… Mais sans
technique un don n’est rien qu’une sale manie…
G.
BRASSENS, “Le mauvais sujet repenti”
Vi anoche por TVE el “último” Montalbano con una punzada de
decepción. Los elementos de la larga trama estaban ahí, ahí comparecían los
actores y elaboraban sus enredos los guionistas (menos uno, el propio Andrea
Camilleri, ya fallecido cuando se rodó la historia). Pero la ausencia del Autor
revelaba que la técnica no puede sustituir al don, al contrario de lo que
declaraba Brassens en una de sus canciones emblemáticas.
Fue sin duda un esfuerzo plausible por alargar el éxito crematístico
de una saga televisiva que se había quedado sin combustible. También, en su
momento, se quiso continuar la historia de Pepe Carvalho obviando que Carvalho
era Manolo, y se prolongaron las peripecias de Mikael Blomkvist y Lisbeth
Salander a pesar de que Stieg Larsson había desaparecido. Son ejercicios de
estilo no carentes de interés, pero efímeros por naturaleza. La dialéctica que
une al personaje con su autor no es algo que se pueda transportar
mecánicamente.
Por eso tiene un interés particular, en estos momentos de
desconcierto, la lectura de Riccardino, la auténtica última aparición
del personaje Salvo Montalbano. Ojo, estoy hablando del personaje literario, no
del televisivo. Ojo de nuevo, de esa diferencia habla precisamente la novela a
la que me refiero.
“Riccardino” presenta un juego
pirandelliano, es decir, un Personaje que se rebela contra su Autor. Hay
matices importantes, sin embargo. El personaje Montalbano se sentía
razonablemente satisfecho del autor Camilleri, que ponía por escrito historias
basadas en casos suyos que él le iba contando. La asociación aportaba
beneficios a las dos partes.
Pero ahí se entrometió un tercer elemento, el Montalbano
televisivo, que consiguió las cuotas más altas de audiencia en el país – e incluso
en otros países – y se sintió con poder suficiente para dictar sus condiciones
a la pareja autor/personaje. El Montalbano TV es más guapo que el “real”, más
joven, más enérgico, más sexy. Cuando Riccardino es asesinado en la plaza de
Vigata, delante de los tres sospechosos de haber deseado su muerte y de una
colección completa de mirones, y comparece Montalbano para solucionar el caso, recibe
tan solo una atención relativa: no es “el” Montalbano que la gente ama; la
gente prefiere la pantalla a la “realidad”.
Lo cual provoca los celos del Montalbano “real”, que se lanza
a investigaciones extravagantes e incluso peligrosas para darse postín en un asunto
que muy posiblemente sea tan solo un tema de cuernos. Hasta que recibe una
llamada telefónica del Autor, alarmado: «Salvo, me estás haciendo escribir una
historia de mierda.»
Este y no otro es el verdadero final de la saga. Todo el
equipo técnico habitual, incluido el mediático actor protagonista, pueden
seguir confeccionando historias y más historias sobre el legendario personaje
al que tanto hemos amado y amamos. Pero serán, sin equívoco posible, historias
de mierda.