Hombres y mujeres.
No me olvido de ellas ni las desmerezco, nada más estoy jugando con el título
de aquella película de Henry Fonda. El caso es
que RTVE ha contratado a once periodist@s “de refuerzo” ante la previsión de
una sobrecarga puntual de los informativos por la variedad y frecuencia de los
procesos electorales que se avecinan.
La cadena pública
cuenta con una plantilla de más de 1.000 trabajadores. Incluso mil pueden ser
insuficientes, concedámoslo; pero es difícil que once de más o de menos
equilibren o desequilibren la carga de trabajo. Es reciente, además, la
remoción de un par de redactoras de programas informativos en relación con las cuales
se alegaron motivos genéricos reducibles a una cuestión de confianza. Cierto
también que el partido del gobierno no anda sobrado de confianza. Alguno de
esos psicoterapeutas argentinos le habrá prescrito a Mariano
Rajoy un remedio mediático para su claudicante autoestima.
La sorpresa es que
no se trata de estrategas poderosos que traen en su mochila el bastón de mariscal.
La mayoría no constaban ni siquiera en el banco de datos de que dispone el ente
como bolsa de trabajo. Varios de ellos proceden de Intereconomía, una cadena privada
afín al sector non plus ultra de las franquicias progubernamentales, y cuyos
índices de audiencia rozan el cero absoluto en muchas mediciones. Siete se
incorporan como trabajadores interinos, y cuatro como eventuales.
No se han incorporado
“a más a más”, no son un simple complemento de lo que había. Trabajadores adscritos
hasta ahora a informativos han sido trasladados a programas tales como Agrosfera o En lengua de signos. Quiere decirse que lo que hay no es un refuerzo
sino una sustitución, y que esta tiene lugar no en base a criterios de
competencia profesional, sino de afinidad ideológica. Fuentes del comité de
empresa hablan de intento de creación de una «redacción paralela».
Se equivocan,
claro. Desde la mentalidad imperante en la dirección del ente, los “paralelos”
son la plantilla profesional globalmente considerada y el comité de empresa.
Los recién llegados, en cambio, son la cosa misma, la sal de la tierra.
Pero se equivocan
también quienes promueven una reforma que solo cabe calificar de cutre, si piensan
que un comando infiltrado compuesto por un grupo salvaje de diez más el cabo
será capaz de tomar la fortaleza enemiga. Eso solo pasaba en las películas de Lee Marvin. Los once magníficos no asentarán la
credibilidad de un medio depreciado ante la audiencia por una política comunicacional mezquina
y alicorta. En lugar de los once, la dirección obraría con más juicio si contratara
a una de esas figurillas del belén mediático para que esparciera por la banda ancha el siguiente
mensaje: «¡¡¡Yo por mi Mariano matooo!!!»
Y ni siquiera así
es seguro que el expediente les diera resultado.