martes, 16 de agosto de 2022

VIOLADORES ABSUELTOS

 


Apolo parece haber alcanzado su objetivo, pero la ninfa se evade metamorfoseándose en laurel (Gian Lorenzo Bernini, “Apolo y Dafne”, copia)

 

El estereotipo es muy fuerte; se diría que el problema real de género consiste en que las mujeres carecen de la consideración de personas individuales y solo son, así en montón, género. Su “no es no” resulta inefectivo, cuando no inverosímil. En tanto que género, solo es concebible su sumisión a la norma común: blanco, líquido y en botella, es leche, imposible suponer una leche que se niegue a ser leche.

Hay antecedentes históricos y literarios, sin embargo, que humanizan a la mujer. La diosa Ártemis le soltó a Acteón su propia jauría por haber presumido en la barra del bar de haber tenido una relación con ella mientras los dos cazaban. El chico quedó literalmente destrozado.

Dafne escapó de la persecución insistente y engorrosa de Apolo convirtiéndose repentinamente en un arbusto: un laurel en concreto. El dios no entendió la indirecta y se lastimó las partes que más dispuestas tenía a una interacción provechosa para él y supuestamente colmo del deseo de una simple ninfa. Mala suerte, otra vez será.

Hay una bonita Oriental de José Zorrilla en la que el moro renuncia a la cristiana raptada que no para de llorar mientras él la conduce a la vega del Genil. El aguerrido capitán intuye la existencia previa de otro amor, allá en tierras bercianas: «Hurí del edén, no llores, vete con tus caballeros.» Posiblemente no había tal enamorado, y ella añoraba tan solo a sus padres, su casa, sus amigas y el rato de cháchara en la fuente mientras guardaban turno para llenar el cántaro. Pero el estereotipo del género impone que solo un amor más grande excusa a una doncella de rechazar el amor ofrecido por un varón.

Más complejo fue el caso de la hija del rey de Francia, narrado en un romance anónimo. La niña pierde el camino cuando se dirige a París, y requiere la ayuda de un caballero que acierta a pasar. El caballero la monta en su caballo y, como es de rigor, la requiere de amores. Ella le advierte que es hija de un malato y una malatía (leprosos), declaración que basta para refrenar los ímpetus viriles del viajero. Llegados a su destino, ella no le da las gracias por el favor, sino que se ríe de él. Se ríe de él, atención, “genéricamente”, cosa que demuestra hasta qué punto eran dominantes esas ideas en la sociedad del tiempo. Estas son sus palabras: «Ríome del caballero y de su gran cobardía, / ¡tener la niña en el campo y catarle cortesía!»

Muy fuerte tiene que ser esa tendencia secular para que los tribunales de justicia sigan absolviendo a los violadores. A pesar de los cambios en el derecho positivo, las mujeres siguen siendo “género”, y pare usté de contar.