En relación con la
independencia de Catalunya, el president Carles Puigdemont ha dicho que todo el
mundo siente íntimamente que esta vez va la vencida. Tiene razón, claro, pero
solo si se identifica correctamente cuál es “la vencida” en el envite.
El problema
de fondo en este asunto es que ya no hay milagros, y caso de haberlos, no son
lo que eran.
Permitan un ejemplo
de mi experiencia personal en relación con el anterior enunciado. Recorríamos
la Ribeira Sacra del río Sil, hace ya algunos años, y paramos a visitar el
monasterio de San Pedro de las Rocas. Luego de una agradable visita, bajamos por
un sendero a la sombra de los árboles de la ribera hasta llegar a la fuente de
San Bieito, que tiene un agua fresca y gustosa.
“Además, esta agua es
milagrosa”, nos dijo un visitante o peregrino local. “Ah, ¿sí? ¿Y qué milagros
hace?” “Alisa la piel y quita las verrugas”, explicó el hombre. “Eso tiene más
de medicinal que de milagroso”, le retruqué yo, consecuente con mi eterna
tendencia a la pedantería. Y él: “No. Es milagrosa, porque solo cura si se bebe
con fe.”
De cuyo
razonamiento se deduce que el agua milagrosa puede menos que la medicinal,
porque esta última surte efecto en todo caso, y la primera solo sub conditione.
Los grandes milagros, en
tanto que acontecimientos que contradicen todas las expectativas racionales,
apenas si ocurren ya. Antes era otra cosa. El profeta Elías no murió, sino que
Yaveh lo arrebató a los cielos en un carro de fuego. Luego lo sentó a su
diestra o a su siniestra, no lo recuerdo bien y tampoco tiene una gran
importancia.
Yo soy libre de
cifrar mis esperanzas de inmortalidad en un prodigio parecido al del profeta
Elías, pero me siento más bien escéptico al respecto. Sé que mis probabilidades
de no morir, en una escala de cero a cien, son más menos igual a cero. Es lo
que hay. No es que descarte definitivamente ningún prodigio, pero no me asomo todas
las mañanas a mirar por la ventana si hay un carro de fuego aparcado en el
chaflán. Me falta fe, qué quieren.
En el asunto de la
independencia de Cataluña las probabilidades racionales de un resultado
positivo también vienen a ser de más menos igual a cero. Pero el president
Puigdemont está haciendo un alarde de fe “a machamartillo”, como proponía
(respecto de otras liturgias) don Marcelino Menéndez Pelayo. Por su parte doña
Soraya Sáenz de Santamaría declara que el gobierno quitará las urnas caso de
que se pongan, pero guarda en secreto la estrategia de cómo lo hará. Nadie
quiere dar pistas en esta partida de la gallina ciega.
Un último
retruécano: uno de los dos bandos sostiene que el gesto de poner las urnas es
democrático en sí mismo, y el de quitarlas es, por la misma razón,
antidemocrático. El bando contrario sostiene, sin embargo, que lo antidemocrático
es poner las urnas, y que al retirarlas el propósito principal que se persigue
es preservar la democracia.
No me creo ni a
unos ni a otros. El problema es mío, seguro. Ya lo he dicho antes: me falta fe,
qué quieren.