sábado, 14 de mayo de 2022

LA REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS

 


Lampadedromía. Encendido en Olimpia de la antorcha que miles de participantes, varones y mujeres, jóvenes y ancianos, válidos y minusválidos, famosos y anónimos, llevarán en una larga carrera de relevos hasta el pebetero que presidirá los siguientes Juegos.

 

Pienso dedicar algunas entradas de este blog a lo escuchado y asimilado en las III Jornadas de Perspectiva, celebradas en Córdoba. Ayer me puse a emborronar cuartillas (metafóricas, trabajo con la pantalla), pero quise poner tantas cosas juntas que acabé por hacerme un lío. Seguiré entonces mi técnica habitual basada en el contrapunto, el puntillismo y el ningún afán de agotar la materia, porque para eso siempre quedan entradas futuras en reserva.

Ahondaré un poco en el lema de las Jornadas, “Democracia y transformación social”, y también tengo intención de sacar punta a un tema que señaló Unai en su magnífico discurso de obertura. Quiero decir algo también sobre el feminismo, que nos brindó algunos de los mejores momentos de reflexión de las Jornadas. Otros temas tendrán también, tal vez, su momento de comentario. Como preámbulo, he elegido una cuestión traída un poco por los pelos, pero importantísima: la revolución de los cuidados.

 

Esto es lo que nos dijo María Eugenia Palop, eurodiputada por Unidas Podemos, en una intervención algo trepidante debido a las prisas por tomar un avión que la había de llevar a su escaño en Bruselas: «La revolución de los cuidados supone una transformación en el mundo del trabajo. Los cuidados están en el sector público y en el privado, en la economía formal y la informal. Rompen todos los límites y todos los esquemas.»

La cita no es literal, es lo que anoté de su discurso, que tuvo un antes y un después de esa afirmación. Pero es que, el día antes, yo había estado rumiando alrededor del mismo tema a partir de la lectura de la última página de El País, mientras un tren de alta velocidad nos transportaba de Barcelona a Córdoba. Se trataba de una entrevista de Javier Salas a María Martinón-Torres, paleoantropóloga que dirige en Burgos el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana. María ha publicado un libro, “Homo Imperfectus” (Destino), y a mí me pareció “perfectus” el título, y muy sensata la afirmación que ella deja caer durante la entrevista: «El individualismo tiene un recorrido muy corto en esta especie» (la humana, se entiende).

Así argumenta María su anterior afirmación, y este es el punto de contacto con lo que nos contó María Eugenia sobre la revolución de los cuidados: «Vivimos más años no para tener hijos, sino para cuidar de los demás. La selección natural favorece que seamos una especie longeva para cuidar a individuos que son dependientes, que necesitan de los otros desde muy pronto y hasta muy tarde. Lejos de ser una desventaja o una debilidad, la dependencia es el motor o la razón gracias a la cual vivimos tantos años.»

Y a la pregunta del entrevistador, de si estamos programados para proteger a los vulnerables, responde: «Esta es nuestra seña de identidad como especie hipersocial.»

No es poca revolución, entonces, situar los cuidados – correctamente – como la seña de identidad de nuestra especie. Avanzamos juntos, apoyándonos los unos en los otros y tomando cada generación la antorcha de manos de la anterior, como en las carreras de relevos en la antigua Grecia, que evocó Tito Lucrecio Caro para definir la condición humana.

La especie no recomienza su carrera desde cero en cada generación, y de esa circunstancia se desprende el muy escaso recorrido del individualismo, y el brillo bastante apagado de las lumbreras a las que se nos invita a seguir de forma incondicional. Los líderes no señalan el camino a las masas; esa concepción neodarwinista es aborrecible como teoría social, e infantil por lo menos como consigna política.

La gran fuerza de una especie tan ingeniosa y al mismo tiempo tan resiliente como la nuestra, no reside en la presencia de liderazgos fuertes que indican a las masas el camino correcto; sino, más precisamente, en la capacidad del colectivo para abrigarse a sí mismo de tal modo que le sea posible desplegar las virtudes que atesora en su seno y minimizar las debilidades de muchos de sus componentes.

Es así como el Homo imperfectus ha podido llegar al punto más alto de la evolución. Y la nula importancia que la economía política da a los cuidados (tienen un valor cero en la formación del PIB de las naciones) es significativo de lo artificioso de las convenciones que circulan por la aldea global a la velocidad del relámpago y con su mismo carácter instantáneo, de visto y no visto.