miércoles, 24 de marzo de 2021

CABALLEROSIDAD

 


Edward BURNE-JONES, ‘El rey Cophetua y la mendiga’.

 

Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.

Olvido GARCÍA VALDÉS. “El rey Cophetua…”, etc.

 

Ahora que ruedan por las televisiones ecos de maltratos de género que afectan a famosas y conmueven a la clase política, quizá conviene recordar cómo eran las cosas en los tiempos en que los hombres de bien prestaban a las féminas la protección de su esforzado brazo, y las féminas eran como jarrones de alabastro de una pureza sin igual, fuera cual fuere su condición social.

El rey Cophetua se enamoró de una mendiga a simple vista, y la convirió en su reina. La leyenda fue puesta en rima por sir Alfred Tennyson y en colores por sir Edward Burne-Jones, gente más allá de toda sospecha. Olvido García Valdés aportó, más de un siglo después de perpetrados los hechos, un comentario en sordina muy tenue, mitad melancólico mitad irónico.

Hay una caballerosidad arquetípica que nunca olvida, antes bien tiende a subrayar, que la categoría de la realeza corresponde al varón, y la de la mendicidad, a la mujer. El varón es fuerte y silencioso, y la mujer en cambio, frágil y deseable. En ese contraste reside la esencia de la voluptuosidad.

Pero no hay miradas ni palabras entre él y ella. En la pintura, la mendiga ocupa el trono y el rey se inclina delante de sus pies de Marilyn Monroe, pero el espectador entiende enseguida que los dos han intercambiado sus posiciones reales, que todo es un juego de espejismos.

Un juego de espejismos que no se expresa de forma pública por caballerosidad, por un respeto ancestral a los mandatos inexplicables de la belleza. Sería un patán repugnante el maromo que de forma pública y entre dos regüeldos acusara a la bella de haber ascendido a esa posición, no por sus méritos morales ni por su deslumbrante belleza, sino por haberse agarrado de forma oportunista y con todas sus fuerzas de una coleta de varón.