Icono
antiguo con la Virgen María traspasada por los Siete Dolores.
Continúo con mis reflexiones (meramente personales, nadie se llame
a engaño y tome estos garabatos por un boletín oficial) en torno a las “Jornadas
de Perspectiva” celebradas en Córdoba del 10 al 12 de mayo. Encuentran la
primera entrega en http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-revolucion-de-los-cuidados.html.
“Libertad” es un término con un significado distinto para
la izquierda y para la derecha. Con “igualdad”, ocurre lo mismo. Macarena Olona
estima que la normativa de descansos preceptivos en las menstruaciones
dolorosas es insultante para las mujeres trabajadoras, porque establece una
diferencia con los varones. Las mujeres, dice Olona, tienen la capacidad de
absorber y asumir su dolor, y mantener a pesar de todo un alto ritmo de
trabajo. Las mujeres, debe de pensar Olona, son muy capaces de ser tan hombres
como el que más.
La pregunta entonces es si tal cosa tiene algún sentido, y
si conduce a alguna parte. La Santa Madre Iglesia ya se ha jinchado a través de
los siglos de recordar a diestro y siniestro que la esencia de la feminidad
es el sacrificio y la abnegación. Hay imágenes en las que María aparece como
una tragasables profesional. A muchas/os el mensaje se nos ha atragantado, y estamos
hasta los ovarios de tales sublimaciones subliminales.
Lo que hay de cierto en ese tema vidrioso – y aquí entro ya
en la reflexión sindical –, es que en el actual sistema de producción y de
servicios, la fuerza de trabajo es un elemento abstracto y fungible, un objeto de
usar y tirar, sin atributos definidos. Un fondo de armario al que se recurre cuando
surge una necesidad y que se tira cuando ha cumplido su papel, sin
remordimientos, desde la conciencia de que el armario seguirá bien provisto de
material adecuado para las futuras necesidades potenciales del empleador.
Dicho más claro y por derecho, para el capital la fuerza de
trabajo no tiene género. Y si se empeña en tenerlo, está obligada a asumir los inconvenientes
inherentes: “cornuda y pagar el gasto”, por decirlo de alguna manera. Me estoy refiriendo
a un salario reducido, menores posibilidades de promoción laboral, perspectivas
más grises en el staff de la compañía, etc.
Invisibilidad, también. Tal como declaró en una ocasión Julio
César, la mujer no solo debe ser invisible (él dijo “honesta”), sino además
parecerlo. La regla dolorosa, entonces, debe quedar rigurosamente oculta a la
vista, de modo que no afecte a los estándares de eficiencia de la empresa ni al
desarrollo plácido de las reuniones de los consejos de dirección. Una regla
dolorosa demasiado visible podría tener efectos negativos deplorables en la
imagen de una compañía ante sus accionistas.
Etcétera.
Desde una visión de izquierda, entonces, existe una
correlación rigurosa entre feminismo, igualdad, libertad y socialismo. El
sindicato debe ser feminista, la izquierda debe ser feminista, la revolución socialista
debe ser feminista. O no ser.
(Begoña Marugán, socióloga adjunta a la Secretaría confederal
de la Mujer, lo expresó así desde la ponencia, en Córdoba: «Soy feminista, soy
socialista y soy revolucionaria. Pero la revolución por la que apuesto es la
socialista, no la feminista.» Más claro, agua. Una revolución solo feminista,
que dejara intactas las restantes estructuras de dominación, no cumpliría sus
objetivos reales.)
Sería un error, y así se nos explicó en las Jornadas,
confundir la igualdad de género con la paridad en los órganos de dirección;
esta última, que es buena, debe ir más bien en función de las capacidades.
Tampoco se alcanza la igualdad “solo” mediante la
conciliación en el trabajo, todo y ser este un objetivo importantísimo porque
el sistema productivo, tal como está implantado según las férreas leyes del
mercado, produce ciudadanos/as demediados y esquizofrénicos.
La igualdad de género contiene necesariamente otro
ingrediente, que es la libertad de cada cual para realizarse como persona en
todas sus dimensiones.
En esa batalla está el sindicato, porque este es ya el
sindicato de los derechos, no el de las categorías profesionales y las retribuciones
salariales. “Feminizar” el sindicato, una consigna chocante a primera vista,
significa asumir las reivindicaciones específicamente femeninas para crear en
las relaciones laborales un espacio de libertad necesario para generar una
igualdad efectiva de oportunidades entre quienes son diferentes por naturaleza.
Y olvídense para siempre de las antañonas Cofradías de
Sufridoras de la Regla Dolorosa.