La vida va a
continuar después del 1-O, por más que las apetencias apocalípticas de los medios,
así españolistas como catalanistas, nos impongan diariamente la versión
contraria. El “choque de trenes” no va a dar de sí, en realidad, para tanto. Se puede
contemplar esa fecha límite con el mismo escepticismo que Stanislaw Lec plasmó
en tan solo ocho palabras referidas a otra fecha límite mucho más tremenda y
definitiva: «No esperéis gran cosa del fin del mundo.»
Con cierto ánimo
pasota, entonces, y dado que una norma de higiene mental indica la conveniencia
de mantener de forma permanente el órgano del raciocinio en buen estado de
funcionamiento, he empezado la lectura de los Diari 1988-1994 de Bruno Trentin (Ediesse, 2017).
En sus anotaciones
del lunes 8 de octubre de 1988, el sindicalista y filósofo social italiano reseña
un libro “muy débil” de Erich Fromm, La
conception de l’homme chez Marx. Salva del conjunto, sin embargo, un «filón
libertario del pensamiento socialista, que bajo la fórmula del existencialismo
marxista se contrapone a la concepción meramente redistributiva y totalitaria del
materialismo dialéctico y del igualitarismo vulgar.»
Fromm – dice Trentin
– considera que el mayor error de comunistas soviéticos, socialistas
reformistas y adversarios del socialismo, consiste en concebir la obra de Marx como
un programa para el progreso económico de la clase obrera, que incluye la
abolición de la propiedad privada con el fin de repartir entre los desposeídos los
medios de producción ahora en manos de los capitalistas. Al respecto, Fromm
cita un pasaje de los Manuscritos de
Marx que Trentin copia en francés en su diario, después de adjetivarlo de “bella
citazione”.
Este es el pasaje,
en castellano , en traducción de Francisco Rubio Llorente (Alianza Editorial,
Madrid 1968): «Un alza forzada de los
salarios, prescindiendo de todas las demás dificultades (prescindiendo de
que, por tratarse de una anomalía, solo mediante la fuerza podría ser
mantenida), no sería, por tanto, más que una mejor
remuneración de los esclavos, y no conquistaría, ni para el trabajador ni
para el trabajo, su vocación y su dignidad humanas.
»Incluso la igualdad de salarios, como pide Proudhon, no hace más que
transformar la relación del trabajador actual con su trabajo en la relación de
todos los hombres con el trabajo. La sociedad es comprendida entonces como
capitalista abstracto.»
El objetivo (añado yo) no es
entonces la remuneración del trabajo “esclavo”, sino la apropiación por parte
de los trabajadores de los contenidos, las formas y los saberes relacionados con
el trabajo en libertad. Ese es el avance real, y ese es el gran mensaje de
Trentin, consecuente con Marx. Ahí cabe toda la concepción ambiciosa de un
sindicalismo de los derechos, “general” en el sentido de que convierte al
sindicato en un sujeto político determinante, por su capacidad para abarcar,
más allá de la clase social de la que se nutre, toda una organización nueva,
solidaria e inclusiva, de la sociedad en su conjunto.