sábado, 14 de febrero de 2015

YO TAMBIÉN SOY GRIEGO, SEÑOR GUINDOS


El ministro don Luis de Guindos ha recomendado al nuevo gobierno griego de Alexis Tsipras las prudentes recetas del presidente Mariano Rajoy para salir de la situación crítica en la que se encuentra su país: hacer reformas (¿cuáles?, ¿ha estado Guindos en Grecia recientemente?, ¿ha visto lo que hay?) y pagar a sus acreedores hasta el último céntimo de la deuda. Se ha declarado solidario con los ciudadanos griegos, pero no con sus gobiernos. Ese “gobiernos” en plural está colocado ahí para despistar, todos sabemos que el gobierno anterior sí que le molaba, y en cambio el actual ni por el forro.
Guindos no está dispuesto a perdonar a Tsipras ni un solo euro de los 26.000 millones prestados por España a Grecia en el proceso de rescate. Una manera curiosa de mostrar la solidaridad con los ciudadanos griegos de la que presume. Ha dicho el ministro que ese dinero es de todos los españoles, lo cual sugiere que, hombre de convicciones arraigadas, se muestra solidario no solo con los ciudadanos griegos sino sobre todo y más aún con los ciudadanos españoles.
Qué va, es solo un latiguillo retórico. Todos sabemos cómo se repartirá ese dinero si algún día vuelve a las arcas del Estado siendo ministro de Economía el señor Guindos o alguno de sus adláteres: los beneficios de los bancos y la cuenta de resultados de don Florentino engordarán un poco más, y el hombre de la calle, el parado, el desahuciado, el pensionista, el enfermo y el dependiente, el precario que se lleva al mes 400 euros a cambio de 400 golpes, esos que se jodan.
A tal mecanismo de reparto llaman “reformas”; a tal tinglado llaman “España”. La “marca España”, ejemplo para griegos y asombro del mundo. Debería ser pecado mortal mentar ese nombre en vano, como sucede ya desde hace algunos años con el de Dios. No sé a qué espera el papa Francisco para anunciarnos la buena nueva ex cathedra; sería un alivio dejar de escuchar a todas horas a los voceros de un patrioterismo exacerbado y un populismo cutre que gritan ¡España! para distraer nuestra atención mientras el señor Montoro registra con minucia implacable el fondo de nuestros bolsillos en busca de alguna moneda olvidada.
No es en el beneficio de los ciudadanos griegos, o españoles, o ambos, en lo que está pensando el señor Guindos, sino en su propio ascenso a los empíreos del Eurogrupo. Su declaración es un paso más en ese penoso viacrucis. Cuántas declaraciones le quedan aún, cuántas reverencias a la troika, cuántos besalamanos a frau Merkel, cuántos sepancuantos a los díscolos que pretenden escurrirse disfrazados de noviembre sin depositar en caja el montante de una dolorosa que no tienen dinero para pagar.
Yo también soy griego, señor Guindos. Todos somos griegos en esta delirante apoteosis de la desigualdad.