El coordinador
general de Izquierda Unida, Cayo Lara, ha
acusado a Podemos de lanzar una opa hostil sobre su formación. Se trata, por
supuesto, de una metáfora, pero tiene su intríngulis. La imagen que evocamos de
inmediato es la de una corporación en peligro de ser absorbida por la competencia,
o el reproche por la ausencia del fair play que cabría exigir de unos colegas
en el negocio. Una imagen inadecuada.
El intríngulis,
entiendo yo, reside en el asentamiento en el imaginario colectivo de una
concepción estática e institucional (me resisto a llamarla patrimonial) de los
partidos políticos, abandonando la idea original de su carácter dinámico y vehicular.
Es decir, los partidos se han convertido en territorios delimitados, con
fronteras y peajes incluidos, cuando deberían ser cauces, caminos, cañadas, que
facilitaran la circulación de las aspiraciones y las reivindicaciones de grupos
sociales amplios.
La esfera de la
política levita sobre la sociedad, autosuficiente, dependiente solo de una
lógica interna a ella misma. La ciudadanía forma cola delante de las ventanillas
de la política para depositar sus instancias, con firma, sello y timbre móvil
incluidos. Las instancias son atendidas o rechazadas sin necesidad de
considerandos, y sin posibilidad de recurso contencioso-administrativo contra
la resolución. Desde esa concepción burocrática de la política, la injerencia
de una fuerza en el “territorio” de otra fuerza rival se concibe como una
invasión de competencias entre negociados limítrofes.
No digo que esa
haya sido la intención de Cayo al expresar su queja. Digo que su metáfora
desafortunada nos trae la sugerencia del mundo laberíntico y autista en el que
se va adentrando, en mayor o menor medida según los casos, la práctica cotidiana
de la política, hasta desnaturalizar su razón de ser, su finalidad, sus
objetivos.
Se ha buscado un
remedio a esos problemas y un acercamiento a las bases a través de la práctica
de las elecciones primarias. Pero al hacerlo se ha olvidado la vieja recomendación de Horacio: «No basta cambiar de paisaje, es necesario
cambiar de alma.» Las direcciones se han apresurado a señalar a “su” candidato
en cada elección, e incluso han irrumpido de forma grosera en las campañas; en
consecuencia, el voto no ha expresado la mayor o menor confianza de las bases
en un candidato determinado (una nueva relación entre el arriba y el abajo),
sino la relación de fuerzas entre el aparato y el sector crítico de cada casa. El
mecanismo bien conocido del voto de castigo ha llevado a la elección insólitamente
frecuente de candidatos críticos, lo cual ha relegitimado a las corrientes y hecho
proliferar los conflictos internos.
El flamante partido
de Podemos no ha estado exento de esta dialéctica negativa. Al contrario, ha
caído de patas en ella; la dirección ha patrocinado a los suyos. Personalmente
me ha producido una gran alegría el éxito de Pablo
Echenique en Aragón; desde el primer momento me agradaron su talante y
su conciencia de formar parte de un colectivo, de estar contribuyendo a algo
común; lo veo capaz de racionalizar y templar el personalismo algo desbocado de
Iglesias, el otro Pablo.
En todo caso, les ruego que tomen mi apunte como una simple nota al margen. Y concluyamos
ya el tema.
Pues claro que hay
algo parecido a una “opa hostil” a Izquierda Unida desde Podemos. Nada nuevo.
La hay desde aquella inscripción viral del 15-M referida a toda la clase
política, también a IU: «No nos representan.»
Y lo que debe hacer
al respecto IU no es quejarse, sino trabajar para afinar y ensanchar sus cauces
y sus mecanismos de representación de una sociedad que bulle de indignación.