domingo, 30 de octubre de 2022

IMPASIBLE EL ADEMÁN

 


Lina (“Cuca”) Ollero, con sus hijos Ana y Carlos, el pasado jueves, concluida ya la presentación del libro “Señoritos, viajeros y periodistas” en Barcelona. Revolotea el recuerdo de Javier Aristu. La foto es de Carmen Martorell. (Advertencia: la imagen no tiene nada que ver con el argumento del post.)

 

«Con la sedición no puedo seguir», ha declarado Alberto Núñez Feijoo. No hay que tomarlo al pie de la letra, se refiere a que no puede seguir llegando con el gobierno a unos acuerdos a los que nunca llegó; se refiere a su horror primigenio hacia la sedición europea, plasmada en leyes europeas de esas que él dice admirar, aunque lo desmiente a cada rato.

Sedición es, en todo caso, exactamente lo que está haciendo en realidad Alberto. No puede ¡pero es que no puede, oigan!, obedecer sencillamente las leyes del Estado promulgadas por los poderes legítimos reconocidos formal y secularmente al Estado.

Hay una circunstancia curiosa en este último quiebro de cintura del jefe nominal de nuestra leal oposición, que ocupa el rellano y simula que se mueve a pesar de que ni está subiendo la escalera ni la está bajando, y lleva meses así. Una circunstancia que, por lo demás, figura en el capítulo de recursos socorridos de todos los manuales populistas al uso. Me refiero a la invocación a la Patria para negar el Estado.

Ustedes saben lo que es el Estado: un artefacto complejo, atiborrado de mecanismos y de contrapesos, construido en base a leyes que sopesan, gradúan y fijan derechos y deberes mutuos de las personas, a partir de los cuales se establece un equilibrio más o menos estable y previsible en la convivencia. El Estado no esconde sorpresas; es algo indiscutiblemente sólido e incluso marmóreo, y por esa razón es visto con horror por Alberto y por otros/as saltimbanquis de vocación que no gustan de los equilibrios sino de los desequilibrios. Todos esos artistas del alambre, desde los mitológicos Trump y Bolsonaro hasta los domésticos Puchi y Laura, han renunciado al título de estadistas para merecer el de patriotas. Todos ellos torpedean el Estado en todas sus facetas, de preferencia el Estado de Derecho; y se apuntan con los ojos vendados a la adoración a la Patria, que es una cosa etérea y bastante gelatinosa, que sirve tanto para un barrido como para un fregado; o, puestos a utilizar el vocabulario de la cocina “masterchef”, vale así para una deconstrucción como para una esferificación, según se prefiera la presentación del plato.  

Resulta entonces que el horror a la sedición fuerza al pobre Alberto a “sedecirse”, desdiciéndose. En definitiva, a recaer en su posición de descanso inmóvil, característicamente inmóvil, montando guardia frente a los luceros.

Impasible el ademán.