viernes, 20 de febrero de 2015

LA PIEDRA ES UNA ESPALDA PARA LLEVAR EL TIEMPO


Ayer el filósofo Víctor Gómez Pin y el sindicalista José Luis López Bulla nos convocaron, a unos cuantos privilegiados que les oíamos en el Speaker’s Corner del Museu d’Història (echaremos de menos ese rincón de libre debate), a la «resistencia obligada» contra el programa de deshumanización que están desarrollando los poderosos de la tierra en una doble dirección: primero, desnaturalizan el trabajo hasta convertirlo en un bien escaso y precario dirigido únicamente a cubrir las necesidades de subsistencia de los trabajadores; segundo, mutilan la educación para convertirla en un adiestramiento parcial con fines limitados de orden práctico. Es decir, la educación de los «animales de razón» (las personas) se concibe como un medio de adaptación al ciclo productivo, desdeñando lo que en tiempos se llamó “humanidades” y cualquier otra materia susceptible de distraer al futuro productor de su obligación esclava.
Quizá viene bien recordar al respecto el énfasis puesto por Bruno Trentin en la formación integral del trabajador, sin condicionamientos ni límites. Si lo que desea el obrero es estudiar el violonchelo, dice Trentin, debe dársele tiempo para tomar clases de violonchelo. Porque lo específicamente humano es la curiosidad, el deseo de aprender y la libertad para llevar a cabo un proyecto personal; y lo que desean los poderosos, por el contrario, son animales más o menos desprovistos de razón y adiestrados para llevar a cabo con eficiencia una tarea concreta y limitada.
Dejo a la web del sindicato el cuidado de informar de lo que fue la charla. Me detengo solo en uno de tantos chispazos cegadores como provocó el maestro, el amigo Víctor, en su discurso. Habló del lenguaje y de la evolución del lenguaje, desde lo puramente funcional hasta lo que es enteramente otra cosa. Desde el punto de vista funcional, es difícil de superar el muy complejo y elaborado sistema de comunicación de las abejas. Las abejas bailan. Pero ese baile tiene un techo: nunca rebasa las finalidades prácticas para la vida y la supervivencia del enjambre. Los animales humanos han desarrollado varios cientos o miles de lenguajes, todos ellos también complejos y funcionales. Y los han llevado más allá. He aquí el ejemplo que nos puso para demostrarlo: «La piedra es una espalda para llevar al tiempo.»
No hay funcionalidad capaz de dar sentido a esa frase, que pertenece al Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca. Descoloca por completo al lector, lo sitúa en una encrucijada que le obliga a intentar racionalizar sentimientos (realidades) irracionales. Es una cumbre, en un sentido: un Everest que pocos alpinistas pueden conquistar.
Demos un par de pasos atrás. Otros grandes poetas han expresado su dolor, su planto por la muerte de un amigo querido, el rechazo visceral de algo que es, sin embargo, una realidad inscrita en nuestra naturaleza. Morir es, como vivir, algo plena y profundamente humano.
Así se expresa Jorge Manrique en el duelo por la muerte de su padre: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir.» Una imagen clara y comprensible nos traslada una verdad de orden moral. Lo mismo hace Miguel Hernández en la Elegía por Ramón Sijé, con algo más de complicación: «Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma, tan temprano.» Pero lo que hace Federico va más allá, hasta un punto inesperado. Después de los redobles fúnebres, repetitivos, de la primera parte del poema (“La cogida y la muerte”), «A las cinco de la tarde…», y de la segunda (“La sangre derramada”), «¡Que no quiero verla!», la tercera parte (“Cuerpo presente”) empieza como sigue:
La piedra es una frente donde los sueños gimen
Sin tener agua curva ni cipreses helados.

La piedra es una espalda para llevar al tiempo

Con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

La cosa sigue por el mismo tenor, y el lector no tiene literalmente dónde agarrarse hasta el inicio de la cuarta estrofa: «Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido. Ya se acabó…» A partir de ese momento el poema se reconduce hacia los esquemas de Manrique o de Hernández: el rechazo telúrico de lo inevitable, el río de la vida, la tierra abonada por la carne y regada por las lágrimas. La imagen de la espalda de piedra regresará brevemente en la cuarta parte del poema (“Alma ausente”): «No te conoce el lomo de la piedra…»
Valga el ejemplo como indicación de aquello que es precisa, específicamente humano: el dominio sobre la materia, sea esta la naturaleza o el lenguaje. Dominio, además, transmutado en maestría, es decir, en algo que se da de buen grado y se comparte graciosamente con otros.
Esa es la mejor definición posible de cultura. En los versos de Federico hay cultura porque hay elaboración y recomposición de otras voces anteriores, hay conciencia de un límite que se tantea y de un camino para rebasarlo. No quedan en el poema residuos funcionales del lenguaje como recurso práctico y rutinario, al contrario, se desafía abiertamente la comprensión lógica.
De la misma forma, una evolución ambiciosa en el universo del trabajo, guiada por la lucha contra corriente de tantas dificultades puestas y sobrepuestas, podría elevarnos algún día desde el terreno angosto de la necesidad a la esfera de la libertad.