martes, 2 de marzo de 2021

EN LA COCINA DE LOS PACTOS DE GOBIERNO

 


Me imagino que los móviles deben de estar echando humo, en este interregno accidentado entre las elecciones y la formación oficial del Parlament que decidirá el nuevo gobierno de Cataluña.

Si los móviles permanecieran en silencio, sería una mala señal: la de que todo el pescado estaba ya vendido. Quiero creer que no es así, que sigue habiendo margen para la negociación y para la imaginación al poder. Tomemos las propuestas de Jésica Albiach por lo que valen, un globo sonda, y esperemos la reacción de las demás partes contratantes. No son momentos para vetos cruzados ni líneas rojas: el fascismo está sentado en la antesala del poder, como un pretendiente más; y cuando hablo de fascismo, no me refiero solo a Vox.

Tengo una magnífica receta que ofrecer gratis et amore a las opciones para un gobierno de progreso concernidas. Viene en el libro que acabo de leer, “Madres e hijos” de Theodor Kallifatides (Galaxia Gutenberg 2020, traducción de Selma Ancira), producto de mi desesperada incursión en una librería recién abierta, después de un prolongado mono de lectura.

El libro cuenta la historia de la familia Kallifatides, a partir de un viaje desde Suecia de Theodor (68 años) para visitar a su madre Antonía (92 años) en el barrio ateniense de Ghizi. Theodor charla sobre todo y toma de vez en cuando notas con vistas al libro que quiere escribir. Su madre se da cuenta.

─Si estás pensando escribir un libro sobre mí, no quiero sexo ni palabrotas.

─Cálmate, mamá.

─Solo te lo digo para que lo sepas. A mí no me engañas, comadrejita de mi vida.

“Comadrejita”, o también “orgullo de mi vida”, son los piropos un poco anticuados para nuestra mentalidad, pero muy expresivos, que ella le dedica. Y cocina para él platos sabrosos e imaginativos cuyos ingredientes baja ella misma a comprar en un barrio donde «todos la conocen. Ha vivido ahí más que cualquiera de las otras personas.»

Un día Theodor, bloc de notas en mano, le pregunta por su receta para cocinar las verduras. Ella le contesta, y añade algo que es la sustancia de mi recomendación a los políticos de cuyas decisiones estamos pendientes:

─Lo más importante es que ames a quienes van a comer tu comida. Y que no te olvides de bailar delante de la cacerola.

─¿Me estás tomando el pelo?

─Para nada. Cocineros y cocineras desdichados son la causa más frecuente de la mala comida.

También de la mala política, pienso yo.