Instantánea
del acto de presentación del libro de Javier Aristu, ayer tarde en el Espai
Assemblea de CCOO de Barcelona. Se ve en la “mesa” a Jordi Amat a la izquierda,
Javier Pacheco y José Luis López Bulla. Quedan ocultos Nuria López, entre Amat y Pacheco, y Dolors
Llobet, a la derecha. Entre el público, de espaldas, Carmen y yo, inconfundible con mis
tirantes. Fuente: Xavier Navarro.
La primera frase de la Introducción del libro de Javier
Aristu es un aviso a navegantes, escueto y drástico: «Este ensayo no trata
de identidades». Luego empieza la arremetida contra los “señoritos” que
fabricaron la “identidad andaluza”, algo que nunca existió pero que se ha hecho
remontar hasta Argantonio.
Conviene leer el libro tomando buena nota de la prevención
de Aristu. Esta viene a ser una historia de muchos andaluces diversos, con sus
identidades propias, de los siglos XX y XXI, tal como se desarrolló en la realidad.
Es decir: sin claves inmemoriales ni sentimentales ficticias. La historia de un
territorio marcado por la castellanización (la aristocracia castellana y las
órdenes militares lo habían “reconquistado” y se hicieron con los títulos de
propiedad de las tierras) y la subalternidad (Andalucía vino a ser el “patio
trasero” de la España industrial del Norte, su almacén y su repositorio en mano
de obra barata). Andalucía misma fue un gran solar apto para una agricultura
y una ganadería extensivas: para el latifundio, no tanto como sistema
productivo sino como estructura social, según un apunte del ingeniero catalán
Juan Martínez-Alier, al que Aristu cita en extenso.
Había que ajustar cuentas con los “señoritos” que
fabricaron la síntesis andaluza y la consagraron en el Altar y el Trono de la
Patria inmarcesible: Pemán, Laín, Halcón y tutti quanti. El jefe de
filas de todos ellos fue un señorito no andaluz, José Ortega y Gasset, autor infame
de una “Teoría de Andalucía” (1927), en la que, en apretada síntesis, describe
de este modo la actitud vital del andaluz: «En vez de aumentar el haber,
disminuye el debe; en vez de esforzarse para vivir, vive para no esforzarse,
hace de la evitación del esfuerzo principio de su existencia.»
Ahí está servido, ya completo y funcional, el cliché. ¿No les
suena, dicho sea de paso, la filípica de Ayuso a los jóvenes como un eco lejano
de la “teoría” orteguiana? Es casi imposible que IDA haya leído a Ortega, y del
todo increíble que, caso de leerlo, lo haya entendido; pero para esos
menesteres tiene en nómina a sus palmeros escribidores.
El músculo central del libro de Aristu no se encuentra, sin
embargo, en la diatriba contra los señoritos ni en ningún memorial de agravios.
Sino en la oportunidad actualísima de recuperar para los andaluces la
consideración que merecen por sí mismos y por su protagonismo, en una España
del esfuerzo y de la centralidad del trabajo. Y eso se refiere tanto a los
andaluces que viven y trabajan en Andalucía, como a los que se han buscado la
vida asentándose en otros lugares, en particular cuando la “migración bíblica”
de los años sesenta, pero también antes y después.
Desde aquel Éxodo prodigioso ocurrido en la España de
Franco al hilo de los Planes de Desarrollo, que acabó con la mano de obra
infinita e infinitamente barata que alimentaba a los señoritos latifundistas y
obligó a nuevos modos extractivos de rentas por parte del capitalismo regional,
los andaluces se vieron enfrentados a una alternativa crucial: ser
tradicionales o modernos. Lo que sucedió a partir de los ochenta, con la
transición a la democracia, lo apunta de forma certera Aristu en un libro
anterior, que debe ser leído inexcusablemente antes o después de este último: “El
oficio de resistir” (Comares 2017). Con ese bagaje podremos acercarnos después,
caminando sobre nuestros propios pies, a la actual situación, en la que una vez
más un número muy mayoritario de andaluces han vuelto a inclinarse por la
tradición y a rehuir la modernidad. La razón podría parecer incomprensible,
pero Aristu la encontró teorizada por un filósofo neoyorquino, Marshall Berman
(“Todo lo sólido se desvanece en el aire”), citado en el capítulo 5
del libro: la modernidad posible incluye en sí misma la certeza de que, quien
la busca, desaparecerá con ella porque todo será ya diferente.
Es seguramente por esta razón última, por lo que la tradición va
sobreviviéndose fatigosamente a sí misma en un escenario marcado por las líneas de sombra.
Termino mi diatriba con un gran abrazo a Cuca Ollero, “la
madre de todas las rebeldías, afortunadamente” (estoy citando a Javier, en la
Dedicatoria de “El oficio de resistir”); a Ana Aristu Ollero, sin cuya eficaz
aportación el libro que ayer se presentó en Barcelona no habría podido quedar
concluido, y a su hermano Carlos Aristu Ollero, venido para la ocasión de sus
trabajos al frente de las CCOO de Sevilla. Fue un privilegio verles juntos y
escucharles contar con sencillez las circunstancias únicas de los últimos años
de Javier entre nosotros.