclararme en qué consiste exactamente ese programa “único” y para un año, y
en qué variables incide. Temo que todo se reduzca a más de lo mismo. Lo único
que conozco es la respuesta del economista Julen Bollain: “Según UNICEF, 1 de cada 3 niños y niñas en la Comunidad de
Madrid vive en riesgo de pobreza y exclusión social. Ocupaos, en primer lugar,
de que quienes ya han nacido tengan unas condiciones de vida dignas, por favor.”
IDA no se está apresurando a contestar. Alguien podría suponer
que está negando la mayor: uno de sus altos funcionarios ha asegurado que “no
ve pobres” en la Comunidad. Oiga, caballero, ¿ha mirado usted bien?
En resumen, es de temer que el plan de IDA sea continuación
del que puso en marcha con las residencias de ancianos durante el covid: negar la
existencia del problema, desentenderse de las personas – abuelos antes, niños y
niñas en el caso actual – en riesgo de pobreza y exclusión, y ofrecer
únicamente ventajas a las clases altas, con bajadas de impuestos y un elitismo
aposentado en la sanidad y la educación privadas.
Para ese viaje terriblemente tóxico no hacen falta
alforjas. La sabiduría popular lo ha etiquetado hace ya siglos con un refrán contundente:
“El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Es lo que nos propone en último término
la lideresa, enfrentada a un gobierno central que insiste tozudo en su empeño de
no dejar a nadie atrás en la salida de la crisis.