jueves, 27 de octubre de 2022

LOS MÚSICOS DE BREMEN


 Monumento a los músicos de Bremen, obra de Gerhard Marks (1953).


A Javier Aristu Mondragón, in memoriam

Visto desde cierta perspectiva, el Estado de las autonomías se asemeja al burro, el perro, el gato y el gallo que huyeron de una granja de la Baja Sajonia y se encaminaron a la gran ciudad de Bremen dispuestos a prosperar dando conciertos al selecto público. Cada animal estaba orgulloso de su propia voz, de modo que en el primer ensayo –los cuatro optaron para la ocasión por subirse uno encima de otro para que su canto coral tuviera mayor amplitud y resonancia–, cada cual se arrancó a su aire, sin partitura, y todos chillaron a cual más para que su tesitura particular no se perdiera en la algarabía.

El éxito sorprendió a la propia empresa, según el cuento de los Hermanos Grimm. Los músicos ahuyentaron de la casa vecina a unos ladrones que cenaban juntos con intención de repartirse el botín de sus rapiñas, y los coristas consumieron los manjares y se apropiaron de los dineros considerándolos un tributo de la admiración sin límites que había provocado su despliegue artístico.

El cuento no indica qué ocurrió después; cabe imaginar, sin embargo, que la iniciativa del burro, el perro, el gato y el gallo, no tendría demasiado recorrido después de aquel estreno tan inesperadamente fructífero.

El constitucionalista Pedro Cruz Villalón advirtió en 1981 que el Estado español de las autonomías no tiene ninguna estructura jurídica determinada. Las intenciones de los padres de la Ley Suprema fueron loables sin duda, pero no han tenido traducción adecuada en el lenguaje jurídico, de modo que lo que ocurre en realidad es una disfunción organizativa, una “desconstitucionalización”. Javier Aristu lo expresa así: «Tenemos formalmente un Estado de las Autonomías, pero materialmente podemos estar en un verdadero desorden organizativo del Estado.»

Este comentario de Javier está incluido en el Epílogo de su libro póstumo “Señoritos, viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía del siglo XX” (Comares, Granada 2022), que se va a presentar esta tarde en la sede de CCOO de Barcelona. El comentario de Aristu sobre nuestra Constitución no es anecdótico, ni adyacente a la cuidadosa investigación que realizó sobre los andaluces y su transcurrir en el duro tránsito de la tradición a la modernidad; es decir, más o menos entre el ahora mismo, cuando la modernidad se ha visto rechazada una vez más en las urnas, y los años sesenta, época en la que, lo dice él mismo, “cambiaron muchas cosas”, pero se mantuvo una resistencia férrea al cambio posible de los parámetros que venían siendo considerados componentes insustituibles de la “esencia” tradicional de Andalucía, en “apretada síntesis” por decirlo con un cliché omnipresente entre nuestros tertulianos más aplomados.

Volviendo a la Constitución incompleta, lo que empezó como un problema grave pero restringido al País Vasco y Cataluña, se ha amplificado y agravado con la sublevación de Madrid y el apoyo de otros territorios. Un signo cierto de la enfermedad es que varios presidentes de autonomías se han puesto a sí mismos unos emolumentos superiores a los del jefe del Gobierno central. Aquí se detecta una cuestión de jerarquía, porque todo el mundo sabe que la jerarquía reposa en la nómina. La ocurrencia desfachatada de Moreno Bonilla, que anunció al mismo tiempo la bajada de impuestos en Andalucía y la reclamación de cien millones al Gobierno de Pedro Sánchez para cumplir con los objetivos de desarrollo propios del territorio, es otra muestra significativa del extremo al que hemos llegado. El carro delante de los bueyes; o un concierto desafinado, lo que los catalanes llamamos un “orgue de gats”, un órgano de gatos.

Les cuento en días próximos algo más sobre la presentación de campanillas de un libro que contiene apuntes sumamente importantes desde los que avizorar nuestro futuro posible. No el de Andalucía solo; también el de una España estructuralmente fallida incorporada a una Unión Europea desfalleciente.