viernes, 6 de febrero de 2015

MÁS (Y MENOS TAMBIÉN) SOBRE PETER PAN


Al releer el post de ayer me doy cuenta de que las palabras me han empujado más allá de lo que era mi intención. No pretendía terciar en favor de una de las partes en una polémica cuyos datos me son desconocidos en gran medida; ni convertir a Tania Sánchez Melero en la heroína de un cuento de hadas. Me dejé llevar por algunas simetrías entre situaciones no homologables, e hice funcionar un juego de espejos. Lo menos que puede decirse de los juegos de espejos es que engendran espejismos.
Quiero entonces aclarar y acotar el mensaje que inspiraba mi entrega de ayer. Su fundamento es esa propuesta de una izquierda social, que viene avalada desde Italia por Maurizio Landini. Repito su formulación básica: frente a una izquierda tradicional que se guía por la lógica del poder, la izquierda social se orienta hacia la participación.
En una versión muy simplificada y reduccionista de esa concepción, lo que se viene a decir es que ha decaído en el terreno de la transformación social la idea del partido-guía, sustituida por el compromiso solidario de la gente, de mucha gente. Gente que, como he dejado escrito en otra ocasión, se siente humillada, ofendida y abusada por el poder. Y en ese poder han tenido una cuota de participación pequeña pero significativa también las izquierdas clásicas. En ese sentido debe entenderse la afirmación algo aventurera de que ya no importa (tanto) la división entre la izquierda y la derecha como entre el arriba y el abajo.
Otro reduccionismo, seguramente abusivo, es confundir ese magma de descontento y de rebeldía con el experimento político Podemos. Desde la dirigencia de Podemos se está conectando de maravilla hasta el momento con el movimiento de fondo, pero no es improbable que esa identificación tenga fecha de caducidad, próxima o lejana. Otras formaciones de la izquierda podrían intentar lo mismo. Lo grave es que en lugar de hacerlo han omitido en sus programas y en su práctica de años recientes la atención que merecía la gente, y han peleado en cambio por asientos en las instituciones con la intención de cambiar las cosas desde arriba. A ese pecado antiguo corresponde una penitencia actual cuantificable en intención de voto.
Cuando se exige «programa, programa, programa» a los compañeros de Podemos, se recae en el mismo error. El programa, por más que esté refrendado por las agrupaciones, los círculos o las asambleas, no es en definitiva más que un elemento de orientación, un mapa del país de Nunca Jamás. Ningún programa político se ha plasmado nunca en la realidad tal como fue concebido. Será la participación masiva, el centro de gravedad muy a ras de tierra, lo que permitirá avanzar por un terreno fragoso y sembrado de minas. Si mientras tanto se producen errores, malos entendidos, conflictos entre las fuerzas de progreso, lo más conveniente será, entiendo yo, recomponer las complicidades y reforzar las sinergias, en lugar de entretenerse en discutir de quién fue la culpa.