Lampadedromía. Encendido en Olimpia de la antorcha que miles de participantes, varones y
mujeres, jóvenes y ancianos, válidos y minusválidos, famosos y anónimos,
llevarán en una larga carrera de relevos hasta el pebetero que presidirá los
siguientes Juegos.
Pienso dedicar algunas entradas de este blog a lo escuchado y
asimilado en las III Jornadas de Perspectiva, celebradas en Córdoba. Ayer me
puse a emborronar cuartillas (metafóricas, trabajo con la pantalla), pero quise
poner tantas cosas juntas que acabé por hacerme un lío. Seguiré entonces mi
técnica habitual basada en el contrapunto, el puntillismo y el ningún afán de
agotar la materia, porque para eso siempre quedan entradas futuras en reserva.
Ahondaré un poco en el lema de las Jornadas, “Democracia y
transformación social”, y también tengo intención de sacar punta a un tema que
señaló Unai en su magnífico discurso de obertura. Quiero decir algo también
sobre el feminismo, que nos brindó algunos de los mejores momentos de reflexión
de las Jornadas. Otros temas tendrán también, tal vez, su momento de
comentario. Como preámbulo, he elegido una cuestión traída un poco por los
pelos, pero importantísima: la revolución de los cuidados.
Esto es lo que nos dijo María Eugenia Palop, eurodiputada
por Unidas Podemos, en una intervención algo trepidante debido a las prisas por
tomar un avión que la había de llevar a su escaño en Bruselas: «La revolución
de los cuidados supone una transformación en el mundo del trabajo. Los cuidados
están en el sector público y en el privado, en la economía formal y la
informal. Rompen todos los límites y todos los esquemas.»
La cita no es literal, es lo que anoté de su discurso, que
tuvo un antes y un después de esa afirmación. Pero es que, el día antes, yo
había estado rumiando alrededor del mismo tema a partir de la lectura de la
última página de El País, mientras un tren de alta velocidad nos transportaba
de Barcelona a Córdoba. Se trataba de una entrevista de Javier Salas a María
Martinón-Torres, paleoantropóloga que dirige en Burgos el Centro Nacional de
Investigación sobre la Evolución Humana. María ha publicado un libro, “Homo
Imperfectus” (Destino), y a mí me pareció “perfectus” el título, y muy
sensata la afirmación que ella deja caer durante la entrevista: «El
individualismo tiene un recorrido muy corto en esta especie» (la humana, se
entiende).
Así argumenta María su anterior afirmación, y este es el
punto de contacto con lo que nos contó María Eugenia sobre la revolución de los
cuidados: «Vivimos más años no para tener hijos, sino para cuidar de los
demás. La selección natural favorece que seamos una especie longeva para cuidar
a individuos que son dependientes, que necesitan de los otros desde muy pronto
y hasta muy tarde. Lejos de ser una desventaja o una debilidad, la dependencia
es el motor o la razón gracias a la cual vivimos tantos años.»
Y a la pregunta del entrevistador, de si estamos programados
para proteger a los vulnerables, responde: «Esta es nuestra seña de
identidad como especie hipersocial.»
No es poca revolución, entonces, situar los cuidados –
correctamente – como la seña de identidad de nuestra especie. Avanzamos juntos,
apoyándonos los unos en los otros y tomando cada generación la antorcha de
manos de la anterior, como en las carreras de relevos en la antigua Grecia, que
evocó Tito Lucrecio Caro para definir la condición humana.
La especie no recomienza su carrera desde cero en cada
generación, y de esa circunstancia se desprende el muy escaso recorrido del individualismo,
y el brillo bastante apagado de las lumbreras a las que se nos invita a seguir
de forma incondicional. Los líderes no señalan el camino a las masas; esa
concepción neodarwinista es aborrecible como teoría social, e infantil por lo
menos como consigna política.
La gran fuerza de una especie tan ingeniosa y al mismo
tiempo tan resiliente como la nuestra, no reside en la presencia de liderazgos
fuertes que indican a las masas el camino correcto; sino, más precisamente, en
la capacidad del colectivo para abrigarse a sí mismo de tal modo que le sea
posible desplegar las virtudes que atesora en su seno y minimizar las
debilidades de muchos de sus componentes.
Es así como el Homo imperfectus ha podido llegar al
punto más alto de la evolución. Y la nula importancia que la economía política
da a los cuidados (tienen un valor cero en la formación del PIB de las
naciones) es significativo de lo artificioso de las convenciones que circulan
por la aldea global a la velocidad del relámpago y con su mismo carácter
instantáneo, de visto y no visto.