El 25 de octubre de
1953, Pablo Picasso cumplió 72 años. Yo visité la exposición “Picasso i
Perpinyà” cinco días antes de cumplir los 73. Una coincidencia curiosa que
seguramente me hizo especialmente sensible, por solidaridad humana, a su pintura.
Picasso hombre no
estaba pasando aquel otoño por una época feliz. Acababa de consumarse su separación de Françoise
Gilot, que a finales de septiembre dejó Vallauris y marchó a París con sus dos
hijos, Claude y Paloma. Pablo intentó convencer entonces de que fuera a vivir
con él a Geneviève Laporte, cuarenta y cinco años más joven y su amante
ocasional desde que convergieron en 1951 desde sus respectivas posiciones, ella
como estudiante de arte y él como artista genial consagrado. Geneviève se negó a
convertirse en la compañera establecida de Pablo, y se alejó definitivamente de
su vida. La ruptura pudo comportar algún elemento humillante para la autoestima
del pintor.
Hay varias indicaciones
acerca de su estado de ánimo depresivo. Georges Ramié, el principal editor de
su cerámica, le escribió desde París el 4 de noviembre: «Es muy importante que
tenga presente que, en los momentos difíciles que está pasando, seguimos
pensando en usted con mucho afecto…» A finales de septiembre la hermosa Paule
de Lazerme, su anfitriona en Perpinyà, le había reiterado su amistad: «Hablar
de amistad es muy intimidador, nada más querría que estuviese seguro de mi
afecto, y si está triste y pasa por momentos difíciles, sepa que pienso en
usted.»
Picasso pintaría
cuatro retratos magníficos de Paule vestida de catalana, en agosto del año
siguiente. En el mismo año de 1954 (en junio) apareció en su vida la que sería su última compañera, Jacqueline
Roque, más joven aún que Geneviève.
En el entretanto, a
partir del 28 de noviembre de 1953 y hasta el 3 de febrero de 1954, Picasso
trabajó obsesivamente en Vallauris en una serie de dibujos y pinturas que
tienen como tema central el pintor y la modelo, con algunas variantes: músico y
bailarina, payaso y ecuyère… En esta
serie el personaje masculino es viejo, o ridículo, o anodino; la sensualidad de
la mujer, por contraste, resplandece. Se llama a este conjunto de obras la
Suite Verve, porque la revista Verve, de París, publicó en su Vol. VIII, núm.
29-30, un conjunto de 180 reproducciones de esa serie.
El original de la
reproducción que encabeza este texto es un dibujo a lápiz en color sobre papel
vitela, con la fecha 2.2.54 en el ángulo superior derecho, y lo vi expuesto en
la exposición temporal del museu Jacint Rigau. La copia escaneada no hace honor
a la explosión de color de la parte izquierda de la composición (la modelo), en
tanto que el pintor aparece, descolorido y esquemático, embutido en el propio lienzo en el
que trabaja, en una especie de desaparición simbólica de la escena. Poco antes
(29.12.53), en plena fiebre creativa, Picasso había pintado L’ombre, un óleo y guache en el que él
mismo es solo una sombra en la habitación de Cannes en la que duerme desnuda Françoise
Gilot. El lector puede verlo, entre otros lugares, en http://www.20minutos.es/fotos/cultura/artistas-que-canibalizan-a-picasso-11663/3/