Suena
maravillosamente la lista encabezada por Ada Colau que
la candidatura “Barcelona en comú” (antes “Guanyem Barcelona”; una zancadilla
burocrática ha obligado a un cambio de nombre, pero el señor Fernández Díaz, baranda de las covachuelas del ramo de
Interior, aún no se ha enterado de que en estas cuestiones el nombre es lo de
menos) llevará a la votación de las bases. Ha habido una verdadera puesta en
común de intenciones, proyectos, iniciativas y trayectorias diversas. Hay
nombres. Hay ganas de trabajar. Todos a una, como en Fuenteovejuna.
El proceso puede
marcar una pauta a seguir en otras realidades, próximas y menos próximas. Cuando
se da una convergencia firme de sensibilidades diferenciadas, la última preocupación
de cada una de ellas ha de ser que su propia personalidad quede diluida en el
proceso, o que su color no aparezca con claridad suficiente en el resultado
final. Aparecerá. Todo suma, todo cuenta. Y el objetivo final de tanto esfuerzo
y tanta renuncia personal consiste nada menos que en sacudir hasta
resquebrajarlos los cimientos de un sistema corrompido y tergiversador de la
voluntad y de la soberanía popular.
En ese proceso no vale
la distinción entre derechas e izquierdas. (Respiren hondo, cuenten hasta
tres. Ahora me explico.) Lo que importa en primer término es la visión del país
como totalidad. Izquierda y derecha son, a fin de cuentas, posiciones topográficas
para un debate parlamentario, y de lo que se trata ahora es de otra cosa. La apuesta
es más alta. Nos encontramos en una emergencia, en una situación de excepción. Lo
que se está intentando, desde el proceso colectivo de una gran originalidad que
se ha emprendido a partir de distintos epicentros de gravedad, es llevar a cabo
una «reforma intelectual y moral», con profundas repercusiones en todos los
órdenes de la vida. He entrecomillado una expresión que fue acuñada por Antonio Gramsci desde la cárcel. Él lo expresó así: «En Italia no ha habido nunca una reforma
intelectual y moral que implique a las masas populares. […] Por eso el
materialismo histórico tendrá, o podrá tener, esta función no solo totalitaria
como concepción del mundo, sino totalitaria en la medida en que abarcará a toda
la sociedad, hasta sus raíces más profundas.»
La cita es literal.
A efectos de lo que hablamos, en lugar de Italia habrá que poner España (o incluso Europa), y en
cuanto al término “totalitario”, conviene recordar que, en la época en que
fueron escritas esas líneas, no tenía las connotaciones aborrecibles que hoy se
le han adherido. Lo que Gramsci quiso decir es que una reforma de tanta envergadura
va mucho más allá de las vanguardias, de las instituciones de que se dota en
cada momento el sujeto protagonista del cambio, y por supuesto del estamento
político en su conjunto; porque afectan a todos, independientemente de la
posición que ocupen en el tablero. Literalmente, afectan «a toda la sociedad, hasta sus raíces más profundas.»