domingo, 15 de mayo de 2022

LA COFRADÍA DE LA REGLA DOLOROSA

 


Icono antiguo con la Virgen María traspasada por los Siete Dolores.

 

Continúo con mis reflexiones (meramente personales, nadie se llame a engaño y tome estos garabatos por un boletín oficial) en torno a las “Jornadas de Perspectiva” celebradas en Córdoba del 10 al 12 de mayo. Encuentran la primera entrega en http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-revolucion-de-los-cuidados.html.

 

“Libertad” es un término con un significado distinto para la izquierda y para la derecha. Con “igualdad”, ocurre lo mismo. Macarena Olona estima que la normativa de descansos preceptivos en las menstruaciones dolorosas es insultante para las mujeres trabajadoras, porque establece una diferencia con los varones. Las mujeres, dice Olona, tienen la capacidad de absorber y asumir su dolor, y mantener a pesar de todo un alto ritmo de trabajo. Las mujeres, debe de pensar Olona, son muy capaces de ser tan hombres como el que más.

La pregunta entonces es si tal cosa tiene algún sentido, y si conduce a alguna parte. La Santa Madre Iglesia ya se ha jinchado a través de los siglos de recordar a diestro y siniestro que la esencia de la feminidad es el sacrificio y la abnegación. Hay imágenes en las que María aparece como una tragasables profesional. A muchas/os el mensaje se nos ha atragantado, y estamos hasta los ovarios de tales sublimaciones subliminales.

Lo que hay de cierto en ese tema vidrioso – y aquí entro ya en la reflexión sindical –, es que en el actual sistema de producción y de servicios, la fuerza de trabajo es un elemento abstracto y fungible, un objeto de usar y tirar, sin atributos definidos. Un fondo de armario al que se recurre cuando surge una necesidad y que se tira cuando ha cumplido su papel, sin remordimientos, desde la conciencia de que el armario seguirá bien provisto de material adecuado para las futuras necesidades potenciales del empleador.

Dicho más claro y por derecho, para el capital la fuerza de trabajo no tiene género. Y si se empeña en tenerlo, está obligada a asumir los inconvenientes inherentes: “cornuda y pagar el gasto”, por decirlo de alguna manera. Me estoy refiriendo a un salario reducido, menores posibilidades de promoción laboral, perspectivas más grises en el staff de la compañía, etc.

Invisibilidad, también. Tal como declaró en una ocasión Julio César, la mujer no solo debe ser invisible (él dijo “honesta”), sino además parecerlo. La regla dolorosa, entonces, debe quedar rigurosamente oculta a la vista, de modo que no afecte a los estándares de eficiencia de la empresa ni al desarrollo plácido de las reuniones de los consejos de dirección. Una regla dolorosa demasiado visible podría tener efectos negativos deplorables en la imagen de una compañía ante sus accionistas.

Etcétera.

Desde una visión de izquierda, entonces, existe una correlación rigurosa entre feminismo, igualdad, libertad y socialismo. El sindicato debe ser feminista, la izquierda debe ser feminista, la revolución socialista debe ser feminista. O no ser.

(Begoña Marugán, socióloga adjunta a la Secretaría confederal de la Mujer, lo expresó así desde la ponencia, en Córdoba: «Soy feminista, soy socialista y soy revolucionaria. Pero la revolución por la que apuesto es la socialista, no la feminista.» Más claro, agua. Una revolución solo feminista, que dejara intactas las restantes estructuras de dominación, no cumpliría sus objetivos reales.)

Sería un error, y así se nos explicó en las Jornadas, confundir la igualdad de género con la paridad en los órganos de dirección; esta última, que es buena, debe ir más bien en función de las capacidades.

Tampoco se alcanza la igualdad “solo” mediante la conciliación en el trabajo, todo y ser este un objetivo importantísimo porque el sistema productivo, tal como está implantado según las férreas leyes del mercado, produce ciudadanos/as demediados y esquizofrénicos.

La igualdad de género contiene necesariamente otro ingrediente, que es la libertad de cada cual para realizarse como persona en todas sus dimensiones.

En esa batalla está el sindicato, porque este es ya el sindicato de los derechos, no el de las categorías profesionales y las retribuciones salariales. “Feminizar” el sindicato, una consigna chocante a primera vista, significa asumir las reivindicaciones específicamente femeninas para crear en las relaciones laborales un espacio de libertad necesario para generar una igualdad efectiva de oportunidades entre quienes son diferentes por naturaleza.

Y olvídense para siempre de las antañonas Cofradías de Sufridoras de la Regla Dolorosa.