El único remedio
que veo a la actual salida del armario y exhibición pública desenfadada de todos
los rencores de campanario mutuos, opuestos y entrecruzados, es justamente
recolocar en el primer plano el mismo elemento que algunos están persiguiendo
con saña inaudita. O séase, las urnas.
Urnas de arriba
abajo. Urnas una vez más. Visto que se ha demostrado hasta la saciedad que el
bipartidismo tan invocado está desaparecido, que la alabada Constitución del 78
es incapaz de traernos más bondades ni prosperidades, que aquí oficialmente sigue
sin pasar nunca nada salvo alguna cosa, que a los catalanes no hay quien nos
entienda sobre todo porque no se nos deja explicarnos, que la política nacional
no es un trabajo de campo para un seminario universitario sobre una hipótesis
de la politóloga señora Mouffe, etc., etc.
Una vez aclarado suficientemente
todo eso, y también que el enorme esfuerzo hecho por la gestora del PSOE para
votar la investidura de Mariano Rajoy en aras de la gobernabilidad fue
desperdicio de tiempo y energías, porque la gobernabilidad no solo no ha
mejorado sino que, al revés, necesita hoy del auxilio represivo ─ aunque
proporcional ─ de todo el cuerpo de la Benemérita (despedida de sus bases lejanas
con banderas preconstitucionales y gritos belicosos de ánimo); y una vez comprobado
que el cerco parlamentario al gobierno solo ha conseguido dejar aplazada sine die la
toma de decisiones inaplazables.
Visto que tampoco han
recuperado los grandes partidos aquella añorada unidad sin fisuras, antes bien
que cada uno de ellos parece una olla de grillos donde la disciplina interna brilla
por su ausencia (Susana Díaz se la ha saltado en cuanto le ha salido del
arrebato).
Visto que la
judicatura ha tomado con decisión el bastón de mando de la política abandonado
por el gobierno, y que la fiscalía se despliega por el territorio como las
jaurías por el monte para levantar la caza.
Visto todo ello, la
única solución factible y decente es volver a poner las urnas. Urnas no solo en
Catalunya para saber lo que pensamos mayoritariamente sobre España, sino en
todo el territorio: urnas para unas elecciones generales, para unas autonómicas
catalanas y andaluzas como mínimo, para un referéndum sobre la Constitución…
Me detengo aquí porque
estoy pensando en un plan de mínimos, no en grandes virguerías. Podría llevarse
más lejos aún la puesta de urnas, pero quizá conviene no exagerar para evitar
un efecto de sobredosis en la ciudadanía.
Lo que está claro
es que con un palanganero al frente del gobierno no vamos a ninguna parte, y
menos que ninguna parte al futuro. Y está claro que la opinión no se fabrica a
base de tuits ni de trolls en las redes sociales. Necesitamos en el país real la
foto real de ahora mismo, para situarnos en la correlación de fuerzas real, y conocer
al dedillo la clase de basura real que se esconde debajo de la alfombra de los patriotismos
y los nacionalismos de todo signo.
Todo ello no se
consigue con periodismo de investigación, ni con análisis sociológicos, ni con
campañas mediáticas, y menos aún con tanquetas-botijo.
La cirugía real ha
de empezar por la puesta generalizada de las urnas. En la legalidad, claro,
como corresponde a un país democrático.