lunes, 15 de marzo de 2021

Y FLORENCIA FLORECIÓ


El pago del tributo, fresco de Masaccio en la Capilla Brancacci de Santa Maria del Carmine, Florencia. Aparecen en continuo tres escenas sucesivas: Pedro encuentra una moneda de oro en el vientre de un pez del lago Tiberíades (izquierda), Jesús expone su teoría en cuanto a quién es acreedor del tributo (centro), y Pedro entrega la moneda al recaudador o publicano (derecha). El conjunto de pinturas de la capilla despertó una admiración sin límites en la capital de la Toscana: nunca nadie había pintado aún así. La gente peregrinaba desde lugares lejanos y hacía cola durante horas para contemplar las pinturas.

  

Florencia es casi la ciudad ideal, si cerramos los ojos y pensamos en el concepto “ciudad” tal y como se ha venido desarrollando desde la antigüedad hasta la modernidad más estricta. El humanista florentino Donato di Acciaiuoli hablaba así de ella, en una carta a su colega Vespasiano da Bisticci fechada el 24 de septiembre de 1463: “Más que nunca antes, Florencia florece no únicamente en el estudio de las letras y en las nobilísimas disciplinas técnicas, sino además en la pintura, en la escultura y en otros muchos campos que omito mencionar…” (*)

El llamado Renacimiento estalló a partir de la práctica de unas pocas generaciones de humanistas y artistas florentinos, y esa práctica fue posible gracias al mecenazgo consistente de una élite de banqueros encabezada de forma muy destacada por Cósimo de Médici, llamado el Viejo. El glamour del apellido Médici recaería en su hijo Lorenzo, conocido como el Magnífico por su prodigalidad, y no tanto por su capacidad de promover una determinada idea de progreso del recinto de la ciudad y, más allá, de la península itálica en su conjunto y de todo el occidente europeo.

La Florencia de Cósimo fue en verdad la ciudad de los prodigios. Cuando de muy joven acudió en 1415, mandatado por su padre, al concilio de Constanza, en el que se ventilaban la solución del cisma religioso y la hegemonía de la Iglesia o el Imperio, Florencia era una pequeña república en guerra permanente con sus vecinas y consigo misma. A su muerte en 1469, era la indiscutible capital del mundo occidental en el terreno intelectual y artístico. Cósimo afirmó en una ocasión que a lo largo de su vida había ganado muchísimo dinero, y había gastado por lo menos otro tanto; y que siempre le había producido más placer gastarlo que ganarlo. Para un banquero, resulta una afirmación bastante sorprendente.

Antes de Cósimo, Florencia podía presumir ya del campanile más bello del mundo, obra de Giotto di Bondone, y de una generación literaria en lengua “vulgar” que hizo pedazos el prestigio del latín como lengua culta: Guido Cavalcanti, Dante Alighieri, el aretino Francesco Petrarca, o Giovanni Boccaccio, nada menos.

Pero bajo el patronazgo de Cósimo las mirabilia se multiplicaron. Él proporcionó el primer impulso; otros respondieron, y la emulación por dar vida a una ciudad que fuera resumen, archivo y centro de gravedad de todo el nuevo saber, transformó los palacios, los templos, las calles y las plazas inseguras, los oficios (Uffizi) y las logias de los mercaderes.

Masaccio di Giovanni solo fue uno más de aquella constelación de talentos, pero uno de los más grandes, a pesar de haber muerto muy joven. Él enseñó a Fra Filippo Lippi los secretos del volumen de las figuras, de la perspectiva, del sfumato para sugerir la lejanía, que convirtieron la pintura plana del gótico en un arte casi tridimensional, casi táctil. De Lippi lo aprendió Botticelli, y de este Leonardo, el hombre que definió la pintura como “cosa mentale”.

Los frescos de Masaccio en el Carmine nos sorprenden menos hoy, porque nuestra visión está retroalimentada por varios siglos de evolución de la historia del arte; pero aún es posible imaginar el estupor que provocaron en el momento de su aparición.   

 

(*)  «Sic igitur, magis quam unquam antea, Florentia floret, non modo litterarum studio et nobilissimarum artium disciplinis, sed etiam pictura, sculptura aliisque permultis, quae nunc omitto...» La cita está extraída de E. Garin, Humanismo y Renacimiento. Versión castellana de Ricardo Pochtar. Taurus, Madrid, 2001, p. 173.

 

Más sobre Cósimo y sobre el esplendor de Florencia:

http://vamosapollas.blogspot.com/2019/08/el-poder-de-la-banca-un-ejemplo.html

http://vamosapollas.blogspot.com/2019/09/el-caso-benozzo-gozzoli.html

https://vamosapollas.blogspot.com/2020/09/en-la-rampa-de-despegue-del-renacimiento.html