Lilli
Palmer como Madame Fourneau, en “La Residencia”, película de Narciso Ibáñez
Serrador (1967).
Hartos de las extravagancias de Boris Johnson, los tories
británicos – mayoritarios pese a todo –hicieron un esfuerzo de sensatez
hace cuarenta y cuatro días, y votaron ortodoxia de la buena para sustituir al
histrión. Así, con el aval de unas primarias ganadas con holgura, llegó a la
jefatura del gabinete la señora Liz Truss, una liberal de viejo cuño a la que
no se conocen más vicios que el muy probable de la disciplina inglesa.
Liz es como la Madame Fourneau de La Residencia, película
de Chicho Ibáñez Serrador que casi nadie recordará ya porque en aquella ocasión
confundimos el mensaje. Creímos que el inventor de las Historias para no
dormir nos quería asustar con el franquismo, y que podíamos reír después de
haber temblado, porque habíamos ganado. No sospechábamos que otro monstruo seguía
agazapado en el closet a la espera del momento oportuno para hacer su aparición
en escena.
No se trataba del fascismo, en efecto, sino de algo que el
fascismo envolvía entre sus pliegues y solo dejaba entrever en flashes cuidadosamente
disimulados con la aplicación oportuna del fotoshop.
La señora Truss ha tenido la habilidad de presentar en
público a la Criatura en sus justos términos, sin adornos ni efectos
especiales. Lo que nos ha puesto delante de los ojos es la Ortodoxia Neoliberal,
el invento definitivo sin afeites ni disimulos, rechacen las imitaciones. Bajar
los impuestos directos, jibarizar el Estado social, premiar a las
multinacionales y a la banca, recortar una y otra vez los restos del naufragio
keynesiano del bienestar. A la porra los pobres, el trabajo no debe ser un
medio de vida sino una condena perpetua; los salarios deben caer de forma
continuada, y las tarifas, eléctricas u otras, subir y subir sin medidas correctoras
que desmentirían la bondad implícita de la resultante de los movimientos de
vaivén de los mercados financieros.
Liz Truss vino para salvar el mundo de las finanzas primero;
y todas las demás promesas del mundo virtual neoliberal habían de sernos dadas
por añadidura.
Se va por el foro cuarenta y cuatro días después. Sic
transit, etcétera. Ni siquiera las élites financieras más contumaces han
sido capaces de sostener a su paladina. Era la Bolsa o la Vida, después de que
la nutrida audiencia se viera enfrentada en 3D y con sensurround al monstruo
jurásico, que se abalanzaba sobre ella con las fauces babeantes.
Queda pendiente la cuestión de los amigos de Liz. Me
refiero en particular a Isabel y Alberto, que han puesto sus mejores esperanzas
en los mismos principios de la pionera. De momento no está pasando nada con
ellos, porque no manejan los mandos del aparato real, sino tan solo juguetean
con un simulador de vuelo mientras predican venturas celestiales.
¿Se imaginan lo que ocurriría si llegaran a hacerse con la
dirección de la economía en crudo? Ustedes los conocen bien, les han visto y
oído en toda la porfía que hemos vivido a lo largo del último curso de
Antipolítica que han dictado a pachas entre el Senado y la Asamblea de Madrid.
Cuarenta y cuatro días al mando de todo serían una
eternidad, para ellos y para nosotros. Seguro que no aguantaríamos entre todos
tanto tiempo, ni siquiera aunque Tezanos dimitiera de su puesto en el CIS.
Liz
Truss ha anunciado su dimisión. Farewell, My Lovely!