Monumento a los músicos de Bremen, obra de Gerhard Marks (1953).
A
Javier Aristu Mondragón, in memoriam
Visto desde cierta perspectiva, el Estado de las autonomías se asemeja al burro, el perro, el gato y el gallo que huyeron de una granja de la Baja Sajonia y se encaminaron a la gran ciudad de Bremen dispuestos a prosperar dando conciertos al selecto público. Cada animal estaba orgulloso de su propia voz, de modo que en el primer ensayo –los cuatro optaron para la ocasión por subirse uno encima de otro para que su canto coral tuviera mayor amplitud y resonancia–, cada cual se arrancó a su aire, sin partitura, y todos chillaron a cual más para que su tesitura particular no se perdiera en la algarabía.
El éxito sorprendió a la propia empresa, según el cuento de
los Hermanos Grimm. Los músicos ahuyentaron de la casa vecina a unos ladrones
que cenaban juntos con intención de repartirse el botín de sus rapiñas, y los
coristas consumieron los manjares y se apropiaron de los dineros considerándolos
un tributo de la admiración sin límites que había provocado su despliegue
artístico.
El cuento no indica qué ocurrió después; cabe imaginar, sin
embargo, que la iniciativa del burro, el perro, el gato y el gallo, no tendría
demasiado recorrido después de aquel estreno tan inesperadamente fructífero.
El constitucionalista Pedro Cruz Villalón advirtió en 1981
que el Estado español de las autonomías no tiene ninguna estructura jurídica
determinada. Las intenciones de los padres de la Ley Suprema fueron loables sin
duda, pero no han tenido traducción adecuada en el lenguaje jurídico, de modo
que lo que ocurre en realidad es una disfunción organizativa, una “desconstitucionalización”.
Javier Aristu lo expresa así: «Tenemos formalmente un Estado de las
Autonomías, pero materialmente podemos estar en un verdadero desorden
organizativo del Estado.»
Este comentario de Javier está incluido en el Epílogo de su
libro póstumo “Señoritos, viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía
del siglo XX” (Comares, Granada 2022), que se va a presentar esta tarde en
la sede de CCOO de Barcelona. El comentario de Aristu sobre nuestra
Constitución no es anecdótico, ni adyacente a la cuidadosa investigación que
realizó sobre los andaluces y su transcurrir en el duro tránsito de la
tradición a la modernidad; es decir, más o menos entre el ahora mismo, cuando
la modernidad se ha visto rechazada una vez más en las urnas, y los años
sesenta, época en la que, lo dice él mismo, “cambiaron muchas cosas”, pero se
mantuvo una resistencia férrea al cambio posible de los parámetros que venían
siendo considerados componentes insustituibles de la “esencia” tradicional de
Andalucía, en “apretada síntesis” por decirlo con un cliché omnipresente entre
nuestros tertulianos más aplomados.
Volviendo a la Constitución incompleta, lo que empezó como
un problema grave pero restringido al País Vasco y Cataluña, se ha amplificado
y agravado con la sublevación de Madrid y el apoyo de otros territorios. Un
signo cierto de la enfermedad es que varios presidentes de autonomías se han
puesto a sí mismos unos emolumentos superiores a los del jefe del Gobierno
central. Aquí se detecta una cuestión de jerarquía, porque todo el mundo sabe
que la jerarquía reposa en la nómina. La ocurrencia desfachatada de Moreno
Bonilla, que anunció al mismo tiempo la bajada de impuestos en Andalucía y la
reclamación de cien millones al Gobierno de Pedro Sánchez para cumplir con los
objetivos de desarrollo propios del territorio, es otra muestra significativa del
extremo al que hemos llegado. El carro delante de los bueyes; o un concierto
desafinado, lo que los catalanes llamamos un “orgue de gats”, un órgano
de gatos.
Les cuento en días próximos algo más sobre la presentación
de campanillas de un libro que contiene apuntes sumamente importantes desde los
que avizorar nuestro futuro posible. No el de Andalucía solo; también el de una
España estructuralmente fallida incorporada a una Unión Europea desfalleciente.