La fotografía tiene, desde ayer, cuarenta y tres años: fue
tomada el 14 de octubre de 1979, en la Casa de Campo de Madrid. Las Comisiones
Obreras convocaban una concentración por el mantenimiento del poder adquisitivo
de los salarios. Yo estuve allí; no en el estrado, claro, sino abajo, entre los
concentrados, empuñando una bandera en la mano algunos ratos; nos la turnábamos
entre varios compañeros, para poder aplaudir de vez en cuando, o gritar, o
echar mano al bocata.
Había mujeres con nosotros; no muchas. En mayor proporción,
en cualquier caso, que la que se percibe en la foto de la tribuna. Aquellos
eran días de transición democrática, era un peligro cierto el significarse
demasiado, y los varones “protectores” ocupábamos por lo general el primer
plano de los escenarios.
No era machismo. Bueno, no era “solo” machismo, no era ese el
elemento más determinante. Muy pocas mujeres eran conocidas por su nombre y su
apellido, en la masa obrera en movimiento que ocupó el puesto principal en la
línea del frente para aventar los restos de la dictadura. De los varones,
algunos nombres fueron muy conocidos, repetidos, coreados. Represaliados
también, en su gran mayoría.
Ahora las cosas fluyen de manera natural, y las mujeres van
ocupando el lugar y la proporción que les corresponde en los estrados y en las
tribunas, en las ejecutivas y en los equipos de negociación. Entonces, los dirigentes
no anónimos se veían obligados a pasar con demasiada frecuencia por las
comisarías, por los tribunales, por los calabozos y por los “hábiles”
interrogatorios dirigidos por especialistas en la tortura.
Ahí tenéis a algunos de esos varones. Yo recuerdo el nombre
de media docena tal vez, de los de la foto. No más, mi memoria tampoco da ya para mucho. Aquella fue una historia colectiva,
heroica en buena medida; pero en un colectivo de grandes dimensiones, los nombres
propios tienden a quedar en un segundo plano. No fueron Zutanito y Menganito
los reunidos aquel día lluvioso; sino las Comisiones Obreras.
Eso fue lo importante.