Lina (“Cuca”)
Ollero, con sus hijos Ana y Carlos, el pasado jueves, concluida ya la
presentación del libro “Señoritos, viajeros y periodistas” en Barcelona.
Revolotea el recuerdo de Javier Aristu. La foto es de Carmen Martorell. (Advertencia: la imagen no tiene nada
que ver con el argumento del post.)
«Con la sedición no puedo seguir», ha declarado Alberto
Núñez Feijoo. No hay que tomarlo al pie de la letra, se refiere a que no puede
seguir llegando con el gobierno a unos acuerdos a los que nunca llegó; se
refiere a su horror primigenio hacia la sedición europea, plasmada en leyes
europeas de esas que él dice admirar, aunque lo desmiente a cada rato.
Sedición es, en todo caso, exactamente lo que está haciendo
en realidad Alberto. No puede ¡pero es que no puede, oigan!, obedecer sencillamente
las leyes del Estado promulgadas por los poderes legítimos reconocidos formal y secularmente
al Estado.
Hay una circunstancia curiosa en este último quiebro de
cintura del jefe nominal de nuestra leal oposición, que ocupa el rellano y simula
que se mueve a pesar de que ni está subiendo la escalera ni la está bajando, y
lleva meses así. Una circunstancia que, por lo demás, figura en el capítulo de
recursos socorridos de todos los manuales populistas al uso. Me refiero a la invocación
a la Patria para negar el Estado.
Ustedes saben lo que es el Estado: un artefacto complejo, atiborrado
de mecanismos y de contrapesos, construido en base a leyes que sopesan, gradúan
y fijan derechos y deberes mutuos de las personas, a partir de los cuales se establece
un equilibrio más o menos estable y previsible en la convivencia. El Estado no
esconde sorpresas; es algo indiscutiblemente sólido e incluso marmóreo, y por
esa razón es visto con horror por Alberto y por otros/as saltimbanquis de
vocación que no gustan de los equilibrios sino de los desequilibrios. Todos esos
artistas del alambre, desde los mitológicos Trump y Bolsonaro hasta los domésticos
Puchi y Laura, han renunciado al título de estadistas para merecer el de
patriotas. Todos ellos torpedean el Estado en todas sus facetas, de preferencia
el Estado de Derecho; y se apuntan con los ojos vendados a la adoración a la
Patria, que es una cosa etérea y bastante gelatinosa, que sirve tanto para un
barrido como para un fregado; o, puestos a utilizar el vocabulario de la cocina
“masterchef”, vale así para una deconstrucción como para una esferificación,
según se prefiera la presentación del plato.
Resulta entonces que el horror a la sedición fuerza al pobre
Alberto a “sedecirse”, desdiciéndose. En definitiva, a recaer en su posición de
descanso inmóvil, característicamente inmóvil, montando guardia frente a los
luceros.
Impasible el ademán.