martes, 10 de febrero de 2015

DEL AMOR, SEGÚN LUCRECIO


El ejemplar del poema filosófico De rerum natura, de Tito Lucrecio Caro, que poseo es una edición bilingüe latín/catalán, impresa en 1928 por la Fundació Bernat Metge. El traductor fue el Dr. Joaquim Balcells, profesor de la Universidad de Barcelona. Yo adquirí los dos volúmenes por 10 euros en una Feria del Libro Antiguo y de Ocasión.
El doctor Balcells hizo un buen trabajo, a lo que puedo juzgar. No creo que haya habido malos traductores de Lucrecio, el poema es tan exigente que solo pueden atreverse con él personas de una gran formación y capacidad.
De entre las traducciones históricas del libro, la más inverosímil fue la que compuso Lucy Hutchinson, de soltera Apsley, en la Inglaterra del siglo XVII. Era una dama puritana, esposa del coronel John Hutchinson, que fue uno de los firmantes de la sentencia de muerte al rey Carlos I y sufrió por ello una larga prisión cuando se restauró la monarquía. Lucy escribió una biografía de su marido, intentó inútilmente pleitear por su libertad, y empleó muchas horas de su prolongada soledad en una traducción en verso de la obra de Lucrecio, dedicada al conde de Anglesey en 1675, y que no fue impresa hasta entrado el siglo XX.
¿Por qué tradujo la puritana lady Hutchinson a Lucrecio? Declaraba odiar los principios fundamentales de su obra y desear que desaparecieran de la faz de la tierra. Afirmó que habría arrojado al fuego su trabajo «si por desgracia no se me hubiera escapado de las manos una copia perdida». Es tan lícito creer su explicación como pensar que filtró deliberadamente esa «copia perdida» para dar a conocer al mundo una obra de la que se sentía justamente orgullosa y tranquilizar al mismo tiempo los escrúpulos de su conciencia. Con todo, dejó de traducir unos cientos de versos del Libro IV, los que se refieren al amor, con el siguiente comentario: «Muchas cosas han quedado para que las traduzca una comadrona, más en consonancia con su obsceno oficio que con una delicada pluma.» (1)
¿Y qué dijo Lucrecio del amor, que fue capaz de herir hasta ese punto la pluma delicada de la dama? Traduzco a mi vez del catalán (el latín excede de mis capacidades) un par de párrafos del citado Libro IV (versos 1037-1058, y 1074-1096).
«La simiente de la que acabamos de hablar se agita en nosotros cuando la edad adulta empieza a fortalecer nuestros órganos. Y como cada cosa es conmovida y solicitada por una causa particular, únicamente la atracción de un ser humano pone en movimiento la simiente humana en el interior del hombre. La cual, apenas es emitida desde sus bases, se retira del conjunto del cuerpo a través de miembros y órganos, se concentra en ciertos nervios y se activa precisamente en las partes genitales. Estas partes, irritadas, se hinchan de simiente, lo que genera la voluntad de esparcirla allá donde se afana el cruel deseo y el cuerpo busca aquello a través de lo cual el alma ha sido herida por el amor. Porque todos, el hecho es conocido, caemos del lado en el que hemos sido heridos, y la sangre mana en la dirección de la que llegó el golpe recibido, y, si se encuentra al alcance del brazo, el rojo líquido empapa al enemigo. Lo mismo ocurre a quien recibe los golpes de las saetas de Venus, tanto si el flechador es un efebo de miembros femeniles como si es una mujer que nos lanza el amor desde todo su cuerpo: hacia allá de donde viene la herida, hacia allá mismo se dirige el deseo, y ansía unírsele y lanzarle dentro del cuerpo el humor que brota del suyo; porque el mudo deseo le presenta un presagio de voluptuosidad.»
[…]
«Quien evita el amor no está falto de los placeres de Venus; por el contrario, goza de sus ventajas sin padecer la pena. Porque es seguro que experimentan un placer más puro quienes conservan sano su cuerpo, que no los malheridos. En realidad, en el momento de la posesión el ardor del amante fluctúa en vagabundeos inciertos, no sabe si gozar antes con los ojos o con las manos, duda de lo que busca, abraza con violencia, hace daño y con frecuencia clava los dientes en los labios gentiles o los aplasta con besos. Todo porque el placer no es puro, y por debajo siente unos aguijones que lo instigan a herir el objeto, cualquiera que sea, que ha provocado la llaga furiosa que lo aflige. Venus, sin embargo, interviene entonces en el amor, y la suave voluptuosidad interfiere y refrena los mordiscos, porque el amor suscita la esperanza de que el mismo cuerpo que está en el origen del ardor, podrá también apagar la llama. Ocurre lo contrario, la naturaleza se opone en absoluto a que tal cosa suceda. Es el único caso en el que, cuanto más poseemos, más arde nuestro corazón en un cruel deseo. La comida y la bebida penetran en nuestro organismo; y como pueden ocupar en él unos lugares fijos, resulta fácil satisfacer el deseo de beber y de comer. Pero de un rostro humano con un color y una forma hermosos, nada penetra en nuestro cuerpo de lo que podamos gozar, sino tan solo unos simulacros tenues: mísera esperanza, a menudo arrastrada por el viento.»
Si se piensa en el enclaustramiento de la dama, suspirando por la ausencia de un marido en prisión y provista de recios principios religiosos que la privaban de otras satisfacciones vicarias, es comprensible que se le hiciera insoportable traducir tales razonamientos.
 
(1) Citado en Stephen Greenblatt, El giro. Crítica 2014, pág. 221.