Después de cinco
años de inmovilismo absoluto, de silencio institucional y de guerra sucia desde
el Ministerio del Interior, el gobierno de la nación opta por enfocar el mal
llamado “problema de Catalunya” con medidas represivas. El palo sin la zanahoria.
La represión será, se nos dice, de perfil bajo, y después de todo, los catalanes
(en tanto que “pueblo” o entidad abstracta) nos la hemos merecido sobradamente,
sean cuales sean nuestras ideas en relación con el procés.
El desfile de despedida
de los guardias civiles que habrán de contribuir a la custodia de los colegios
electorales catalanes y el arramble con las urnas y las papeletas, ha sido
jaleado en algunas localidades andaluzas (¿hasta allí se ha tenido que ir a
buscar refuerzos de fuerza pública?) con gritos de “A por ellos, oé”. Rivalizando
con las esteladas que desbordan las plazas catalanas, se exhiben en otros
lugares de nuestra geografía común banderas franquistas, pudorosamente llamadas
preconstitucionales en los medios. El suflé anticatalán se está aproximando a
su punto álgido.
Da la sensación de
que alguien debería hacer algo para que el país no se desangre en rencillas miserables,
pero ese alguien no será Mariano Rajoy. “Hacer cosas” no es, definitivamente,
lo suyo. Recientemente se ha reunido con el Trun’ – el mediático filósofo rancio
de mesa camilla que ha plantado sus reales en Vasintón – y este le ha revelado en
confidencia que si los catalanes se separan de España “harán una tontería”. La
opinión del vidente transoceánico ha sido difundida como la de un oráculo.
Tiene la doble virtud de ser drástica y simple por un lado, cosa que siempre
agrada al respetable; y de otro lado, que no es Mariano quien la expresa. La
credibilidad de Mariano está bajo mínimos, y basta con que diga algo, lo que
sea, para que los tuiteros le monten tropecientos memes. La impresión general,
incluso en las filas del núcleo duro del Partido Popular, es que calladito está
más guapo. Y si es posible, de perfil.
Precisamente así,
calladito y de perfil, se ha puesto el gobierno de España en relación con la
Agenda 2030 de la ONU para un desarrollo más justo. Se trata de un compromiso
internacional, aprobado hace dos años en la Asamblea General de las Naciones
Unidas. Por parte española firmaron el protocolo el rey Felipe VI; el
ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo;
el secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica, Jesús
Gracia; el secretario general de Cooperación Internacional para el Desarrollo,
Gonzalo Robles; y la vicepresidenta de la Comisión de Cooperación
Internacional, Ana Mato. Se nombró a un embajador de España para la Agenda
2030, Juan Francisco Montalbán. Todos los ministerios debían participar en un
Plan para cubrir 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) a partir de 244
indicadores que se tenían que medir para conocer el punto de partida en el que
se encuentra el país de cara a la consecución de un mundo más justo y próspero.
Dos años después no hay plan. No hay medición de indicadores. No se ha
constituido ninguna comisión ni grupo de trabajo a nivel central. No se ha
hecho nada aún (desde el nivel gubernamental; sí lo han trabajado algunas
autonomías y ciudades, pero a la intemperie, desprovistas de un plan director
global). Tampoco hay fechas ciertas para el inicio del trabajo en los
organismos de la administración central. «El año pasado, por la situación política
con un Gobierno en funciones, estuvimos un poco paralizados, lo que explica el
retardo», se justifica Montalbán. “Un
poco paralizados”, es puro eufemismo. Dentro de menos de un año, en julio
de 2018, España deberá presentar en el Foro Político de Alto Nivel de la ONU
los avances realizados en la implementación de la Agenda. «No se podrá rendir
cuentas de nada», apunta Teresa Ribera, copresidenta del Consejo asesor de la
Red Española para el Desarrollo Sostenible.
Esta es la situación
escandalosa e increíble que nos cuenta Alejandra Agudo en elpais (1). Me temo
que, como en la cuestión catalana, también en este asunto hay una coincidencia sustancial
de criterios entre Mariano Delenda y el Trun’.
A por ellos dos, oé.