El ministro don Luis de Guindos ha recomendado al nuevo gobierno
griego de Alexis Tsipras las prudentes recetas
del presidente Mariano Rajoy para salir de la
situación crítica en la que se encuentra su país: hacer reformas (¿cuáles?, ¿ha
estado Guindos en Grecia recientemente?, ¿ha visto lo que hay?) y pagar a sus
acreedores hasta el último céntimo de la deuda. Se ha declarado solidario con
los ciudadanos griegos, pero no con sus gobiernos. Ese “gobiernos” en plural
está colocado ahí para despistar, todos sabemos que el gobierno anterior sí que
le molaba, y en cambio el actual ni por el forro.
Guindos no está
dispuesto a perdonar a Tsipras ni un solo euro de los 26.000 millones prestados
por España a Grecia en el proceso de rescate. Una manera curiosa de mostrar la
solidaridad con los ciudadanos griegos de la que presume. Ha dicho el ministro que
ese dinero es de todos los españoles, lo cual sugiere que, hombre de
convicciones arraigadas, se muestra solidario no solo con los ciudadanos
griegos sino sobre todo y más aún con los ciudadanos españoles.
Qué va, es solo un
latiguillo retórico. Todos sabemos cómo se repartirá ese dinero si algún día
vuelve a las arcas del Estado siendo ministro de Economía el señor Guindos o alguno de sus
adláteres: los beneficios de los bancos y la cuenta de resultados de don
Florentino engordarán un poco más, y el hombre de la calle, el parado, el desahuciado,
el pensionista, el enfermo y el dependiente, el precario que se lleva al mes 400 euros a cambio de 400
golpes, esos que se jodan.
A tal mecanismo de
reparto llaman “reformas”; a tal tinglado llaman “España”. La “marca España”,
ejemplo para griegos y asombro del mundo. Debería ser pecado mortal mentar ese
nombre en vano, como sucede ya desde hace algunos años con el de Dios. No sé a
qué espera el papa Francisco para anunciarnos la
buena nueva ex cathedra; sería un alivio dejar de escuchar a todas horas a los
voceros de un patrioterismo exacerbado y un populismo cutre que gritan ¡España!
para distraer nuestra atención mientras el señor Montoro
registra con minucia implacable el fondo de nuestros bolsillos en busca
de alguna moneda olvidada.
No es en el
beneficio de los ciudadanos griegos, o españoles, o ambos, en lo que está
pensando el señor Guindos, sino en su propio ascenso a los empíreos del
Eurogrupo. Su declaración es un paso más en ese penoso viacrucis. Cuántas declaraciones
le quedan aún, cuántas reverencias a la troika, cuántos besalamanos a frau Merkel, cuántos sepancuantos a los díscolos que
pretenden escurrirse disfrazados de noviembre sin depositar en caja el montante
de una dolorosa que no tienen dinero para pagar.
Yo también soy
griego, señor Guindos. Todos somos griegos en esta delirante apoteosis de la
desigualdad.