Carolina
Ortiz, secretaria de Organización de la FSC de CCOO-Andalucía, entre los dos
ponentes del Diálogo inaugural de las Jornadas de Córdoba: Daniel Bernabé y
Unai Sordo (este, en el uso de la palabra).
Un diálogo de alto voltaje dio comienzo a los trabajos de las
Jornadas de Perspectiva en Córdoba. Daniel Bernabé habló desde el afuera de la
organización; Unai Sordo, desde el adentro. El primero nos contó cómo nos han visto y
cómo nos ven, desde la sociedad; el segundo reflexionó sobre cómo nos vemos nosotros a
nosotros mismos. El título de la sesión era «Pasado, presente y futuro:
sindicalismo y avance democrático». Lo que se dijo respondió plenamente a la
expectación. Esta es mi tercera entrega sobre las Jornadas. Las dos anteriores las
encontrará el lector curioso en:
http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-revolucion-de-los-cuidados.html,
y
http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-cofradia-de-la-regla-dolorosa.html
Daniel y Unai hablaron de reconstrucción. El sindicato ha
sobrevivido felizmente a un cataclismo, en el curso del cual distintos poderes
fácticos y mediáticos han profetizado su desaparición inminente. Los muertos
que ellos mataban gozan de buena salud, sin embargo. No es el sindicato lo que
es preciso reconstruir, entonces, sino una realidad mucho más amplia y también
más ardua: el trabajo, el valor del trabajo, su lugar central en un mundo y en una
política globalizados.
Trabajo “decente”, o digno, enriquecido con valores de
ciudadanía en una sociedad democrática e inclusiva.
De eso se trata, y es un proyecto de largo aliento. Su
plasmación se prevé difícil, y el sindicato – los sindicatos democráticos,
todos juntos en la medida de lo posible – no están en condiciones de hacerlo
avanzar con sus solas fuerzas. Los obstáculos son muy grandes, y algunos de
ellos están situados en el interior del propio activo sindical.
Habló Unai de la reforma laboral (RL), un proceso complejo
que se está abordando a partir de una convergencia singular de vectores
políticos y sociales confrontados por regla general. La RL es un logro inédito,
señaló Unai. En ninguna de las reformas anteriores se había dado uno siquiera
de los avances actuales en la condición concreta de las/los trabajadoras/es. Se
iba marcha atrás y ahora se está en la dirección contraria, adelante de forma
inequívoca.
Es sabido, sin embargo, cómo ha sido votada la ley a su paso
por el Congreso.
Aún más serio, quizás, es el hecho de que el calado, la
profundidad social de las reformas, no esté siendo bien comprendido en el seno
del activo sindical. Unai confesó haber tropezado con una incomprensión de
buena fe pero grave, en algunas reuniones internas en las que explicaba la RL.
Transcribo los apuntes que tomé de sus palabras, excusándome de antemano por
cualquier imprecisión o incomprensión mía: «Se aplauden las ventajas concretas
alcanzadas. Pero no se entiende que no se trata de “venderlas” como se vende un
producto a la clientela, sino de hacer que funcionen desde abajo, de modo que
los nuevos derechos generen un empoderamiento de los trabajadores.»
Subrayo la utilización del término “empoderamiento”, que
vivió entre nosotros una moda efímera hace algunos años, y que ha desaparecido
casi del todo de la literatura usual. El empoderamiento real es, en este caso,
la clave de bóveda del proyecto.
Dicho de otra forma, las reformas no valdrán si no alcanzan
a cambiar también, por dentro y desde abajo, a sus beneficiarios los
trabajadores.
Permítanme una digresión para terminar. El sindicato, en
tanto que instituto de mediación sociopolítica, ha tropezado históricamente con
dos trabas importantes: la primera es el corporativismo disfrazado de
ultrademocracia, en el ámbito reducido de una asamblea de fábrica. Dar “todo el
poder” a la asamblea es una forma rápida de equivocarse, porque la conciencia
de clase es algo infinitamente más grande, más complejo y delicado que la
conciencia de fábrica.
En empresas pequeñas, en cambio, es más frecuente una dificultad
simétricamente distinta, el utilitarismo. Puede ser descrita así: “El sindicato
nos resulta útil porque llega adonde no podemos llegar nosotros; pero de todo lo
que nos plantea y nos ofrece, vamos a tomar solo aquello que nos conviene, y
dejaremos pudorosamente en la bandeja el resto: es decir, las concesiones, las
contrapartidas, los sacrificios.
Sin embargo, todo eso es necesario también para avanzar.
Todo forma parte de la democracia real que deseamos.